Opinión | Lo que hay que oír

Podando el Podadera

Curiosidades que enriquecen el español

Uno de mis muy variados pluriempleos juveniles o preadultos para ganarme la faba consistió en dar clases particulares en mi casa, en casa ajena, en colegios, al aire libre y hasta en benévolas cafeterías. Me cupo tratar con excelentes chavales como educandos y también con otros altamente pintorescos o decididamente tronchantes, en especial uno al que no puedo (ni quiero) apartar de mi memoria. Un hombre que por edad podría haber sido mi padre y cuyos datos verdaderos aquí disfrazo. Era agente de seguros, no poco torpe mas altamente obcecado, que aspiraba a ganar ciertas oposiciones a funcionario para cuyo logro se exigía desde manejar los entresijos de los repartos proporcionales y las ecuaciones de segundo grado hasta dictados sin faltas ortográficas, tomados de un libro del insigne y torturante pedagogo Luis Miranda Podadera (m. 1969). Yo me convertí en su todoterreno profesoral. Pero aquellos “complejos y enrevesados” (Wikipedia) textos del temido Podadera −quien también escribió manuales turísticos: ole− resultaban más difíciles de tomar al dictado que subir al Urriellu de espaldas, de noche y en febrero. Sus desusadísimas palabras (alcabalero, exacción, intersticio, claraboya, hobachón, bahúno...) se le atragantaban tanto a mi alumno (escribía halcavalero, exación, intersicio, claravolla, hovachon, bauno...) que dio en la más extraña cosa que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros (gracias, Cervantes) y es que se aprendía los textos ¡de memoria! Sacó con nota y sin falta alguna la plaza. En homenaje a aquellos intríngulis podaderianos y a aquel buen hombre y mis queridas tildes castellanas ahí van unas cuantas frases donde juego, usando las mismas letras, con palabras agudas, llanas y esdrújulas:

Circuló en círculo: yo circulo en línea recta.

Continúo: el bajo continuo continuó con su matraca.

El crítico de deportes criticó lo que yo desde siempre critico.

El médico me medicó con lo que ya me medico.

Habito, hija mía, donde habitó el que llevaba hábito de benedictino.

Intentó un diálogo conmigo; pero no dialogo con traidores, así que no dialogó.

Le doy ánimo y animo incluso al que jamás me animó.

Mi director se jubiló en su momento sin el júbilo con que hoy me jubilo yo.

Ni soy adúltero ni adultero: otro sería el que adulteró su matrimonio.

No resultó práctico lo que practicó. Por eso yo practico de otra forma.

Por culpa del tránsito, no transito como aquel que transitó a toda pastilla y se mató.

Próspero prosperó. Yo ni prospero ni ná.

Pues yo no conozco ninguna cántara que cantara ni, me temo, que cantará.

Podría proseguir pero prefiero −en estas líneas de juego veraniego, que solo aspiran a divertir al lector (si lo hubiere) en primera instancia (la segunda instancia es mi intento pertinaz de demostrar que quien bien te quiere te hablará y escribirá bien)− finalizar esta temporada de mis artículos con unas cuantas curiosidades de las muchas que enriquecen el español o castellano. (Aprovecho para recomendar de nuevo y si ustedes lo encuentran el “verbalia” de Màrius Serra, cuyo subtítulo ya explica de qué va: “Juegos de palabras y esfuerzos del ingenio literario”). Vayas, pues, esas curiosidades:

Con nueve letras, “menstrual” es el vocablo de nuestra lengua más largo con solo dos sílabas.

El vocablo “cinco” tiene mismamente cinco letras: es una coincidencia que no se registra en ningún otro de los números.

Dos veces aparece cada letra en la palabra “aristocráticos”.

La palabra “oía” tiene tres sílabas en tres letras. (Sí, atentos al hiato: o-í-a).

La palabra “pedigüeñería” tiene los cuatro firuletes (los signos que se pueden utilizan sobre las letras en la ortografía española: tildes (á, é, í, ó, ú), puntos (i, j), diéresis (ü), y la virgulilla de la ñ) que un término puede tener en nuestro idioma castellano: vean la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i.

Y así sucesivamente, si gustan. Muchas gracias y muy buen verano.

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