Opinión | PENSAMIENTOS

¿Vuelve la mili?

Que no se asusten los jóvenes y que no se alegren algunos mayores. No, la mili, el servicio militar obligatorio, no vuelve a España. Lo que pasa es que la tensión internacional, y las amenazas de Rusia, Irán, Corea del Norte y China hacia Occidente, están haciendo saltar las costuras de las actuales infraestructuras de defensa.

La urgente necesidad de reforzar, modernizar y rearmar los ejércitos europeos frente a los delirios de Vladímir Putin es algo ya asumido por muchos gobernantes. Los militares profesionales hace tiempo que se inclinan por dotar a las fuerzas armadas de mejores arsenales y de mayores efectivos.

España no está en condiciones de sostener “un conflicto bélico de alta intensidad”, aseguran los que saben. Vamos, que haríamos el ridículo en una guerra un poco larga. La suerte es que contamos con el colchón de la OTAN, pero esta alianza también nos obligaría a entrar en combate en caso de que alguno de nuestros socios fuera atacado.

El entonces presidente del Gobierno del Partido Popular José María Aznar suprimió, en 2001, la mili. Hoy, seguramente, el irascible político que nos arrastró, de manera temeraria, a la invasión de Irak en marzo de 2003 no lo haría.

El período de estancia obligatoria en alguno de los tres ejércitos se acabó por que se optó, con buena lógica, por una defensa a cargo de profesionales. Hasta entonces solo los privilegiados mandos recibían una paga adecuada por su trabajo. La tropa cobraba auténticas miserias por sus múltiples y arriesgadas tareas. Lo que les daban cada mes no les llegaba ni para un menú del día.

Veintitrés años después nos encontramos con un Ejército de tan solo 133.000 efectivos activos, más otros pocos miles en la reserva. Esta fuerza es claramente insuficiente, sostienen otra vez los que entienden de la materia, entre ellos el teniente general en la reserva Francisco Gan Pampols.

La solución pasaría, así, por la movilización de la población en general (jóvenes y adultos en condiciones). Pero estos refuerzos necesitarían antes haber pasado por un tiempo de instrucción. Volvería la mili.

La idea choca con múltiples obstáculos: la alta desafección de la sociedad de cara a dar la vida por la nación; la insuficiencia de medios e infraestructuras del Ejército para volver a acoger a decenas de miles de soldados; la merma temporal que este servicio generaría en la fuerza laboral; la opción de la objeción de conciencia como alternativa al uniforme; y el dilema sobre la duración de la prestación.

Una reciente encuesta revela que el 53 por ciento de los españoles no estaría dispuesto a luchar por su país. Habría que ver los porcentajes de los que sí acudirían a las armas en caso de una guerra inminente.

Visto de fuera, los jóvenes bastante tienen con dedicar años y años a su formación, y tratar de encontrar un trabajo con un salario digno (y suficiente para poder vivir, disfrutar y conseguir un hogar independiente). Perder, en esa “lucha por la vida” (como diría Pío Baroja) más de un año cumpliendo con el Estado no es un buen plan.

Por otro lado, muchas personas en edad militar no se sienten españoles. Quizás admitirían ser alistados en ejércitos vascos, catalanes o gallegos. Nunca bajo la rojigualda.

La instrucción obligatoria tendría que extenderse a hombres y mujeres. Los especialistas también hablan de dos años de mili, como mínimo para puestos comunes y más tiempo para destinos cualificados. De momento, seguiremos confiando en que no se arme una gorda.

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