Opinión | Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El abandono

Es una noticia esperanzadora la que procede de datos oficiales que informaba sobre el significativo descenso del abandono de tierras en Galicia. Ocurre que, sin intención alguna de infravalorar los datos, o ponerlos en duda, conviene –al menos por ahora– la prudencia; falta determinar el por qué de ese bajón y sobre todo, detalles acerca de a qué se aplicará el terreno que se cita. Un aspecto que varía en su destino según se dedique a las diferentes tareas posibles. Excluyendo, aquellos que, por su propia naturaleza, exijan algo más que la limpieza del suelo.

En todo caso, es positivo que se reduzca el número de abandonos. Y lo es, porque significa una alta probabilidad de ampliación de las explotaciones agrarias actuales, o bien la aparición de nuevas zonas de producción. Fuere como fuere, uno de los efectos positivos que tiene la noticia es el interés que suscita en el medio rural, un marco que hasta ahora ha sido referencia para no pocas iniciativas agrarias, y también ganaderas, aunque no siempre resultan una ocasión para resolver males heredados. Y para combatir problemas inminentes. Un dato para el optimismo es el que publicaba FARO: en los últimos meses se han incorporado a tareas agrarias más de 600 personas.

En el fondo, es una parte de lo que el ruralismo gallego necesita, que es –en opinión personal– una reforma tan amplia y profunda que algunos la llamarían revolución. Quizá sea una exageración, pero las cosas en el agro gallego no han logrado lo que el sentido común aconseja: la reducción del número de explotaciones y, sobre todo, el incremento de tamaño de las superficies preparadas para fusiones que las amplíen mejorando así su capacidad de mayor producción y, por lo tanto, de ingresos lo bastantes dignos como para hablar de una “modernización”. Que buena falta hace.

La clave sigue estando donde estuvo siempre: hay que evitar el minifundio que hoy reina en este rincón Noroeste. Su reducción, y mejor todavía su desaparición, para lograr superficies rentables, es prioritaria. Por razones económicas, sociales y también para afrontar el “vaciado” del mundo rural gallego. Pero, todo eso, y más que podría añadirse, depende también de las infraestructuras pendientes, que han de ser aceleradas al máximo posible, porque es inimaginable que sin las circunstancias adecuadas el campo gallego pueda prosperar, al menos tanto como algunos esperan y desean. Dependerá de si la PAC se aviene a incluir alguna de las lógicas peticiones españolas. Sobre todo la de que quien venda en Europa, socio o no de la UE, cumpla las mismas ordenanzas.

Es una tarea gigantesca por su envergadura, porque el campesinado gallego es trabajador y austero, pero propicio a las quejas y movilizaciones que no llevan a ninguna parte. Eso podría ser un estorbo para el progreso, y de ahí que se reclame una acción directa de la Xunta mediante un plan que abarque la totalidad del territorio y, sobre todo, que lo ordene. En el sentido romano, que establece el orden como un objetivo sencillo: poner cada cosa en su lugar. Algo de lo que este Antiguo Reino muestra déficit, y de ahí la urgencia de ponerle remedio: si no lo hay pronto, el abandono del rural volverá a porcentajes peligrosos, y evitarlo exige rapidez y agilidad burocrática.

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