Opinión | Crónicas galantes

La derecha se hace de derechas

La derecha se ha hecho de derechas, así, en plural. Al Partido Popular con el que Manuel Fraga aglutinó en su día a todos los votantes de ese bando le ha salido la competencia de Vox y hasta la del partido unipersonal de un tal Luis Pérez que se hace llamar Alvise. Antes lo habían intentado UPyD y Ciudadanos, que duraron poco. No había cama para tanta gente y tal vez siga sin haberla.

A todas esas ramas del tronco conservador hay que agregar la de la facción que encabeza Isabel Díaz Ayuso. Creadora del nacionalismo madrileño, la liberal Ayuso parece haber incorporado también a su copiosa ideología el anarcocapitalismo del argentino Javier Milei.

Como si se le quedase pequeña la presidencia de Madrid, la competidora de Sánchez –y, sobre todo, de Feijóo– hizo el otro día un ensayo de política de Exteriores. Condecoró con una medalla provincial al jefe de Estado Milei, que además de ultra es socio de Vox. Y todo ello sin que Ayuso deje de ser miembro del Partido Popular.

Cierto es que la izquierda había mutado también en izquierdas cuando el actual presidente decidió compartir gobierno con Podemos y, posteriormente, con su secuela Sumar. Lo mismo hacen en varios reinos autónomos el PP y Vox, con resultados espectaculares en el sentido de dar espectáculo. Tanto en un caso como en el otro.

"La derecha actual mantuvo el singular hasta la emergencia del nacionalismo en Cataluña, que despertó al silente nacionalismo español”

Los conceptos de “derechas” y de “izquierdas” nos retrotraen a las denominaciones de uso habitual durante los años treinta del pasado siglo. La actual derecha había mantenido el singular hasta que la emergencia del nacionalismo en Cataluña despertó, sin pretenderlo, al hasta entonces silente nacionalismo español. Ahí están Vox y Alvise para demostrarlo.

Lo malo es que cuando la derecha española se hace de derechas deja de ser meramente conservadora y democrática para tomarse al pie de la letra el lema “Plus Ultra” que campea en el escudo de España. El latinajo ‘plus ultra’ significa precisamente “más allá”, que viene a ser el lugar extremo al que algunos de sus dirigentes pretenden llevarla.

No deja de ser una pena. A diferencia de otros países europeos en los que vuelve a asomar la amenaza de la ultraderecha, España parecía vacunada contra ese virus por las dosis masivas de nacionalismo que inyectó al país el régimen del Caudillo.

A fuerza de cantar las gestas imperiales y de poner la bandera hasta en los estancos, la política ultranacionalista de Franco suscitó, como es lógico, un rechazo parecido al que el comunismo produce en los países del Este tras setenta años de soviets.

La vacuna ha perdido gran parte de su efecto, a juzgar por la proliferación de ofertas a la derecha de la derecha. Volvemos en cierto modo a los tiempos inaugurales de la democracia, cuando las derechas de UCD, Alianza Popular y otros partidos de ese segmento se disputaban el favor del votante.

El principal damnificado por esta tendencia ha de ser sin duda Alberto Núñez Feijóo, que llegó a Madrid para ejercer la moderación y acabó atrapado entre las excentricidades de Ayuso y las de los influencers en las redes sociales. Quizá no calculó que la derecha iba a hacerse de derechas.

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