Opinión

¿Queremos Europa o no?

Un ultra maremoto, una agitación violenta de las aguas del mar intenta mover las placas tectónicas de la Unión Europea.

Destruir sus cimientos y construir una nueva Europa a medida de su visión y de sus principios es el objetivo a alcanzar.

Discursos y banderas ultras: racistas, xenófobas, antiinmigración, machistas y de rechazo a las medidas contra el cambio climático van calando como lluvia fina en la población europea. El veneno está servido, listo para ser inoculado.

El resultado de las recientes elecciones europeas se torna alarmante y casi dramático. No es baladí decirlo porque esta nueva legislatura, la X, va a decidir el rumbo del continente europeo hasta 2029.

Salvo en Polonia, la ultraderecha ha aumentado en todos los países de la UE. Tanto ha sido el crecimiento que uno de cada cuatro eurodiputados va a pertenecer al extremo duro parlamentario, gracias, entre otros factores, al voto mayoritario de los jóvenes de 16 a 24 años.

Me asusta que en Francia el partido de Le Pen haya doblado en votos al de Macron ( “No puedo hacer como si nada hubiera pasado”, dijo el presidente galo y en la misma noche electoral anunció la disolución de la Asamblea Nacional y nuevas elecciones).

Me preocupa que en Bélgica el partido ultraderechista flamenco haya sido la fuerza más votada (lo que llevó al primer ministro belga a presentar su dimisión).

Me pone lívida que en Austria y Hungría los ultras hayan ganado las europeas.

Me aterra que en Italia, Meloni, la líder ultraderechista y actual primera ministra, haya vencido con holgada victoria.

Me da miedo que en Alemania un partido neonazi haya obtenido un resultado histórico, con un aumento de seis escaños con respecto a 2019. Y ello, a pesar de que en su día el líder de la formación hubiese asegurado que no se podía considerar “automáticamente “que todos los agentes de la SS nazi fueran criminales.

En Suecia, Finlandia y Portugal los ultras van creciendo más y más.

Tampoco España se ha quedado atrás en esta carrera hacia el extremo: Vox ha crecido tres puntos, del 6,21% al 9,62%, ha pasado de cuatro a seis escaños, y SALF ha obtenido tres escaños, 800.000 votos. Por eso no es de extrañar que me duela y me preocupe el auge de la extrema derecha en mi país.

A veces, cuando las cosas se me van de las manos y no se me ocurre nada mejor, me abutifarro de galletas y de chocolate, buscando una especie de consuelo. Pero esta vez ninguna caja de dulces podría aliviar mi aflicción.

¿Qué hacer? Ni idea. Yo soy una ciudadana que prácticamente solo ha estado interesada y que de política entiende algo cuando le es cercana, cuando sus protagonistas le son próximos. Las demás políticas, las europeas, casi me aburrían, confiando que la UE marchaba sola sin que fuera necesario velar por ella, por sus valores y principios, por las libertades y los derechos ya conquistados.

Por tanto, como no he prestado atención –y como he indicado–, no tengo ni idea sobre cómo se debería hacer para detener a este maremoto que nos azota. Excepto la manida y no ejecutada –elemental y de sentido común– de hacer una objetiva y apartidista reflexión sobre las causas del cambio en la opinión pública europea y, en definitiva, sobre el descontento popular existente. A partir de ahí, cae de cajón que habría que enderezar el rumbo de la política europea para, ola a ola, ir remontando el ultra maremoto.

Los resultados electorales y los de las experiencias de actuales gobiernos de extrema derecha, son los farolillos rojos que nos advierten que desde el sistema democrático se puede destruir la democracia y, por lo tanto, la Europa que amamos y que tan poco hemos querido.

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