Eloy Maquieira, un arquitecto olvidado

Su magno edificio en medio de la calle García Camba constituye el mejor ejemplo del modernismo racionalista que se conserva en Pontevedra (1)

La mejor fachada racionalista que se conserva en Pontevedra, correspondiente
al gran edificio levantado en el número 8 de la calle García Camba.   | // R.L.T.

La mejor fachada racionalista que se conserva en Pontevedra, correspondiente al gran edificio levantado en el número 8 de la calle García Camba. | // R.L.T. / por RAFAEL LÓPEZ TORRE

por RAFAEL LÓPEZ TORRE

Hijo de farmacéutico y hermano menor de dos farmacéuticos, Eloy Maquieira Fernández no tuvo más remedio que romper la tradición y buscar su propio camino para hacerse un hombre de provecho. Al parecer, pronto lo tuvo claro y se decantó por la arquitectura.

Cuando acabó sus estudios con mucha brillantez en la Escuela de Arquitectura de Madrid, el joven recibió un verdadero premio extraordinario fin de carrera por parte de su madre. Nada menos que un coche, que no era poca cosa en la década de 1920.

Doña Joaquina Fernández Cabanillas, señora viuda de Maquieira, se manejaba muy bien en el proceloso mundillo de los negocios, donde una mujer no lo tenía nada fácil. Y más complicado todavía una madre de familia, en una ciudad tan pequeña y tradicional como Pontevedra en aquel tiempo.

Ese regalo estupendo jugó un papel decisivo en la trayectoria de Eloy, porque permitió al recién licenciado recorrer media Europa y contemplar in situ las muestras más representativas de la arquitectura moderna firmada por Walter Gropius, Le Corbusier y Mies van der Rohe. A partir de entonces, Maquieira abrazó con pasión el racionalismo, que inspiró una y otra vez buena parte de sus proyectos urbanísticos.

El joven regresó de Madrid en verano de 1926 con su título bajo el brazo y a principios de 1927 ganó por concurso la plaza de arquitecto municipal del Ayuntamiento de Lugo, en tiempo del alcalde Eduardo Rosón López. Tal circunstancia no ocurrió algunos años antes (1921 para unos y para otros 1923), como indican erróneamente las notas biográficas que muestra Internet.

Su afincamiento en Lugo y la posterior construcción de su casa familiar en Conturiz -obra maestra de arquitectura doméstica- marcó un cierto distanciamiento de Pontevedra. Allí están concentrados sus proyectos más relevantes. Sin embargo, Eloy nunca rompió su vínculo fraternal. De hecho, abrió despacho en la casa de su madre en la Peregrina. Su nombre aparecía junto a Juan Argenti, Emilio Quiroga, Laureano Barreiro y Tano Cochón, los cinco arquitectos con que contaba esta ciudad tras finalizar la Guerra Civil.

Ese desapego físico, que no emocional, explicaría la confusión surgida sobre su proyecto más emblemático en Pontevedra, atribuido a Emilio Quiroga, pese a alejarse bastante de su impronta más clásica: el soberbio edificio ubicado en el número 8 (otras veces el 10) de la calle García Camba.

El Ayuntamiento dio luz verde a aquel proyecto “de planta alta” en septiembre de 1938 -cuando la Guerra Civil tocaba a su fin-, a solicitud de Ramona González Pérez, un nombre anodino hoy, pero relevante entonces. Ramona era la señora de Benito Malvar Corbal, hermano de José e hijos ambos de Domingo Malvar Rodríguez, iniciador de esta saga de renombrados contratistas-constructores. Luego tomó su relevo el popular José Malvar Figueroa (Pin), hijo y nieto de los mentados.

El edificio consta de bajo, cinco plantas y ático, que en su día tocó el techo de esta ciudad. Cuatro partes simétricas conforman su fachada principal, tal y como puede contemplarse hoy: dos centrales integradas por grandes ventanales, y otras dos laterales, una a cada lado, con amplios balcones a los que salen ojos de buey y ventanas para ampliar la iluminación interior. La última planta difiere ligeramente esa armonía con una balconada corrida de una esquina a otra de la fachada.

Interiormente, el edificio acoge dos amplios pisos por planta, a derecha e izquierda, con dos entradas cada uno, que parecen dispuestas para facilitar su doble uso como despacho o consulta profesional, y vivienda familiar (no entrada del servicio). Delante, dos amplias estancias para ese carácter público, y detrás el domicilio particular, con el comedor y la sala de estar al fondo de un largo pasillo que distribuye las demás habitaciones interiores.

Esta organización interna resultó ideal, por ejemplo, para el respetado doctor Crescencio González, que instaló en el primer piso su consulta y su domicilio en 1945 y ya no se movió de allí. Y otro tanto puede decirse del arquitecto César Portela, que montó allí su estudio hace casi medio siglo y nunca quiso cambiarse a ningún otro lugar del mundo.

Cuando murió Maquieira, tenía Portela Fernández-Jardón siete años; ambos pertenecieron por tanto a generaciones distintas. Sin embargo, este recuerda una vivencia singular con respecto de aquel: “la primera vez que fui a Lugo -rememoró hace poco- y pregunté quienes habían diseñado los tres o cuatro edificios que más me gustaron, resultó que todos eran de Maquieira”.

