El relojero detenido en el tiempo

El ourensano Odilo Fernández continúa elaborando relojes y piezas de alta y media joyería, fundamentalmente de diamantes, del mismo modo que lo hacía su abuelo hace un siglo, con sus propias manos

“Llevamos 115 años haciendo los relojes de la misma manera que los hacía mi abuelo”, comenta Odilo Fernández, integrante de la tercera generación de El Cronómetro 1918, un negocio familiar ubicado desde hace casi un siglo en el mismo local de la ourensana calle de A Paz. El mismo par de mesas en las que su antepasado ensamblaba de manera artesanal cada una de las piezas de los relojes mecánicos de pulsera y de las joyas hechas a mano continúan conformando el pequeño taller artesanal donde Fernández trabaja con el mismo sistema que empleaba su abuelo, primero, y su padre, más tarde.

“Mantenemos el modelo de reloj que registró mi abuelo como marca de fabricante para conservar el nombre, no porque nos dé beneficios; es algo emocional, histórico”, relata Odilo Fernández, quien lleva junto a su hermana María el negocio familiar. El modelo al que se refiere es de oro macizo (también lo hay en plata o platino) y cada una de sus piezas se hace a mano, sin molde ni troquel: las agujas, (no hay dos iguales), la esfera, la corona, la caja y hasta la hebilla de la correa. “Lo hago en los ratos libres, lentamente, hay años que consigo hacer seis y otros solo uno”, expone Fernández, quien suele tener vendido el reloj antes de terminarlo, pues siempre hay clientes esperando a hacerse con uno.

“Visto desde fuera a la gente le sorprende que hoy en día alguien pueda hacer completamente a mano un reloj o una sortija. Es como se hizo toda la vida, lo que ocurre es que en los últimos 40 o 50 años se produjo una transformación en la que todo se produce, pero antes de eso si querías un traje te ibas a un sastre, un reloj a un zapatero y una sortija a un joyero”, explica este artesano ourensano. La falta de suministros en tiempos de guerra hizo que los relojeros como el abuelo de Fernández dejaran de recibir las piezas necesarias para ensamblar un reloj como si de un puzzle se tratara y se las ingeniaran para fabricar ellos mismos cada componente, “utilizando movimientos, combinando piezas y transformando otras sin depender del exterior”.

“No tiene lógica comercial ni nos da beneficios; lo sigo haciendo para mantener la marca que registró mi abuelo, como algo con valor histórico y emocional"

El precio de un ejemplar de este reloj de manufactura propia oscila entre los 2.800 euros que cuesta el realizado en plata y los 5.600 del de oro macizo de 18 quilates, tal y como consta en el catálogo online del negocio. “No tiene lógica comercial, lo hago altruístamente, si quisiéramos sacar beneficio tendríamos que hacerlo de manera industrial, no a mano, cualquiera que vea cómo lo hacemos diría que es antidiluviano, y es verdad”, reconoce Odilo Fernández. Y aún así, no consigue atender todas las solicitudes. “Desgraciadamente no podemos venderlo a todos los que lo quieren ni a clientes que me encargan más de uno, aquí se lo lleva el primero que está en la lista de espera”.

La historia de El Cronómetro 1928 es la de los (cada vez menos) negocios que sobreviven durante más de un siglo y comienza en 1903, cuando Odilo Fernández Losada empezó a dedicarse a la venta y realización de piezas de joyería y relojería en la aldea ourensana de San Miguel del Campo. En 1911, como muchos gallegos, cruzó el Atlántico, y recaló en la entonces floreciente Cuba, donde abrió un establecimiento para la venta de sus propias piezas con el inconfundible estilo art déco imperante en la época. En 1928 regresó a a Galicia y se instaló en la ourensana calle de A Paz, en el mismo establecimiento donde ahora están sus nietos al frente del negocio, dando vida a sus propias colecciones de joyas realizadas en los talleres originales, y a los codiciados relojes mecánicos de su propia marca.

Reproducción de la foto del establecimiento en 1928, cuando abrió sus puertas en Ourense.   | // ALAN PÉREZ

Reproducción de la foto del establecimiento en 1928, cuando abrió sus puertas en Ourense. / Alan Pérez

Odilo Fernández, nieto del fundador, recuerda su infancia en la joyería. “Salía del colegio y me venía aquí, los fines de semana y en vacaciones también, en esa época aprendías el oficio porque lo veías, tanto el de relojero y joyero como el de comercial y atención al público”, rememora. Encargarse de ir a los recados, ayudar a limpiar el taller o hacer una sortija eran algunas de las tareas que le iban encomendando a medida que iba creciendo y se iba formando en el oficio al que luego decidió dedicarse. De hecho aún recuerda accionar el fuelle de la fundición que mantuvieron hasta hace dos décadas en el patio de la tienda. “Se usaba para fundir grandes cantidades de oro en las épocas en que este metal se trabajaba como materia prima para elaborar hasta hebillas de cinturones o botones de camisas; hoy en día el precio del oro es muy alto y no se hacen cosas ostentosas, sino piezas con mucho valor pero con menos metal que no requieren una fundición”, explica Odilo Fernández.

