Opinión | Crónicas galantes

Una ola de calor del demonio

Peregrinos dan vueltas a la Kaaba en la Gran Mezquita de La Meca.

Peregrinos dan vueltas a la Kaaba en la Gran Mezquita de La Meca. / Europa Press

Más de mil peregrinos han muerto este año en La Meca mientras cumplían con el ritual de apedrear al diablo. No es que Satanás tomase represalias por el simbólico ataque, naturalmente. La causa de las muertes fue una ola de calor que elevó hasta más allá de los 50 grados la temperatura ya de suyo agobiante en aquellas tierras secarrales de Arabia.

De poco parece haber servido que la última cumbre sobre el cambio climático se celebrase el pasado invierno en Dubái, emirato musulmán y petrolero. Allí se acordó, precisamente, la eliminación –sin prisa, pero sin pausa– de los llamados combustibles fósiles, que son la principal fuente de ingresos de no pocos países musulmanes.

Apenas unos meses después de ese pacto se desató la ola de calor que tan infaustas consecuencias ha traído a más de un millar de fieles en el lugar más sagrado del Islam. Habrá quien atribuya el suceso al cambio climático, que es concepto más bien moderno y occidental; pero aun así convendría no desdeñar el papel del demonio en este asunto. Y no solo porque le tiren piedras.

El demonio es, después de todo, el alguacil de ese establecimiento penitenciario que las religiones del Libro definen con el nombre de infierno. Un lugar en el que abundan las llamas y, presumiblemente, el calor.

No es la primera vez, sin embargo, que estas tragedias se producen en la ciudad santa de los musulmanes; y no siempre la causa fue la excesiva insolación. Centenares de fieles perecieron otros años, aplastados por avalanchas o en el incendio de sus campamentos. Y, en algunas ocasiones, tales sucesos coincidieron también con la ceremonia de lapidación del diablo.

De ahí que, más allá de cuál sea la causa, los aprensivos crean ver la mano de Satanás tras estos dramas. Hay explicaciones más terrenales y seguramente más plausibles; pero por si sí o por si no, en la duda conviene no tirarle del rabo a Belcebú.

Por lejana que parezca, la noticia debiera suscitar algún interés en Galicia, que también es tierra de peregrinaciones por la que transitan cada año miles de romeros camino de Compostela. Mayormente, ahora que el Año Santo ha adquirido carácter permanente gracias a la feliz invención del Xacobeo.

Cierto es que el Apóstol no acoge en un solo día a casi dos millones de peregrinos, como suele ocurrir en La Meca. A ese dato estadístico hay que añadir el hecho de que aquí nadie incurra en la temeridad de arrojarle piedras al diablo.

Agreguemos a todo eso la familiar y hasta cordial relación que los gallegos mantienen con el demonio, al que incluso se dedican fiestas populares como la de Pontevedra en agosto. Famosas son, además, las coplillas burlescas en las que se advierte que cuando llueve y hace sol, el demonio anda por Ferrol, con agujas y alfileres para pinchar en el culo a las mujeres. Se diría que, más que un espíritu del mal, los gallegos contemplan al diablo como una especie de duende algo travieso.

Sucesos tan luctuosos como los de Arabia Saudí aconsejan no tentar al diablo ni al cambio climático, por lo que pueda pasar. Con el demonio ya nos vamos entendiendo por Galicia. Lo del clima tiene más difícil arreglo.

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