Opinión | Crónicas galantes

Un partido contra el fanatismo

Una selección francesa de colorines le ganó el Mundial de 2006 –aunque quedase subcampeona– al entonces líder del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, quien se había quejado por el exceso de jugadores “de color” que militaban en ella.

Mucho es de temer que ahora sea Marine Le Pen, hija y heredera política de aquel notorio racista, la que les gane el pulso a los jugadores del equipo de Les Bleus. Varios de ellos han llamado a votar contra lo que representa la líder de la ultraderecha, cuando todas las encuestas presagian el triunfo del fanatismo. Valor no les falta.

Ciudadanos antes que deportistas, los astros del equipo francés no han dudado en restarle importancia a la Eurocopa en curso para subrayar que el verdadero partido es el que se va a jugar en las urnas dentro de un par de semanas.

El propio capitán, Kylian Mbappé, ha llamado a la defensa de la liberté, la égalité, la fraternité y la tolerancia ante la amenaza ya casi tangible de quienes prefieren una Francia y una Europa monocolores.

Lo mismo hicieron Dembelé, Giroud y Thuram: dos negros y un blanco de ascendencia italiana que integran la selección de los azules, tan colorida como la que ganó un par de Copas del Mundo en 1998 y 2018. Para cabreo del padre de Marine.

"De Pirineos para abajo ya se sabe que los futbolistas –y otros gremios– son más partidarios de ir a lo suyo. Los demás que se las arreglen como puedan"

Un jugador del equipo de España retrucó a Mbappé que no hay que meterse en política, que es lo primero que les decía Franco a sus ministros. De Pirineos para abajo ya se sabe que los futbolistas –y otros gremios– son más partidarios de ir a lo suyo. Los demás que se las arreglen como puedan.

Las de Francia son o eran otras tradiciones, al menos hasta ahora. Hace ya más de dos siglos que su revolución estableció la idea de ciudadanía, concepto que dejaba atrás los viejos méritos de cuna, de sangre, de estirpe y de color de piel propios del Ancien Régime.

Esos valores ciudadanos los encarna curiosamente un gremio tan inesperado como el del fútbol. Blancos, negros y cetrinos se mezclan en la selección de Francia que los Le Pen quieren de un solo color y sin tizne alguno de sangre ajena a la tribu. Es el triunfo de las ideas de colores frente a las pardas, por más que en este caso se aplique al ramo menor del balompié.

Los éxitos del combinado futbolístico francés ilustran las ventajas de la integración frente a los apóstoles del monocultivo racial. Lamentablemente, es a estos últimos a quienes han votado masivamente en las europeas los ciudadanos de ese que siempre ha sido un país de acogida.

De ahí que el partido más trascendente no sea cualquiera de los de la Eurocopa, sino el de las elecciones que Macron adelantó a finales de este mes.

Aunque no lo parezca, Mbappé y sus bravos compañeros de selección nos han defendido también a los europeos en general. Nadie ignora que Francia se convertirá en un problema para el futuro de la UE si finalmente triunfa –como parece– el partido de la ultranacionalista Le Pen, amante de las fronteras y amiga del conocido demócrata Vladimir Putin.

Los jugadores ya se la han jugado al pedir a los franceses que no elijan a un gobierno de fanáticos. Por desgracia, no es seguro que este partido lo vayan a ganar.

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