Las playas de Panxón que no te podías perder... hace 70 años
Un artículo publicado en 1954 repasa los arenales de la localidad, con alusiones sorprendentes a la cala "familiar por excelencia" que hoy es casi inaccesible
"He aquí, querido lector, las playas que, con la sublimidad de sus bellezas, atraen todos los años en riada progresiva a la más distinguida colonia veraniega". Es el remate de un artículo publicado en FARO en 1954, pero que, despojado de cierta pompa estilística, bien podría lanzarse hoy en busca de fortuna en redes sociales y buscadores con el típico titular de 'Las playas de Panxón que no te puedes perder este verano'. La pieza estaba encabezada con un simple: "Glosas sobre nuestras playas. Su belleza, imán de atracción turística".
El autor, el polifacético panxonés Emilio Alonso Freiría, repasaba en sentido norte-sur los arenales de la localidad, "que acaso sea, dentro de la península, la que en menor espacio tenga mayor número de playas". En un litoral de "unos cinco kilómetros", él listaba siete, una de ellas hoy impracticable, aunque en realidad hay algunas más. ¿Soportan el paso del tiempo sus descripciones? ¿Qué escribiría hoy?
Patos
Faltaban muchas décadas para que el arenal se convirtiese en la meca surfera que es hoy. De hecho, hasta poco antes "era un lugar solitario"; por esos años acababa de construirse un pequeño grupo de modestísimas viviendas de protección oficial con vistas las islas Cíes y también la entonces denominada residencia de educación y descanso 'Luis Collazo' "para el veraneo de productores.
El cronista le asigna 400 metros "de finísima arena" y destaca que está "bien comunicada por carretera y ferrocarril eléctrico". "Es un núcleo poblado de los más cómodos, poéticos y pintorescos".
Serra
El artículo se salta las playas conectadas con Patos, pero que conservan topónimos propios —D'Abra y Cansadoura (o de O Carreiro)— y hace una muy sorprendente parada en Serra, "que se esconde en los recovecos de Monteferro". Es curioso, porque se refiere a ella como "playa familiar por excelencia" por su "pequeñez y recato", pero hoy en día es impensable imaginarse a unos críos jugando en su orilla. Por inaccesible y porque ya apenas, y en bajamar, queda arena. Sí conserva "la umbría de los pinos frondosos" y sigue flanqueada por "los cantiles afilados de la costa".
Portocelo
Alonso Freiría pasa ya a la cara sur de Monteferro, se deja por el camino algunas calas minúsculas y se detiene en Portocelo. A ella, cuenta, "se van habituando ya los veraneantes por sus condiciones especiales, sol y sombra, frescor de campiña, recogimiento y belleza". Hasta aquí venían los turistas que, después de bañarse, "gustan de tomar un refrigerio sobre alfombra de césped bordada de auténticas flores, con música de mar y contrapunto de bosques".
Arribas Brancas
Salta el cronista pequeña joyas que no citaremos para no desatar el odio de los autóctonos y se detiene en lo que denomina Arribadas Blancas, de la que destaca el color de su arena y su aspecto "bucólico", que sigue conservando. Anotaba también que en sus inmediaciones se extraía "mineral arcilloso para fines industriales".
Area Fofa
Esta cala, la última (o primera) del istmo de Monteferro, ha ganado afluencia en los últimos años. Todavía a comienzos de este siglo era un lugar solo para los chavales de la zona o para los veraneantes tradicionales, los de alquilar el piso dos meses y volver año tras año. Su explosión definitiva llegó con la instalación del chiringuito, ¿quién no va a querer tomarse un helado o una bebida fría en un lugar así?
Pero en el artículo de FARO, como se explicó en un reportaje recientemente publicado, se contaba que era "poco frecuentada" y se narraba su leyenda como "praia dos afogados".
A Madorra
De la playa en la que aparece el cadáver en la novela de Domingo Villar se apunta que es bastante concurrida por estar en el poblado, e indica que, igual que hoy, en paralelo a ella discurre la carretera que enlaza con el monumento a la Marina Mercante Universal y con Patos. Del otro lado de la vía "posan, cuan gaviotas blancas, diversas casitas en hilera". Aún queda alguna de esas pequeñas viviendas blancas de marineros que cita.
Panxón
Acaba el artículo con la más grande y destacada, la que comparte topónimo con la villa. Es la playa de San Xoán o Panxón —ambos nombre castellanizados en el texto—, que "se ofrece siempre magnífica al visitante: "extensa, de arena finísima, llana, sin declives acusados y de olas en remanso". El cronista describe su unión con el arenal de Lourido para formar "una sola de tres kilómetros de longitud".
Cita también las barriadas de San Xoán y Gaifar, de aquella con las casas construidas al pie de las dunas, con predominio en las edificaciones de "tipo chalet". De las siete citadas es "la de más atracción turística y la que más ha progresado".
"Raro es el veraneante que, viniendo a ella por primera vez, no trata, prendado de sus encantos, de edificar en sus inmediaciones para poder disfrutar en años sucesivos de su ambiente con mayores comodidades", remacha su comentario sobre la playa panxonesa. Y de aquellos amoríos veraniegos, los lodos urbanísticos posteriores. Pero esa ya es otra historia.
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