Opinión | el correo americano

De Normandía a Bruselas

Joe Biden aprovechó el 80 aniversario del desembarco de las tropas aliadas en Normandía para advertir sobre los peligros del aislacionismo y la fragilidad de la democracia. El presidente pronunció su discurso en la costa francesa, pero se dirigía al pueblo estadounidense. “Cuando hablamos de la democracia, solemos hablar de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, pero no solemos recordar lo duro que resulta conservarla… El instinto más natural es abandonarla: ser egoísta, imponer nuestra voluntad sobre los otros, ocupar el poder y no dejarlo nunca… Pero la democracia estadounidense nos exige creer que somos parte de algo más grande que nosotros mismos”.

Algunos recordaron las palabras que pronunció Ronald Reagan en ese mismo lugar hace cuarenta años. En su discurso (“por su elegancia retórica, uno de los más inspiradores de la historia”, en palabras del historiador Douglas Brinkley), el presidente republicano dijo que “el aislacionismo nunca fue y nunca será una respuesta aceptable a los gobiernos tiránicos con intenciones expansionistas”. Reagan se refería a los soviéticos; Biden a Putin. Quienes señalan la comparación entre ambos presidentes también enfatizan que la emulación, aunque no particularmente original (otros presidentes han tratado de dejar su impronta en el acantilado), hoy en día cobra un sentido político distinto; es una forma de recordarle a los votantes republicanos que Biden no hace sino honrar la doctrina que impulsó uno de los grandes referentes de su partido, héroe del conservadurismo.

La derecha, sin embargo, ya no se siente interpelada por este tipo de alocuciones. Trump dijo que alentaría a Rusia a hacer lo que quisiera con cualquier país de la OTAN que no cumpla con los objetivos de gasto. Catorce congresistas republicanos votaron en contra de los paquetes de ayuda a los países aliados (incluso ‘The Wall Street Journal’, en un duro editorial, nombrándolos por orden alfabético y situándolos en la “lista del deshonor”, los comparó con quienes se durmieron ante el avance de Hitler). Pero los votantes van por el mismo camino. Según una encuesta realizada por ‘The Chicago Council on Global Affairs’, el 53% de los republicanos piensa que Estados Unidos debe mantenerse al margen de los asuntos globales.

En estas elecciones europeas también se presentan partidos que promueven el aislacionismo comercial, el regreso a las monedas nacionales o eliminar la caja común. Como sus homólogos estadounidenses, quieren volver al pasado. Tony Judt tiene un pequeño ensayo sobre Europa, titulado “¿Una gran ilusión?”, en el que argumenta, citando al ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, que parte del éxito de la reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial se debió en buena media a una amnesia colectiva. “No había tiempo, y desde luego no había incentivos, para asumir la experiencia real de la guerra y la ocupación, ni tiempo, tampoco, para llorar”. Esto hizo también que resultara “particularmente vulnerable a un retorno de la memoria”. Se habían contado unos relatos autocomplacientes y se habían obviado los hechos más incómodos.

El continente, gracias a la Unión Europea, se convirtió, de ese modo, en “una proyección interior y futura de todos los más elevados valores de la antigua civilización, pero despojada de sus rasgos más siniestros”. Ahora, tanto en Estados Unidos como en Europa, para proteger y conservar esos valores elevados, convendría recordar los rasgos más siniestros.