La tradición infalible de la fe

Cientos de personas convierten en tradición familiar acudir todos los años a la procesión en honor al Cristo de la Victoria celebrada cada primer domingo de agosto

Fieles habituales a la procesión del Cristo de la Victoria, ayer, frente a la Colegiata.  | // MARTA G. BREA

Fieles habituales a la procesión del Cristo de la Victoria, ayer, frente a la Colegiata. | // MARTA G. BREA / Marta tiago

Marta Tiago

La belleza del Cristo de la Victoria, que deja cautivado a cualquiera que lo ve recorrer las calles, ha hecho que se convierta en tradición ir a verlo todos los años. No se falta a ninguno. Una lealtad que comparten muchos de los que acuden a la procesión del primer domingo de agosto. Tal es la profundidad de ese sentimiento que se ha transmitido de generación en generación.

Las hermanas María Pilar y Conchita García Gómez empezaron desde muy pequeñitas a ir a la procesión. Para ellas el Cristo es uno más de la familia. “Cuando se bajaba el Cristo con la puerta cerrada, nuestra madre ya nos llevaba”, recuerdan. Rememoran cómo su abuelo llevaba el pin del Cristo en su solapa; su tradición viene desde siempre, la llevan en las venas. Sienten el Cristo desde pequeñas. Para María Pilar, la imagen es algo así como un faro: acude a él cuando hay alegrías, cuando hay penas. Lo primero que ve al despertarse es la imagen que tiene en su mesa de noche. “Es como una necesidad, no podría prescindir del Cristo de la Victoria”, reconoce.

"Mi madre se ofreció al Cristo para que me salvase la vida"

Rosalía Frade

Algunas devotas, como María Pilar Mariño, se han bautizado y se han casado en la Colegiata. Recuerda cómo, desde muy pequeña, iba con su madre en la procesión, y ahora con quien acude es con su marido. Mariño considera que todo aquel que acompaña al Cristo “es por algo”, ya sea para dar las gracias o para pedir ayuda. También una nueva cofrade, Teresa Montes, acude siempre que le es posible con su familia a la procesión. Es, dice, un momento de gran tranquilidad. “Para mí el Cristo son tres cosas: vocación, tradición y orgullo”, resume Montes. Por esa razón, ha querido continuar con su legado familiar vinculado al Cristo de la Victoria. No solo ella ha dado el paso de ser cofrade, también lo han hecho su marido y sus hijos.

Para otras personas, el miedo a la pérdida de un ser querido es lo que las ha unido aún más al Cristo. La historia de Rosalía Frade es un claro ejemplo de que, si uno cumple sus promesas, los objetivos se acercan. Todos los años se sigue ofreciendo al Cristo por un agradecimiento no solo especial, sino el más determinante de todos: salvarle la vida. Apunta que cuando era recién había nacido estuvo a punto de perder la vida, por lo que su madre realizó la procesión con el fin de buscar una “ayuda” que remediase esa situación, por una intercesión divina.

"Todo lo que he pedido al Cristo, me lo ha concedido"

Lina

Del mismo modo le ocurrió a la madre de Lina, que realizó la procesión descalza pidiéndole a la imagen que su hijo se salvase. La relación de Lina con el Cristo ya se remonta a cuando ella estaba en el vientre de su madre. Dos semanas antes de que naciese ella, su madre estaba procesionando. Pero, quien realmente inculcó dicha devoción fue su abuela materna. Para Lina, el Cristo de la Victoria es una imagen con una fuerza indescriptible, llena de magia y energía. Le resulta inefable explicar qué significa el Cristo para ella. “Es que todo lo que he pedido, me lo ha concedido”

