Opinión | El precio de la desmemoria

¿Se acabó la fiesta?

Viajo estos días por Aragón siguiendo los pasos de mi padre en la guerra civil española. Con 18 años recién cumplidos a mi padre lo movilizaron y le tocó luchar en algunas de las peores batallas de la contienda: la de Teruel, la ofensiva de Aragón, la toma de Castellón, la de la mítica línea XYZ de la sierra de Espadán... Mi viaje, que se convertirá en un libro, es un homenaje a mi padre y a todos los que como él perdieron la guerra, en uno y otro bando. Y es que las guerras las pierden los mismos siempre.

Hablando con la gente de los sitios en los que se desarrollaron esas batallas, la mayoría ya dueños de una memoria heredada, pues los mayores murieron, todos coinciden en referirse a la guerra como a algo ya superado e histórico, algo que debemos recordar pero que ya no forma parte de este país. Y, sin embargo, uno pone la televisión o lee la prensa o escucha determinadas emisoras de radio mientras conduce su coche por escenarios que fueron bélicos pero que hoy muestran un perfil apacible y sereno y siente que para determinadas personas la guerra civil continúa viva, tal es su grado de agresividad y odio. Lo más sorprendente es que muchas de esas personas son jóvenes, es decir, han conocido una España en paz y con un grado de bienestar social que ya hubieran deseado para sí sus padres y sus abuelos.

A los continuos improperios y amenazas de Vox, el partido que aglutinaba hasta ahora a esos odiadores en nuestro país y cuyo máximo dirigente ha llegado a decir públicamente que al presidente del Gobierno elegido por los españoles habría que colgarle por los pies como a Mussolini, en la últimas elecciones se ha unido otra asociación o grupo político cuyo líder, un treintañero desconocido salvo en las redes sociales que, al parecer, maneja con habilidad, ha declarado como primera pretensión política meter en la cárcel a ese mismo presidente democrático al tiempo que proclama que en España "se acabó la fiesta". ¿A qué fiesta se refiere?, se pregunta uno en su ingenuidad sin saber si es la fiesta de la democracia o la del Estado de bienestar que, con todos sus defectos, disfrutamos los españoles desde hace tiempo lo que le molesta al autor de tan llamativo eslogan, tan llamativo que ha hecho furor entre 800.000 españoles decepcionados de la política tradicional según los analistas que estos días se refieren al fenómeno, uno más en la historia de un país que ya ha conocido varios, desde Ruiz Mateos a Jesús Gil, salvadores todos de un país que lo que mayoritariamente desea es vivir en paz.

El problema es que esta vez, parece, la irrupción del nuevo líder iluminado lo ha sido a impulso de una población joven y digital cuyo enfado con la democracia viene motivado, entre otras razones, por su desconocimiento de nuestra historia reciente, cuya enseñanza se les hurtó para no incomodarles presuntamente con su terrible y trágica realidad, siendo la verdadera razón no hacerlo a sus protagonistas todavía vivos, en un falso entendimiento de que mejor el olvido que la memoria cuando lo que se va a recordar no es muy positivo, lo que les ha llevado a considerar que la democracia es una fiesta absurda y Europa un cachondeo financiado con el dinero de todos sus países miembros con el que hay que terminar cuanto antes. Quizá ahora los políticos de la transición, con Felipe González a la cabeza, se empiecen a dar cuenta de los perversos efectos de hurtar el conocimiento de la historia de la guerra y la posguerra en España y en Europa en los programas de enseñanza a los españoles durante años.

*Escritor y guionista

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