Opinión

Orbán no está ya solo

Por mucho que repugne a Bruselas, en su doble función de capital de la UE y de la OTAN, el primer ministro húngaro Viktor Orbán no está ya solo en su petición de que callen las armas y hable la diplomacia en Ucrania.

Además de Hungría, también Bulgaria y Turquía anunciaron que abogarían por la apertura de negociaciones para resolver ese difícil conflicto en la cumbre de esta semana con la que se celebra en Washington el 75 aniversario de la OTAN.

El ministro de Exteriores turco, Hakan Fidan, dijo en una reciente reunión de los miembros de la Organización de Estados Túrquicos –Azerbaiyán, Kajajistán y Kirguistán además de Turquía– que su país, “especialmente afectado” por el conflicto, desea “una plataforma de paz”.

Mientras tanto, el ministerio de Exteriores del Gobierno de Kiev acusó a Orbán de haber violado con su viaje de la pasada semana a Moscú para entrevistarse con el presidente ruso, Vladimir Putin, reglas que son “intocables” para Ucrania.

La visita al Kremlin del primer ministro húngaro y actual presidente de turno de la UE provocó una oleada de indignación en gobiernos y medios occidentales por no haber sido coordinada con otros gobiernos.

¿Por qué, sin embargo, no ocurrió lo mismo cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, también sin contar con nadie, acudió presurosa a Israel para expresar allí la plena solidaridad europea con el Estado judío tras el ataque de Hamás del 8 de octubre?

En el conflicto ucraniano, Occidente ha de demostrar absoluta solidaridad con Kiev, y no se admite que nadie se aparte de la línea oficial que marcan Washington y Bruselas.

Pero la guerra es cada día que pasa más brutal como demuestran el ataque ruso a un hospital infantil y el bombardeo ucraniano de una playa del Kremlin llena de gente, las fuerzas rusas ocupan cada vez más territorio mientras aumentan la destrucción del país y con ella, el número de muertos.

Todo ello hace crecer el nerviosismo en las capitales de Occidente, hay quien habla ya incluso de pánico, porque ya nadie, ni los más optimistas, creen posible que Ucrania pueda ganar finalmente esta guerra.

Lo dramático es que tampoco puede la OTAN permitirse a estas alturas una derrota en Ucrania, con lo que la consigna es seguir enviando armas al país invadido en espera de lo que ocurra en las elecciones de noviembre en EE UU.

Armamento que las Fuerzas Armadas rusas se encargarán de destruir como han hecho ya con buena parte del anteriormente enviado.

Pero no importa: se trata de vaciar los arsenales de los países de la OTAN para reponerlos con armas más modernas y por supuesto más costosas, porque la industria eufemísticamente llamada de defensa, que tantas campañas electorales financia en EE UU, necesita firmar nuevos contratos con los gobiernos

Es imprescindible para ello seguir agitando el espantajo de la amenaza rusa, pues si no se para a Putin en Ucrania, “el nuevo Hitler” no descansará hasta tragarse toda Europa.

¿No es suficiente disuasión el artículo 5 de la carta de la OTAN, según el cual un ataque a cualquiera de sus miembros se considerará un ataque a todos? El presidente ruso será lo que sea, pero en ningún caso irracional.

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