En Galicia las fortificaciones portuarias se limitaban a los puertos de realengo, Baiona y A Coruña. Los restantes carecían de cualquier medio de protección que no fuera los concedidos por la naturaleza, tales como las muy efectivas barras, generadas en la desembocadura de los ríos, donde entraban en contacto las aguas dulces con las saladas; aquellas aportaban los limos y arenas arrastrados a lo largo del curso fluvial, que el oleaje marítimo detenían en un punto, dando lugar a unos bajíos arenosos, que solo los conocedores del lugar eran quienes de aprovechar y, generalmente, contando con la marea favorable.

Estas defensas naturales existían en la mayoría de los puertos mediavales y en verdad resultaban efectivas; los propios berberiscos de Salé, en la desembocadura del río Bu-Regreg, en fachada atlántica andaluza, se beneficiaban del escaso calado de su puerto, vedado a quienes no fueran prácticos en su navegación. El tan expresivo topónimo de San Juan de Barrameda hace alusión a su carácter de antepuerto de Sevilla, que precisaba recurrir a pequeños barcos de alijo para acceder hasta la Torre del Oro. Finalmente, los continuados aportes fluviales obligaron a trasladar el puerto y puertas de las Indias a Cádiz, abierto al Atlántico.

Pontevedra representa uno de los mejores ejemplos de puerto fluvial. El resumen impreso del pleito mantenido entre Baiona y Pontevedra, para excluir al puerto arzobispal del tráfico internacional, que deberían monopolizar los de realengo (Viveiro, A Coruña y Baiona), da lugar a una recogida de datos por una y otra banda sobre la idoneidad de los puertos de Marín y Pontevedra para el tráfico de alto bordo. Exponen los partidarios de Baiona cómo los navíos de cierto fuste deben emplear Marín como antepuerto y echar mano de navíos de alijo para acercar las mercancías a Pontevedra; a comienzos del siglo XVII un navío de la armada española, el Santiaguillo, rindió una urca pechelinguesa (Flessinga, Holanda).

Dado su gran volumen, no pudo traspasar la barra, por lo que hubo que dejarlo en custodia en Marín; en esta situación se acercó otra urca compañera de la apresada, a la que liberó, sin que el navío español, pudiera evitarlo, al encontrarse tras la barra y con marea adversa. En noviembre de 1610, en el puerto de las Indias de Brasil, con carga de azúcar por valor de cuarenta mil ducados, y un navío de un vecino de la villa cargado de hierro por valor de cinco mil ducados, contando con el valor del barco. Los piratas (no se cita la nacionalidad), que se encontraban fondeados en las islas de Ons, los descubrieron y, al no poder sobrepasar la barra, los robaron y ancoraron en la isla de Tambo, donde permanecieron durante dos días desvalijándolos, sin que acudiese ninguna fuerza de Pontevedra a rescatarlos.

La defensa legal del puerto pontevedrés, que recuerda a la empleada por los partidarios de Sevilla frente al traslado a Cádiz, echan mano de la indefinición de los puertos abiertos, destacando que Pontevedra quedó al margen de las embestidas de Drake en 1585 y 1589, cuando, aparte de Vigo, arrasó el arrabal marinero de Baiona, O Burgo, donde profanó una ermita. Tampoco arribó al puerto del Lérez la armada de los Estados Rebelados, que estuvo en las islas Cíes.

La defensa del litoral entre el Miño y Fisterra se reducía a la batería del puerto de Oia y a la fortaleza de Monte Real en Baiona. Los monjes artilleros eran relativamente frecuentes en otras latitudes, como el célebre Mont Saint-Michel, en Normandía. Su carácter de puerto de resguardo para los navíos frente a los frecuentes ataques piráticos, llevó a la monarquía a levantar una batería y dotarla de ocho piezas de artillería. Los principales acontecimientos protagonizados por los monjes artilleros no son conocidos por la investigación realizada por Santiago y Nogueira, en el ya lejano año de 1902, actualizada en 1974 por P. Yáñez.

En abril de 1607, los monjes descubrieron cinco navíos berberiscos, que daban caza a uno portugués y otro galo, ambos mercantes. Se refugiaron al amparo de la batería monacal; los cistercienses enviaron lanchas para poner a salvo a los tripulantes, abandonando las naves; el abad mandó izar la bandera del monasterio y bendijo la artillería. El monje artificiero, que había sido en su juventud soldado, remangado, disparaba contra las naves turcas, invocando a la Virgen y a San Bernardo.

En marzo de 1627, unos mercaderes franceses otorgan poder al abad del monasterio, cediéndoles los restos del navío Glanda y sus mercancías, que, perseguido por los enemigos se había ido a pique.

En febrero de 1628, un navío portugués, San Pedro de Pernambuco, que se encaminaba a Viana desde Brasil, acosado por dos embarcaciones piratas moras, dió a la costa, salvándose la tripulación y mercadurías.

En noviembre de 1628, una pinaza de Pontevedra, con gente, paños, alquitrán y otras cosas encalló en esta costa.

El belicismo del conde-duque de Olivares, que hizo participar a España en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), aconsejó fortificar el puerto de Marín de manera efectiva. En 1629, se formaliza el contrato suscrito entre el capitán don Payo de Montenegro y Sotomayor, en nombre del capitán general, y Juan de Sendón, maestre de cantería local, para levantar el fuerte de Marín: para que se haga y fabrique en la punta del puerto de Marín un fuerte, para en él poner y plantar pieças de artillería para la guarda y defensa desta dicha villa y del dicho puerto y de los navíos que al dicho fuerte se acoxieren de los enemigos.

La urgencia de esta fortificación militariza su construcción, obligando a trabajar al personal que no llevantarán la mano sin horden del dicho capitán...asta acabarla, trasvaxando en ella todos los días, ansí los de trabajo como los domingos y fiestas.

Para su financiación se recurrió a medios expeditivos, manu militari: la venta de los navíos capturados a los enemigos; en abril de 1625, el capitán don Payo de Montenegro adjudica en 3.400 reales el navío francés La Maria al mercader local Domingo de Andrade.

La fortificación del puerto de Marín no fue esporádica, sino que se corresponde con un plan general de fortificación de la costa gallega, que también abarcaba a los puertos señoriales amparados tras las barras: en 1624, el obispo de Mondoñedo bendice el fuerte de San Damián en la desembocadura del río Eo, obra programada por el capitán general marqués de Cerralbo.

* A Manuel Rodal González.