Importante referente del edificio de García Camba fue el Urquín (grande), la sala de fiestas más famosa y popular que conocieron los pontevedreses en la década de 1940. Este local dispuso de otro primitivo y complementario, más pequeño, al otro lado de la calle, junto a Correos y Telégrafos Con el inolvidable Antonio Hereder al frente, el Urquín marcó una época cuyo punto álgido fue la temporada que allí pasó Antonio Machín, ya contada en estas páginas.

Tras el cierre del Urquín, ocupó su lugar Establecimientos Álvarez, del famoso empresario Moisés Álvarez O´Farril. El propietario echó la casa por la ventana aquel 31 de diciembre de 1951 para la presentación ante la sociedad pontevedresa de su espectacular producción en loza y porcelana, salidas de su fábrica de Pontesampaio. Allí lució el comercio muchos años, con sus grandes escaparates a cada lado del portal llenos de unas piezas únicas. Luego el comercio fue víctima de su propia crisis y de la vorágine bancaria que ocupó su lugar, hasta ayer mismo como quien dice.

Sobre la casona que Maquieira hizo en Lourizán para su buen amigo, el profesor Sánchez Cantón, versará la próxima semana una sorprendente crónica.

Un karepa pequeño

Aunque a lo largo del tiempo hubo algún que otro aspirante a doctorando en tan difícil materia, de Álvaro Losada a Rafael Landín, el notario mayor de los karepas pontevedreses, un grupo variopinto de imposible clasificación, no fue otro que Sánchez Cantón. Llama la atención que un profesor tan circunspecto, imagen viva de la seriedad personificada, dedicara tanta atención a unos juerguistas a veces irreverentes, señal de que lo pasó muy bien entre ellos. Don Francisco Javier certificó en uno de sus escritos la militancia karepista de Eloy Maquieira, si bien con una precisión importante: por razón de edad, no estuvo en el equipo fundador de los Karepas mayores, sino entre los Karepas pequeños, que se incorporaron a la fiesta algunos años más tarde. Maquieira perteneció al grupito de Carlos y Antonio Lino, Miguel y Luís Losada, Arturo Carrillo, Carlos Cabezas, Paulino Sáenz-Diez, Raimundo Tapia, José Pita y Luís, el hermano pequeño del propio Sánchez Cantón, amén de Tito Vázquez Lescaille, “casi un párvulo”, según el mentado cronista. Eloy contó con el aval de su hermano Joaquín, karepista de pro y promotor de una célebre gamberrada la noche del banquete de homenaje a Castelao, cuando firmó como Jorge Manrique un telegrama dirigido al gobernador civil que decía así: “Vista la inutilidad del Gobierno, pedimos independencia de Galicia”.

Modernizador de Lugo

Solo un puesto estable de arquitecto municipal en una capital de provincia, tan interesante y apetecible para cualquier joven con la carrera recién terminada, motivó la marcha de Pontevedra a Lugo de Eloy Maquieira. Allí empezó su trabajo profesional con buen pie, porque además del trabajo municipal enseguida recibió varios encargos de propietarios particulares. Eloy ocupó el puesto desde entonces hasta su prematuro fallecimiento en 1944, con la Guerra Civil por medio. En aquel tiempo tan convulso y proviniendo de una familia republicana, resultó decisivo para salvar su pellejo el aval que obtuvo del mismísimo obispo de la diócesis lucense, Rafael Balanzá y Navarro. Durante esos veinte años escasos, Maquieira impulsó una auténtica transformación arquitectónica en aquella vieja urbe amurallada, si cabe todavía más conservadora que su propia ciudad natal. No lo tuvo fácil, ni mucho menos, como bien puede suponerse. Pero logró los apoyos necesarios para sacar adelante sus proyectos vanguardistas, que gozan hoy de un reconocimiento general, tanto de los profesionales como también de los profanos. Una céntrica rúa de dicha capital lleva su nombre en señal de agradecimiento a su impagable labor, rescatada del olvido y puesta en valor por el Colegio de Arquitectos de Galicia a través de su Delegación en Lugo.

El infortunio familiar

Un mal fario golpeó a la familia Maquieira-Fernández una y otra vez desde la más tierna infancia de Eloy. Él guardó siempre el mejor recuerdo de sus hermanos mayores Sebastián y Joaquín, con quienes tuvo una relación más cercana. Sin embargo, apenas conoció a sus dos hermanas, Joaquina y Estrella, quienes fallecieron prematuramente, ésta última en Buenos Aires. Cuando Eloy tenía nueve años, una gran tragedia sacudió la vida familia a causa de la muerte violenta del padre, Sebastián Maquieira Santos, en el interior de la farmacia que regentaba en la plaza de la Peregrina, frente a la botica de Perfecto Feijóo. Un vecino perturbado que estaba a tratamiento médico, Luís Yáñez Lafuente, entró en el establecimiento y sin ningún motivo le disparó un tiro en la sien, ante sus atónitos hijos mayores, quienes a punto estuvieron de correr la misma suerte. Trasladado moribundo a su domicilio en el piso de arriba, el padre falleció una hora después entre la desolación general. La gripe que sacudió España en 1918 se cobró trágicamente la vida de su hermano Sebastián. Después, la Guerra Civil afectó seriamente a su hermano Joaquín, dirigente republicano y masón reconocido, quien salvó la vida por su huida precipitada a Uruguay. Y más tarde, el propio Eloy fue víctima de ese fatal infortunio familiar, puesto que falleció cuando solo contaba 44 años.

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