Opinión | Crónicas galantes

Menores que traen alegría mayor

Lamine Yamal y Nico Williams, celebrando la victoria de España en la Eurocopa.

Lamine Yamal y Nico Williams, celebrando la victoria de España en la Eurocopa. / Paul Terry

“¿Sabes que el Guggenheim nos va a costar 30.000 millones de pesetas?”, preguntaba un hincha del Athletic a otro en cierto añoso chiste de bilbaínos. “Bueno: si mete goles…”, replicó su despistado interlocutor.

No hay mejor definición del fútbol. Al aficionado le importa más bien poco el precio, la procedencia nacional o la raza de los jugadores de su equipo. Mucho menos aún que sean guapos o feos. El caso es que metan goles y den buenos centros al área.

Eso ha ocurrido precisamente con Lamine Yamal, ídolo de la afición tras marcar el gol por toda la escuadra que abrió a la selección el paso a la final de la Eurocopa y su posterior triunfo frente a los inventores del fútbol.

Yamal y Nico Williams, dos extremos de los de antes, se han convertido en los héroes del torneo: y no solo para los hinchas españoles. Toda la prensa europea se ha declarado fan de esta pareja y, en general, del vistoso juego de la selección.

En España hablan de ellos incluso algunos políticos que acaso tengan dificultades para distinguir un fuera de juego de un saque de esquina, como la exministra Montero. Nada más natural, si se tiene en cuenta que el fútbol es, en cierto modo, la continuación de la política por medios menos cruentos que la guerra. Con perdón de Von Clausewitz.

Prueba de esa mixtura entre la política y el balompié fue la reacción del entorno de Luis Pérez, alias Alvise: estrella emergente de la ultra ultraderecha en las últimas europeas.

Contrariado por el carácter multirracial de la selección que España presentó a la Eurocopa, su encargado de prensa publicó una foto de Yamal y Williams abrazados sobre el césped. “¿Pero qué selección española es esta? Parece una broma de mal gusto”, escribió a modo de comentario que no tardaría en retirar de las redes sociales.

La anécdota ilustra el dilema al que se enfrentan los ultranacionalistas en lo que no deja de ser una simple competición deportiva. Parecería lógico que festejasen el exitoso buen juego del equipo de España; de no ser porque les molesta que entre sus figuras destaquen dos chavales de color (oscuro).

A ello hay que sumar el dato de que muchos de los futbolistas de la selección procedan de clubes vascos y catalanes a los que los ultrapatriotas atribuyen una tendencia natural al separatismo.

Curioso parece, en todo caso, que los extremistas cuestionen ahora a un equipo que ha recuperado el antiguo juego por los extremos del campo, ocupados precisamente por Yamal y Williams.

Más allá de estas contradicciones que afligen a los nacionalistas del balón, lo cierto es que el alegre –y eficaz– juego de España ha rescatado para la causa del fútbol a los chavales alejados de esa afición por la PlayStation. No es pequeña cosa.

Hay algo de justicia poética en que fuese un menor hijo de inmigrantes –acompañado, en este caso– el que marcara, junto a su colega Williams, algunos de los hitos de este campeonato de Europa. Los menores y los meramente jóvenes han hecho mayor a la selección, aunque mucho es de temer que los irreductibles sigan, erre que erre, con la matraca despectiva de los menas. Algunas manías son de difícil curación.

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