Los comedores sociales asumen la mayor afluencia de la década: 350 raciones diarias

El perfil: un hombre de 40 años, extranjero o español con alcoholismo

Por Navidad, los usuarios recibirán un menú especial

Cola en el comedor social de las Misioneras del Silencio

Cola en el comedor social de las Misioneras del Silencio / Alba Villar

Un hombre de 40 años, extranjero sin empleo o español con problemas de alcoholismo. Así es el perfil del usuario de comedor social en Vigo, según los responsables de los tres centros que sirven raciones a diario en la ciudad. El flujo de personas es el más alto de la década: la inflación y el frío aumentaron el volumen de peticiones de alimento, que rondan las 350 cada jornada.

Una vez inscritos, la evolución de los beneficiarios es diferente. Mientras que los extranjeros permanecen un tiempo muy limitado -hasta que logran ajustar su documentación para obtener un empleo-, los españoles se estancan: “Son personas con pensiones mínimas y una adicción”, indica Lorena Alonso, del Comedor de la Esperanza.

Por otra parte, es más habitual ver a personas que acuden en solitario que a familias, aunque también las hay. En la calle Cervantes, las Misioneras del Silencio entregan alimentos a través de dos puertas diferentes: en una ofrecen tuppers a padres con hijos y en otra dan acceso a las mesas al resto de comensales.

Sobre los que acuden solos, Alonso valora que “la hora de comer es el único momento de socialización para muchas personas. Vienen antes de la hora de reparto para charlar y contarse sus cosas”.

350 raciones diarias

La media de raciones distribuida en la ciudad es de 350 al día. Las Misioneras del Silencio reciben a 150 personas en varios turnos, al Comedor de la Esperanza acceden 120 y en el de La Sal de la Tierra entregan comida a 80.

Todos ellos coinciden en que el cúmulo de las últimas crisis económicas -la covid, la guerra de Ucrania y la inflación- supuso el mayor aumento de la década de personas necesitadas.

“La inflación nos está afectando mucho. El aceite es imprescindible, pero tuvimos que prescindir de otros bienes, como la leche. Antes dábamos un litro por persona”, advierte Guadalupe Egido, directora de las Misioneras.

VIGO. COMEDOR SOCIAL MISIONERAS DEL SILENCIO

Comedor social de las Misioneras del Silencio / Alba Villar

La afluencia también varía según la época del año o el día del mes. “Navidad y verano son épocas duras, por el frío en el primer caso y en el segundo porque hay más sinhogarismo”, indica Alonso. Durante el resto de meses, las personas sin techo que acuden a comer suponen un 10%.

Además, “cuando más se nota es la última semana del mes, antes de cobrar las ayudas”, afirma José Luis Moracho, del centro ubicado en Manuel de Castro.

Navidad en el comedor social

Por Navidad, el menú es más especial. En las Misioneras prepararán un cocido y en la Esperanza también idearán platos acordes a la época y repartirán regalos entre los usuarios. “Serán bienes de necesidades básicas, como kits de aseo o ropa de abrigo”, explican.

En La Sal de la Tierra procederán de forma parecida al resto del año, dado que afirman haber tenido malas experiencias en el pasado.

70% de extranjeros

Cada mediodía, en la calle Cervantes, se forma una fila que dobla la esquina y sube por Urzáiz. Una gran parte del grupo son extranjeros, sobre todo latinoamericanos. Junto a una mayoría de mediana edad, llama la atención la presencia de personas de la tercera edad y de veinteañeros.

Lucila Fernández, es una de las mayores: “Yo vine de Cuba con mi marido hace tres años, con 69. Allí no había nada para comer. Aquí estamos esperando la mínima vital”, indica. Desde que comenzó la huelga de Vitrasa, Lucila acude caminando cada día desde Sárdoma. Dice que le duelen los pies, pero que no podrían comer sin las Misioneras.

La hora de comer es el único momento de socialización para muchas personas. Vienen antes de la hora de reparto para charlar y contarse sus cosas

Junto a ella, hay un uruguayo esperando su turno, Ruben Bidegaray. Pese a que lleva 21 años en España, el empeoramiento de la situación económica lo tiene tratando de volver a su país. Pero necesita dinero. Mientras, acude al comedor. “Con la pensión tengo para pagar una habitación, pero no para alimentarme”, explica. Celebra, sin embargo, no tener que pagar por la sanidad: "Tras la pandemia estuve muy mal de una infección respiratoria. No tengo recursos y me atendieron como si fuese el rey Juan Carlos", asegura.

Con ellos, esperan chavales que acaban de empezar una vida. "Regular nuestra situación es un trámite complejo. Tardan en darte cita para poder hacerle el NIE", señala un joven colombiano. Con todo, no pierden la alegría y bromean entre ellos esperando su turno.

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