Sálvese quien pueda

¡Ah, la música, banda sonora de la vida! (1)

La formación original de Los Bravos.

La formación original de Los Bravos. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

Mi amigo vigués Carlos Fenández, director de la revista y club Adictos a Deep Purple, me contó con júbilo el encuentro que organizó con socios deepurpleros de todo el país con el grupo aprovechando su actuación de hace unos días en Madrid. Volví a a escuchar, ahora en Youtube, aquella música que empecé a oir alrededor de los años 70 con temas como Smoke un the water, Hush o Woman o Black Night en discos, en pubs o discotecas de avanzadilla, en radio gracias a locutores como Pepe Domingo Castaño o en los programas especializados de Mariskal Romero. ¡Qué nostalgia positiva me produjo sintonizarlos ahora, trasladar mi cuerpo al que tenía aquellos años 70 universitarios!

¡Qué suerte haber podido gozar tantos cambios generacionales en la música a pesar de que, como contrapartida, hayas encanecido! Hay un libro por ahí de Elena Castillo titulado Soundtrack. La banda sonora de nuestra vida que yo solo he ojeado pero a ella le sirve para novelar con la idea de que tras cada canción hay una gran historia de amor. Es cierto, yo podría citar una en cada uno de mis apartados amorosos importantes, aunque hay mucho más: está la historia de nuestras vidas. Sabemos que la memoria es fundamental en nuestra existencia, nos permite entre otras cosas no repetir errores del pasado aunque nuestro cerebro sea capaz, en lo personal, de falsificar por su cuenta una parte a la hora de reconstruirla. Incluso nuestra memoria autobiográfica no refleja el registro exacto del pasado que nos gustaría pensar que fuera. El cerebro obra a veces una acción terapéutica devoviéndonos un pasado menos vulgar de lo que fue, y hasta nos convierte en los protagonistas que no fuimos, capaz de borrar aquello que nos crearía problemas de conciencia en el presente. Pero la música activa toda una red de componentes multisensoriales, nos presentiza cómo se sentía algo, cómo se veía, cómo sonaba, qué hacías entonces... con un sinfín de emociones involucradas.

Mi primera memoria de la música tiene que ver con la que se oía en las radios; todavía no vivíamos ese acoso permanente actual de mirada y escucha que nos pone a punto de psiquiatra y podías prestar atención ordenada a unas pocas cosas. Yo recuerdo la copla y el pasodoble, el flamenco, rancheras y algunos boleros cuando volvía del colegio y me sentaba ante un invento mágico, la radio, el medio de entretenimiento familiar dominante entonces. Lo recuerdo con mucha ternura y agradecimiento a esos ritmos que entretejieron mi sistema nervioso y siguen ahí, prestos al combate aunque después hayas escuchado tantas cosas diferentes. Estaba Brassens, Edith Piaf, Serge Gainsbourg, Ferré, Brel, Juliette Greco pero de todo este encantamiento francés de posguerra nada oía yo de niño.

Los años 60 ya fueron otra cosa porque pasé de oir la música de mis padres a la que me gustaba a mí y en esa edad del pavo todo es vibración, emoción, significación… Antes que nada fue nuestra propia cantera, desde el Raphael con el que estrené mi primer tocadiscos Dual Bettor aguja zafiro pasando por Los Bravos con cuyo Black is black bailaba desenfrenado en los guateques, en esos primeros ritos de pavoneamiento ante las damas, igual que el Dúo Dinámico me ilusionaba con su Quince años tiene mi amor mientras componía mi primera poesía a una mujer. Antes había sentido un flechazo preadolescente con Marisol y su Adelante mis valientes y otro con una americana que pasó vacaciones en mi casa y a la que regalé un single con su nombre, Margarita, que decía lo que yo no me atrevía.De nada sirvió, no pareció entender nada. Aquella década de Beatles o Rolling fue a su final la de la pieza inolvidable que le canté al oído a la que sería mi primer amor: Mis manos en tu cintu, de Adamo. Te traicioné, España, con la canción francesa.

Suscríbete para seguir leyendo