Ramallets, el portero sin guantes

Primer centenario de este guardameta de leyenda, que debutó con el Barcelona durante un partido disputado en el estadio de Balaídos en 1946

El guardameta Antoni Ramallets.

El guardameta Antoni Ramallets. / FDV

El Mundial de Fútbol de 1950 se celebró en Brasil, cuna de algunos de los mejores futbolistas del mundo. Aquel año el equipo español no esperaba más que superar las primeras fases, sobre todo porque los seleccionadores, Guillermo Eizagirre y Benito Díaz, aun no tenían decidida una alineación definitiva. En aquel equipo figuraba un joven portero que se había destacado en el F.C. Barcelona por sus paradas espectaculares en las dos últimas ligas, pero iba como tercer candidato, sin apenas posibilidades para entrar en el cuadro titular. Se llamaba Antoni Ramallets y los caprichos del destino hicieron que defendiese la portería de la selección española en los últimos y trascendentales partidos de aquel campeonato, en los que se consagró con intervenciones memorables. España llegó a la semifinal y terminó en cuarta posición, la mejor clasificación hasta entonces, gracias en gran medida a las paradas de Ramallets. A su regreso a España la afición ya lo conocía como “El Gato de Maracaná”, el apodo con el que lo había bautizado Matías Prats. Con la selección jugó 34 partidos más.

Hasta entonces la historia del fútbol español apenas contaba con porteros destacados, entre ellos Ricardo Zamora, también del Barcelona, en cuya memoria se creó el trofeo que lleva su nombre, que se concede a los guardametas menos goleados de cada temporada. Ramallets lo ganó en cinco ocasiones (1952, 56, 57, 59 y 60), aunque podrían haber sido más porque cuando se creó el galardón ya llevaba unas cuantas temporadas defendiendo con éxito la portería del Barça. La línea culé que une a Zamora con Ramallets se prolongó en la primera década del 2000 con Víctor Valdés, hasta ahora el único portero en igualar el récord de Ramallets.

Ramallets había llegado a la titularidad del Barça también de carambola, una tarde de 1946 en la que Juan Velasco, el primer portero, se lesionó en un ojo después de un choque con Mekerle, del Celta, durante un partido en Vigo. Fue entonces cuando el entrenador sacó por primera vez a Ramallets de la suplencia. Aquella temporada el Barça celebraba sus bodas de oro con partidos contra el Palmeiras y el Copenhague y fue la gran oportunidad de Ramallets para reivindicarse como titular. Esas primeras actuaciones le validaron en ese puesto, que se prolongó durante 573 partidos más. Con él bajo los palos el Barcelona ganó seis ligas y cinco Copas de España, dos copas Eva Duarte, dos copas Latinas y otras dos Copas de Ferias. Siempre sin usar guantes (se humedecía las manos para que el balón no se le escurriera), la afición azulgrana lo convirtió en uno de sus mitos junto a nombres que conformaron un equipo de leyenda que los aficionados memorizaban: Ramallets, Olivella, Rodri, Gracia, Segarra, Gensana, Tejada, Evaristo, Kubala, Suárez y Kocsis.

Cuando en 1958 Helenio Herrera llegó de entrenador al Barcelona, le confesó al portero que unos directivos que, según él, no tenían remota idea de fútbol, le habían dicho que tenía que buscar un nuevo portero porque Ramallets se estaba haciendo mayor, y que ya tenían una lista de cuatro posibles sustitutos. “¿Qué les contesto?” –le dijo el técnico. “Que es verdad –dijo Ramallets-, que no tienen ni remota idea”.

La despedida de Ramallets del fútbol estuvo precedida por un fallo dramático, cuando en la final de la Copa de Europa de 1961, que el Barça jugaba en el estadio Wankdorf de Berna contra el Benfica, en una acción desafortunada, cegado por el sol, Ramallets convirtió un mal despeje de puños en un autogol que supuso la derrota por 3 a 2, después de estrellar el Barça cuatro tiros en los palos de la portería contraria, que en aquel estadio eran cuadrados. Siempre maldijo aquella acción fallida. Habían eliminado al Real Madrid, que ganara las cinco copas de Europa anteriores, y salían como favoritos. Pero no pudo ser. Se retiró al año siguiente, después de un partido en el Camp Nou frente al Hamburgo de Uwe Seeler que el Barça ganó por 5 a 1.

Antoni Ramallets Simón nació en el barrio de Gràcia el 1 de julio de 1924, hace cien años. No le gustaba estudiar, así que cuando cumplió 15 años sus padres le buscaron un empleo en la fábrica textil Casacuberta. En su juventud tenía fama de narcisista, engreído y de don Juan, y se rumoreaba que salía al campo con un pequeño espejo en el que se veía de vez en cuando para peinarse. En Maracaná, ya las mujeres habían empezado a llamarle “O Belo Goleiro”. Su buen tipo y su atractivo físico le facilitaron participar en varias películas de fútbol, un género casi ausente del cine español, como “Once pares de botas” y “Los ases buscan la paz”, un biopic de Kubala en el que también aparecen Samitier y Alfredo Di Stéfano, su rival en el Real Madrid. En “La gran mentira”, de Rafael Gil aparece interpretándose a sí mismo.

Después de pasar por los primeros equipos de categorías inferiores, llegó en 1946 a la Primera División con el de su barrio de Gràcia, el C.E. Europa, cuando tenía 17 años. Le pagaban 200 pesetas al mes. La casualidad hizo que su primer partido con el Barça en Primera fuera precisamente contra el Europa. Antes de llegar al Barcelona había jugado también en el San Fernando de Cádiz mientras hacía la mili allí. Después pasó por el Mallorca y el Valladolid, equipo al que entrenó cuando abandonó la portería. El 24 de septiembre de 1957 tuvo el honor de formar parte del equipo de estrellas que inauguró el Camp Nou.

Cuando se retiró del fútbol trabajó como administrativo en un banco hasta su jubilación. No tenía muchos ahorros porque entonces los fichajes no eran millonarios y el fútbol de Primera daba poco más que para ir tirando bien. Murió a los 89 años en Sant Joan de Mediona, donde vivía. Ningún poeta le dedicó una oda como la que Rafael Alberti había escrito en honor del portero húngaro Platko, pero sus versos se le pueden aplicar con todo merecimiento:

¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?

Nadie, nadie se olvida,

no, nadie, nadie, nadie

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