Opinión | Crónica Política

El lobo que viene

Resulta inquietante que, en la Unión Europea, nacida para evitar más radicalismos que conduzcan a guerras planetarias, esté sucediendo lo contrario. O sea, que los radicales de ambos extremos o bien dominan el escenario o bien aspiran a conseguirlo. Y es sorprendente que los llamados moderados o centristas no sean capaces de conseguir unas mayorías que garanticen la estabilidad política tanto de la Unión como de sus propios países. Pero hay algo aún peor: que, con la excusa del peligro, los extremistas se han convertido en lo que ya son en España. Es decir, un riesgo que crece cada día tanto por la izquierda como por la derecha.

Es por tanto inaudito que, además de lo dicho, nadie explique a la gente del común cuál es el panorama que se dibuja y las razones de que muy probablemente sea tan malo como parece. Uno de los motivos puede ser la ignorancia histórica que preside la educación en no pocos de los países a los que afecta ahora ese radicalismo. Porque no se puede atribuir a la casualidad lo que ocurre en países como Francia, Italia, Alemania, España, Holanda o Hungría, en los que la llamada ultraderecha es anunciada por la ultraizquierda como el lobo que viene, mientras en otros es visible el auge de la polarización. Una y otra actitud son veneno para la convivencia y por tanto rechazables.

El fenómeno del radicalismo afecta tanto a Estados como a comunidades, de forma que lo destacable es recordar que hay regiones geográficas en las que –de momento– el panorama es otro. Galicia es, al menos por el momento, una de las excepciones que confirman la regla: con los choques habituales dialécticos entre gobierno y oposición, pero hasta el momento sin que esa lejanía provoque un empeoramiento de la situación general. Aunque no cabe confiarse: fanatismo o sectarismo son enemigos frontales de lo que precisa hoy la sociedad. Que no es otra cosa sino estabilidad y frente común ante los desvaríos de los extremos.

Lo que resulta asombroso es que la referencia a la historia no haya aportado un mínimo de calma a las tensiones. Nadie, o casi, ha explicado en lenguaje inteligible que el presente y el pasado inmediato tienen un nexo común: se cometen hoy los mismos errores que hace años, y por ello las consecuencias podrían ser tan o más nefastas que entonces. De hecho en menos de treinta años Europa ha vivido tres guerras, dos en Ucrania y una en los Balcanes. Es significativo en cierto modo del fracaso de algunos objetivos para los que nació la Unión, o al menos el Tratado de Roma que fue el origen de la Europa de hoy.

Lo que roza el ridículo es la explicación que algunos dan al crecimiento de los ultras. Póngase el orden que se quiera uno engorda siempre por el miedo que el radicalismo del otro provoca, y –procede repetirlo– en el olvido de las lecciones que la Historia proporciona. El caso de Francia, o Italia, que ya vivieron, con Alemania momentos de dictadura provocada por el terror de la clase media al proletariado o, en el caso francés, tras una derrota militar en 1940, son parecidos a los de España. Hoy, aquí, la izquierda moderada –que ya escasea demasiado– ha cedido protagonismo a la ultraizquierda convirtiéndola en “el lobo que viene”. Ocurre que así solo se contribuye a aumentar el miedo y la inestabilidad y, al final, se beneficia a los descontentos, que cada vez más nutren a la derecha radical.

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