Esas piezas a las que se refiere son las de alta-media joyería que ellos diseñan y producen, fundamentalmente con diamantes, aunque también venden productos de otras marcas y con otro tipo de piedras preciosas. Como gemólogo especialista en diamantes, Odilo Fernández ha tenido que formarse más allá de los conocimientos que adquirió en el negocio familiar por parte de su abuelo y su padre. “Hoy las piedras no se pueden identificar solo con los conocimientos heredados, la ciencia ha evolucionado mucho para que se puedan hacer piedras sintéticas, pero también para que los gemólogos podamos identificarlas, con la ayuda de la tecnología, la formación gemológica y el instrumental necesarios”.

Aunque el negocio tenga más de un siglo, no es ajeno a la evolución en los gustos del cliente. “Constantemente vamos a las ferias internacionales del sector para ver las tendencias, aunque en joyería no ocurre como en el textil, que la última moda deja desbancada a las anteriores”, manifiesta Fernández. Crear piezas apetecibles para el público sin dejar obsoletas las que se han comprado cinco años antes es, pues, el reto con el que trabajan en el diseño de piezas propias, algunas de las cuales ya han registrado en modelos de producción industrial por la innovación que han supuesto. “A lo largo del año tenemos dos periodos de fabricación en el que hacemos piezas exclusivas que solo vendemos en nuestra tienda, somos productores pequeños y la mayoría de nuestros clientes viven en la ciudad, así que no hacemos nunca dos piezas iguales, a no ser por petición expresa, para que no coincidan los clientes en un mismo evento con joyas idénticas”, asegura González.

Él mismo diseña las joyas que fabrican en su taller haciendo las piezas patrón completamente a mano. No emplean diseño en papel ni por ordenador. “Si quieres hacer una sortija para que luego la haga otra persona, hay que hacerla primero en tres dimensiones; es como un escultor que quiere hacer una figura en bronce; primero debe de esculpirla en barro”, expone este joyero artesanal.

Del art déco a la joyería postpandemia

Desde los años veinte del siglo pasado, el sector de la joyería ha evolucionado tanto en estética como a nivel de mercado. Una de las tendencias más marcadas fue precisamente la imperante en la época en que Odilo Fernández Losada abrió la tienda recién llegado de Cuba. El llamado art déco destilaba en cada una de las piezas, imprimiendo un estilo de líneas rectas y minimalismo a las joyas que hoy en día siguen pareciendo hermosas y son muy codiciadas en las subastas de las grandes salas, como Christie’s, Sotheby’s o Bonhams. “No solo no han quedado obsoletas, sino que se han revalorizado”, indica Fernández, quien señala que en su establecimiento guardan como recuerdo, no a la venta, un estuche de sortijas de ese periodo. “Eran piezas ligeras se usaba mucho el platino, que hoy siguen pareciendo bonitas, no tienen nada que ver con lo que se lleva ahora pero te las pondrías hoy mismo”, añade. Tras la Segunda Guerra Mundial y ante la escasez de materiales preciosos, estos se utilizan en pocas cantidades o en finas láminas, con lo cual se ponen de moda las cadenas cilíndricas y huecas, los tubos de oro sinuosos y los broches grandes con motivos florales. En los años 50, vuelve el oro, las gemas y, especialmente, los collares de perlas. En 60 y los 70 triunfa la estética pop, piezas grandes “poco agradables a la vista”, a juicio de este joyero. Los ochenta son la década de la ostentación, los noventa de las copias, y las primeras décadas del siglo XXI son un revival del siglo XX y de los diseños imposibles.

Estuche de sortijas de diamantes del periodo art-déco

Estuche de sortijas de diamantes del periodo art-déco. / Alan Fernández

En la actualidad, tras la pandemia, empezó un estilo de minimalismo, donde “menos es más, pero también se trata de poner más calidad en menos espacio. “Los jóvenes vienen con fotos de Instagram donde ven piezas de joyería a un influencer. No les vale cualquier adorno, quieren una joya de oro con un zafiro azul, porque alguien popular lo lleva, no les vale el adorno hecho con una cinta de cuero”, comenta Fernández.

“Vienen aquí y me cuentan una historia sobe las piedras que yo ya me sé. Me dicen que el oro les gusta porque es reciclable desde la época de los romanos; hay una vuelta a la joya como símbolo, pero también como producto ecofriendly, parece que ahora han descubierto que las joyas son ecológicas, que el oro se recicla y se puede fundir miles de veces, que las piedras son un regalo de la naturaleza que hay que cuidar pero no es algo industrial que contamina. Y que es lo más hipoalergénico que puedes llevar en contacto con tu piel”, expone este gemólogo.

En cuanto al perfil de su clientela, destaca que es muy heterogéneo. “Estamos especializados en joyería media-alta, pero también tenemos piezas normales, los diamantes no son baratos pero puedes encontrar un solitario pequeño desde 250 euros, por 500 o 600. Los que quieren una grande, de 40.000 o 50.000 euros, también lo pueden encontrar aquí”. Y aunque tienen tienda online porque “los tiempos lo demandan”, la inmensa mayoría de las ventas, sobre todo en media y alta joyería, las hacen en la propio tienda. “Si te vas a gastar 1.500 o 30.000 euros en una joya es normal que quieras verla, tengas referencias del lugar donde lo compras y te asesores con personas con cocimientos que te ofrezcan una garantía y una seguridad”, considera Odilo González.

Con respecto al posible relevo generacional, tanto Odilo como su hermana esperan que sus hijos puedan continuar en un futuro con la tradición familiar iniciada hace más de un siglo.

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