Más de 40 años calmando el hambre

Las Misioneras del Silencio preparan a diario menús para alimentar en Vigo a unas 160 personas, de las cuales un 70% proceden de países lationamericanos

Reparto de menús a las familias, ayer, en el local de las Misioneras del Silencio.

Reparto de menús a las familias, ayer, en el local de las Misioneras del Silencio. / José Lores

Carolina Sertal

Carolina Sertal

Todavía falta una hora para que se abra la verja, que los comensales pasen por orden y que se sienten para llevarse algo a la boca. Aunque el reloj aún no marca la una de la tarde, un hombre mayor ya espera en la calle, porque tal y como asegura la responsable del comedor, “aquí la gente viene con mucha hambre”. Vajillas, vasos y cubiertos ya están dispuestos sobre la mesa, en esta ocasión, junto a un trozo de pan y un generoso racimo de uvas. El menú del día serán filetes acompañados de patatas con judías y casi casi está a punto. Es por esto que, si no se le roba mucho tiempo, Guadalupe Egido, coordinadora del comedor de las Misioneras del Silencio, puede acomodarse en una silla para hablar sobre la realidad que cualquier vigués o viguesa puede constatar a diario si en vez de dirigir la mirada a los escaparates de las tiendas de Urzáiz la conduce hacia el final de la calle Cervantes, en donde es habitual encontrarse con una hilera de personas que a media mañana, de lunes a viernes, suele doblar la esquina.

Guadalupe Egido, ayer, disponiendo los postres en el comedor.

Guadalupe Egido, ayer, disponiendo los postres en el comedor. / José Lores

“Las Navidades en el comedor son maravillosas, la verdad. La gente se suele acordar más de nosotros y se vuelve más solidaria. Este año pedimos ayuda para poder hacer un gran cocido, que les encanta a todos, y al final conseguimos preparar uno con todo lo que cualquier familia le puede echar, no faltó de nada. También pusimos ibéricos, queso, aceitunas, melocotón en almíbar, turrones, café y además, por persona, había una cerveza y una Coca-Cola, así como una botella de sidra por mesa para brindar”, indica Guadalupe Egido quien añade que, “aunque estamos muy agradecidas, hay que tener en cuenta que las personas comemos todos los días y necesitamos que nos llegue siempre mercancía”.

Las Misioneras del Silencio llevan calmando el hambre en Vigo más de 40 años y, en su rutina diaria, han constatado que en los últimos tiempos ha aumentado la demanda de forma considerable. Guadalupe Egido comenta que, en la actualidad, reparten unos 160 menús diarios y que las jornadas de los viernes son algo “caóticas”, puesto que entregan a los comensales bolsas con un primero y segundo plato, además del postre, para que los usuarios puedan pasar el fin de semana.

Hay familias enteras que pasan meses viviendo en una habitación

La coordinadora del comedor apunta que el rostro del hambre ha experimentado un cambio importante. Más personas mayores, de procedencia extranjera y también más familias, este es el retrato de la extrema vulnerabilidad que se dibuja en Vigo en la actualidad. Así, Egido hace referencia a que “un 70% son latinoamericanos. Todos los días nos llega alguien nuevo que huye de su país. Una vez aquí se encuentran con que no hay trabajo y muchos no tienen permiso de residencia, por lo que se enfrentan a situaciones realmente duras; ¡mira que hay familias enteras que pasan meses viviendo en una habitación!”.

En este sentido, Guadalupe Egido cuenta que la comida que es destinada para este último grupo se entrega en bolsas en otro punto del local, con el objetivo de que los más pequeños lo puedan degustar en sus casas tranquilamente. La otra cara de la moneda es que muchas de estas familias relatan a las Misioneras del Silencio que no tienen cocina y aunque pueden tomar caliente el menú recién salido de este comedor vigués, cuando sobra algo, las cenas llegan frías a sus bocas. “Esto es duro”, dice la coordinadora del comedor. “No estamos acostumbrados a ver la necesidad. Vemos las compras, los escaparates, las luces... pero la comodidad, que está muy bien, impide ver las otras realidades que tenemos al lado”, continúa Egido.

Raciones para cientos

En el comedor de las Misioneras del Silencio la actividad da comienzo ya a las ocho de la mañana, porque hay muchas verduras que limpiar y cortar, muchas patatas que pelar, muchos kilos de pasta que cocer... Son como una “familia normal”, dice Guadalupe, pero todo se multiplica por 160. Y es que tal y como asegura, “cuando una pota empieza a hervir, lo hace con 160 raciones y todo se tiene que llevar al milímetro para que a las 12.30 en punto la comida esté preparada para empezar a entregársela a las familias”. Finalizado el reparto en la planta de arriba, el comedor se llena de vida a la una de la tarde en turnos de 44 comensales, aforo máximo permitido. Para servir los menús lo más rápido posible a todas las personas, el personal limpia ágil aquellos sitios que van quedando libres y dan paso a la siguiente boca que alimentar.

Se acerca ya la hora de las entregas a familias, pero antes de acudir a su encuentro, Guadalupe indica que las personas interesadas en “colaborar con el hambre” pueden efectuar donativos o comprar los kilos que puedan de un mismo producto. “Vigo es un pueblo generoso y siempre responde aunque nosotras no lo pidamos”, concluye.

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