Sálvese quien pueda

¡Ah, la música, banda sonora de la vida! (Y 2)

Alaska y los Pegamoides.

Alaska y los Pegamoides. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

¿Es la música la banda sonora de nuestra vida? Nadie lo duda, como que cada cual tiene la suya. Yo escribí el pasado domingo de esa mía que empezó de niño en los 50 alrededor de la música que proclamaba aquel aparato mágico de la casa de mis padres, la radio, en torno al cual se reunía la familia entre coplas, pasodobles, rancheras, flamenco y algún bolero. Los 60 a sus finales los pasé entre la beatlemanía anglófila que despertaba, la brincomanía española y esa canción francesa en torno a la cual destilé mi primer amor con AdamoMis manos en tu cintura. En aquellos 60 asistí con embobada adolescencia a la primera movida de Vigo. Aquel Vigo del tranvía, conectado con Londres por los discos de la tienda Giráldez donde oímos por vez primera a los Bravos, Sirex, Mustang, Lone Star... mientras sonaban en la ciudad los locales Zuecos, los Diávolos, Los Temples, Los SN, Los Germans... con una riqueza musical no menor que la de los 80 pero con menos medios. ¡Pero si llegué a coorganizar en el García Barbón un festival con un puñado de ellos amparado en el paraguas de la Acción Católica.

Los 70 fuero aquellos años universitarios en los que hacer el amor era un acto antifranquista: cuando me acostaba en compañía tenía un tic Walt Whitman leyendo como si pusiera ambientador algún poema de sus Hojas de hierba; cuando me levantaba lo hacía con Paco Ibáñez y su Amor tirano escrito por Góngora o el A galopar de Alberti que oigo ahora aunque no con el mismo sentimiento de la veintena. Según la compañía. Sonaban a la vuelta de la universidad la trompeta triunfal de la democracia pero no oculto que antes canté, en diario ritual de anochecida, un himno guerrero cuya letra no cuento por no perder amigos delicados; casi dos años de ejercicio marcial con sus cánticos de sangre y fuego que acabaron un 20-N ante el ataúd de Franco ya fiambre. Fue militar entonces mi banda sonora.

Del ejército al periodismo hasta hoy. Sonaba en mis inicios con la pluma Un beso y una flor de Nino Bravo, el Vete de los Amaya, el Hoy tengo ganas de ti de Gallardo o el Dime que me quieres de Tequila, como sonaba Violeta Parra, Paco de Lucía y su Entre dos aguas o el Volando voy de Kiko Veneno,  por decir solo españoles. Arrasaba ya Serrat con_Mediterráneo y pasé una noche de parranda con él en A Coruña que acabó de día. Julio Iglesias vendía ya sin freno ni mesura, el mismo que en los 80 visité en Miami y en su concierto de Balaídos me reclamó al camerino mientras se vestía para pedirme opinión sobre el mismo.

Los 70 acabaron triunfales con Johann Sebastian Bach y su música eclesial de matrimonio como sonó en dos bautizos el Canon en Re Mayor de Pachelbel. Pero llegaron los años 80, ¡ay, los 80! Se salía de las catacumbas de la movilización antifranquista y se entraba en la “movida”. Aquella década de los 80 fue un período de agitación preñado de día por sucesos políticos y económicos de envergadura mientras por la noche una tribu de modernos mezclaba euforia creativa con un desenfrenado espíritu lúdico. Todo fue locura creativa, confusión, noches sinfín y cosas que no te cuento. Pasaron por mi coche, melena al viento, los culos más sonados de esa década, unos de día, de noche otros. El periodismo diario se atropellaba en mi vida con la moda gallega y la hostelería con una discoteca almenada. Sigo vivo por suerte mientras oíamos a Alaska o el Like a virgin de Madona, admirábamos las fotos de García Alix o presentábamos en París a los gallegos de Galicia Moda. Llegué a los 90 desfondado, fiel a Sabina aunque nunca fui de Corazón partío. Pasados lo 90 vinieron muchos años con su propia música pero aquí paro por cansancio, tras este viaje desde los 50. Una vez oí a Pablo Alborán cantar que hay un cuento de hadas que siempre acaba bien. Mandé esa canción a una zagala y, quizá por ese azar, casé por vez tercera. La vida sigue entretejiendo su banda sonora. 

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