Opinión

En el centenario de la muerte de Kafka (y II)

En la madrugada del 11 de agosto de 1917, Kafka sufre un vómito de sangre. Al mes siguiente le diagnostican tuberculosis. Es el aviso del fin. Pese a la gravedad de la noticia, la recibe impasible. Su estado se agrava y en julio de 1922 obtiene una baja definitiva en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el reino de Bohemia, donde trabajaba, y pasa a cobrar una pensión. Al año siguiente, durante una estancia en Müritz, en la costa báltica, conoce a Dora Diamant, en cuya compañía vivirá ya los últimos años de su vida. Se traslada con ella a vivir a Berlín y en esta ciudad –en otro tiempo ansiada por él– vivirá días de grave penuria que afectan a la salud de Kafka. A partir del siguiente año, su estado se deteriora notablemente. En 1924, ingresa en el sanatorio Wiener Wald, en Austria, donde le acompaña Dora. En abril, y también acompañado por Dora, es internado en un sanatorio de Kierling, cercano a Viena. A pesar de su estado, corrige galeradas para la publicación de Un artista del hambre. Es, por tanto, obvio que Kafka esperaba que este texto se publicase después de su muerte. El hecho es relevante porque viene a contradecir su mandato de que no se reeditasen sus obras y de que se destruyesen sus manuscritos. Su situación es dramática y sus padecimientos extremos; solo se comunica por escrito porque ya es incapaz de hablar. Con Dora, le asiste en estos momentos su amigo Robert Klopstock. Kafka necesita aliviar sus dolores; implora la administración de una dosis de morfina; Klopstock no se decide a hacerlo y Kafka le dice: “Máteme, o es usted un asesino”.

Muere el 3 de junio, hacia el mediodía; estaba a punto de cumplir los 41. El entierro tiene lugar el 11 de junio, a las cuatro de la tarde, en el cementerio judío a las afueras de Praga. Además de la familia, acuden al entierro Dora Diamant y algunos amigos de Kafka. Días después del funeral, tuvo lugar en el Kleine Bühne de Praga un acto en memoria de Kafka. Max Brod da lectura a un texto en el que anuncia “una próxima era Kafka”. Muy probablemente, en la mente del apóstol kafkiano estaba ya el proyecto de publicar y dar a conocer los escritos de Kafka, aquellos que felizmente había decidido no entregar al fuego. Sin duda, ninguno de los presentes en el acto, salvo el propio Brod, imaginaba de qué manera se iba a agigantar la figura de aquel hombre alto y delgado, vegetariano convencido, tímido y bondadoso, y de qué manera se iba a proyectar sobre la historia de la literatura su luz inextinguible.

“Fueron las mujeres que amaron a Kafka y supieron llegar hasta los pliegues de su atormentado espíritu, las que mejor supieron retratarle”

Fueron las mujeres que amaron a Kafka y supieron llegar hasta los pliegues ocultos de su atormentado espíritu, las que mejor supieron retratarle. En su obituario, escrito tres días después de su muerte y publicado en el diario checo de Praga “Národní Listy”, Milena Jesenská le dedicó hermosísimas palabras; de él dijo que era “tímido, medroso, dulce y bueno, pero los libros que escribió son crueles y dolorosos (…) Conocía el mundo de manera insólita y profunda y él mismo era también un mundo insólito y profundo”. Y Dora Diamont, que con tanta intensidad compartió los últimos días del escritor checo, también dijo que “su mente conocía matices más finos que los que en general puede concebir la mentalidad moderna”. Ambas coinciden en destacar la extrema y fina sensibilidad de Kafka; oía donde los demás eran sordos y su mirada era capaz de traspasar el horizonte.

Pero Kafka permanece aún vivo. Está en el inocente injustamente perseguido, injustamente condenado. Le verás en ese vuelco inesperado e irracional de la existencia, o en la distorsión onírica y absurda de la vida, como si esta fuese vista en un juego de espejos cóncavos y convexos. Cuando nos sintamos atrapados en la malla de una burocracia laberíntica y espesa, o sofocados e impotentes bajo la asfixiante gravedad del poder que nos cosifica, allí también estará Kafka. Y le veremos en el rostro afligido de los que sufren exclusión, de los que se sienten inadaptados y, perdidos, buscan su espacio. Que no te quepa duda, lector, a lo largo de la vida, tarde o temprano, la alargada sombra de Kafka te saldrá al encuentro.

Suscríbete para seguir leyendo