Y el ganador es... Vladimir Putin

Francisco Hernández Vallejo

El resultado de las elecciones europeas, más allá del clásico “todos hemos ganado” y de la nota exótica de la aparición del extravagante Se Acabó La Fiesta, cuyo líder más mueve a la chanza que al miedo, deja un escenario que debiera mover a la reflexión colectiva, dejando el propio ombligo para mejor ocasión.

Nunca el “divide y vencerás” ha cobrado más sentido.

Los servicios de inteligencia rusa llevan años a través de las redes creando y potenciando conflictos en los países de la Europa libre. En España tenemos constancia de su actuación favorable al “procés”, como en su día hicieron en EE UU, favoreciendo la llegada de Donald Trump.

Nada puede favorecer más al dictador ruso que una Europa desunida ante el conflicto ucraniano y las sanciones que pesan sobre su economía. Su estrategia ha funcionado.

Francia y Alemania, además de ser las dos economías más potentes de la UE, conforman junto a España, Reino Unido (dentro de Europa, pero fuera de la UE), Polonia y Finlandia un bloque granítico contra Putin. Macron ha insinuado, incluso, la posibilidad de un apoyo directo de militares a Ucrania.

El crecimiento de la extrema derecha, pro rusa en Francia, Alemania, Polonia e incluso España, y su consolidación en Italia, Bélgica y Hungría, además de poner en peligro la integridad de la UE, la divide, de tal manera, que tras conocerse el resultado Putin debe de estar festejando el trabajo de zapa diseñado con mimo desde las entrañas del Kremlin.

Si además, en EE UU, el condenado Donald Trump consigue la presidencia, Ucrania como país libre tiene los días contados, y la expansión de un totalitarismo de corte fascista a tiro de piedra. Deberemos entender que el peligro de una demolición progresiva de la Europa de los Derechos cobre mucha más relevancia que las cuitas de Begoña Gómez y las campañas cainitas entre PP y PSOE, que no van a tener más remedio que seguir entendiéndose en el Parlamento de Estrasburgo.

Ese crecimiento antisistema se nutre de la frustración de la gente joven, de unas políticas migratorias que hay que revisar y consensuar, de las maniobras desestabilizadoras antes descritas y de haber priorizado la Europa de los mercados a la Europa de los pueblos. Hay que repensar, una y otra vez, los Estados del Bienestar, saber hasta dónde Europa da de sí, hasta dónde puede acoger, sin menoscabar a sus propios ciudadanos, y emprender de manera directa ayudas a continentes como el africano, con apoyos tecnológicos que potencien allí su calidad de vida, olvidando expolios de sus recursos. Ayudar, no depredar. Hay que dar esperanza que les dé opciones de desarrollo en sus países.

Europa ha sido el motor de la humanidad durante décadas. Patria de los Derechos Humanos y ejemplo en la lucha contra el totalitarismo de ambos signos. Tiene las bases, el potencial, pero falta cohesión y por ese hueco se ha colado el virus que la puede socavar y llevarla a la irrelevancia en una geopolítica endiablada donde casi somos ya espectadores.

El peligro viene del Este y de la autocomplacencia, de las políticas cainitas, del personalismo y la ausencia de líderes/as del corte de Merkel, Miterrand, Felipe González, Billy Brandt, Olof Palme, Mario Soares, Aldo Moro, etc.

Repensar la UE y pensar en la generación que llega. Hay que darles los instrumentos que los alejen del radicalismo.