Opinión

Assange, liberado con condiciones, tras años de tortura

Tras años de tortura física y mental, el fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha podido por fin abandonar la cárcel londinense de alta seguridad de Belmarsh, donde llevaba 1.901 días confinado.

Con anterioridad, el acusado de espionaje por EE UU, había pasado siete años como refugiado político en la embajada ecuatoriana en esa capital. De allí le sacó en volandas la Policía británica después de que el nuevo Gobierno de Quito, evidentemente presionado por Washington, le retirara ese estatus.

Como condición para su puesta en libertad, reconocerá que violó la ley antiespionaje de EE UU al publicar cientos de miles de documentos que acreditaban casos de corrupción o atropellos de los derechos humanos por el Gobierno y las fuerzas armadas de ese país. Washington no podía evidentemente aceptar que la publicación de esos comprometedores documentos, que debían permanecer en secreto para siempre, quedara impune y no descansó hasta conseguir romper el espinazo del periodista.

Estados Unidos acusó a Assange de haber puesto en peligro la vida de sus militares y sus agentes, algo que Washington no ha podido en ningún caso demostrar y que el australiano y sus defensores siempre han negado. Quien le filtró los documentos, la exsoldado y analista de inteligencia del Ejército de EE UU Chelsea Manning pasó ya, a su vez, siete años en la cárcel hasta que el presidente Barack Obama le concedió el indulto en 2017, algo que ni él ni sus sucesores han querido hacer con Assange.

Y ello pese a la mayor responsabilidad de la exmilitar, ya que era funcionaria del Estado y estaba supuestamente obligada al secreto, lo que no es de ningún modo el caso del australiano. Para el Gobierno de Estados Unidos se trataba, sin embargo, de dar a Assange tal escarmiento que ningún periodista de investigación, del país que fuera, se atreviera en el futuro a revelar secretos oficiales que debían permanecer ocultos para siempre.

Assange, cuyas escandalosas revelaciones publicaron en su día los principales medios de comunicación del mundo, se convirtió así en símbolo de la libertad de prensa atropellada por el poder político. La justicia norteamericana, que exigía su extradición a Estados Unidos, donde Assange podía ser condenado a 175 años de cárcel, ha aceptado finalmente su puesta en libertad a cambio de su reconocimiento del delito de espionaje.

El caso resultaba especialmente engorroso para el presidente Joe Biden sobre todo en un año electoral y con muchos otros problemas encima de la mesa como la situación en Oriente Próximo, la guerra de Ucrania o las tensiones con China en torno a Taiwán. Según lo pactado finalmente con Washington, el periodista y editor australiano, que se negó a ser trasladado a Norteamérica para hacer allí su confesión, la hará finalmente ante un tribunal de las islas Marianas, territorio estadounidense en el Pacífico.

Que Assange tenga que reconocerse culpable de espionaje por haber hecho simplemente su trabajo de periodista no deja de ser preocupante desde el punto de vista de la libertad de prensa. Pero lo más importante es que por fin pueda salir en libertad y regresar a su Australia natal, pues a cambio de su admisión, Assange aceptará una pena de 62 meses de cárcel, que de sobra ha cumplido.

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