No a todas las personas les viene “de cuna”, como es el caso de Aurora Cal. Todo empezó por su hermana, que asistía asiduamente y la animó a sumarse a la extensísima riada de fieles. “Fue en un momento determinado de mi vida que sentí que me hacía ese click y, a partir de ahí, me volqué”, comenta. El primer año fue con una amiga, el segundo se unió otra y así hasta que formaron un grupo grande. Ahora cada primer domingo de mes lo tienen marcado como “su día”. Aquel que ya no se pierde nunca. “Es un día de amigas, pero con algo especial. Estamos juntas, viendo la procesión lo que, para nosotras, en un punto de conexión”, asegura. Emocionada, Cal recuerda que “quien las lleva a todas” es su amiga Chus. Tal ha sido “el flechazo” por la procesión que incluso algunas de ellas se han hecho cofrades. Para Cal, el Cristo se ha convertido en un referente “para muchas cosas”, tanto personales como para la ciudad, y cada vez le gusta más. Este año, cogiéndole el testigo a su hermana, ha acompañado a una amiga suya de Vilagarcía a la ceremonia de imposición de medallas.

Vigo, ante el Cristo de la Victoria: todo listo para la gran procesión

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Marta G. Brea

Sus historias forman una pequeña parte de una mucho más grande que se cuenta cada primer domingo de agosto. Porque ese día no solo gira en torno a Cristo, también hay espacio para que deslumbre el legado de muchas familias que ha perdurado en el tiempo a base de un compromiso fiel con quienes se lo inculcaron, con la imagen, pero sobre todo con ellos mismos.

Algo que comparten todas es que la fe mueve montañas. La presidenta de la Cofradía del Cristo de la Victoria, Marora Martín-Caloto, son conscientes de la oleada de cariño que le transmiten las familias enteras, pero sobre todo del legado vivo que están cultivando de padres a hijos. Lo pudieron experimentar en la ceremonia de imposición de medallas de este año, en la que se unieron 90 cofrades nuevos.

La Casa de Campo reúne a los protagonistas de la cita

En la fila de abajo, Touza, García-Baquero, Caballero, Martín-Coloto, Torrente y Quintero en la comida de la casa de Campo.   | // MARTA G. BREA

En la fila de abajo, Touza, García-Baquero, Caballero, Martín-Coloto, Torrente y Quintero en la comida de la casa de Campo. / Marta G. Brea

Después del parón obligado por el COVID y un regreso hace un año marcado por la emoción, la Casa de Campo volvió a acoger la tradicional comida de confraternización entre autoridades religiosas, civiles, sociales y políticas de la ciudad.

La reunión estuvo encabezada por la presidenta de la hermandad del Cristo de la Victoria, Marora Martín-Coloto, junto al obispo de la Diócesis de Tui-Vigo, Luis Quintero Fiuza. Junto a él estuvo el predicador invitado de este año. Será monseñor Jesús Rodríguez Torrente, juez auditor de la Rota de la Nunciatura Apostólica de Madrid.

Además del alcalde de la ciudad, Abel Caballero, y el concejal de Fiestas Especiales, Ángel Rivas, estuvieron presentes los otros dos protagonistas de esta edición: la fiscal general del área de Vigo, Susana García Baquero, y el presidente de la Cooperativa de Armadores (Arvi), Javier Touza, quienes leerán el pregón y portarán el pendón respectivamente.

Pasión compartida y centenaria

Carlos Mouriño, durante el nombramiento del Celta como cófrade de honor

Carlos Mouriño, durante el nombramiento del Celta como cófrade de honor

Dos símbolos de la ciudad unidos por su pasión, sufrimiento e identidades en su “mes grande”. La Cofradía del Santísimo Cristo de la Victoria concedió este viernes el título de cofrade de honor al Real Club Celta de Vigo “con ocasión de su centenario y en reconocimiento a su meritoria trayectoria y contribución al desarrollo de nuestra ciudad y a los fines de la cofradía, plasmada, entre otras, en su desinteresada colaboración en todos los eventos para los que a los largo de los años, ha necesitado su presencia. En un emotivo acto en la Colegiata, la cofradía quiso “manifestar su ilusión ante la entrega de este título, pues el Celta y la Cofradía del Santísimo Cristo de la Victoria son dos instituciones históricamente presentes en nuestra ciudad y de gran arraigo” entre los vigueses. En el mismo estuvo presente el presidente del club, Carlos Mouriño, acompañado por jugadores y cuerpo técnico, que hoy volarán hacia Alemania para continuar con su pretemporada.

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