Opinión | Crónica Política

La encrucijada

A la vista de los acontecimientos, no se pueden negar ni que el 1 de mayo ya no es la fiesta que fue, ni que la capacidad de movilización de los sindicatos llena las calles como antes las llenaba. Conviene, por tanto, alguna reflexión a título personal acerca de las causas del debilitamiento de uno de los símbolos que durante más tiempo y con más motivo reivindicó los derechos de los trabajadores. La primera de esas reflexiones tiene que subrayar la excesiva supeditación de las centrales a los Gobiernos más o menos afines a sus reclamaciones, que en estos últimos años ha sido tan clara, rotunda y expresa que ha eliminado lo poco que quedaba de independencia a los criterios laborales del llamado proletariado.

Y es que la política actual ha llevado no tanto a la creación de la igualdad como a la consolidación y agravamiento de la desigualdad. También en este terreno, y hacia donde quiera que se mire hay brechas por todas partes: la mujer ha conseguido, si, una presencia más que significativa en el mundo laboral, pero a la hora de la verdad el lema de “a igual trabajo, igual salario” sigue siendo un mito. Como lo sigue siendo la teórica igualdad de acceso de la mujer a las mismas posibilidades profesionales de los hombres: situación que depende para su eliminación de que lo masculino entienda que eso de “colaborar” se queda corto y hay que participar activamente en la vida doméstica, la familia y hasta en el trabajo mismo para llegar a lo óptimo en equilibrio.

En todo caso, la tarea de la igualdad ha de realizarse sin dividir a la sociedad en dos bandos. Si el machismo es y ha sido la causa del abismo de los derechos a su favor, el feminismo no se puede convertir en un instrumento de represalia. Naturalmente, dicho todo esto, desde un punto de vista personal, pero también desde el convencimiento de que las batallas no se ganan invirtiendo el orden de las responsabilidades: el feminismo es un bien si se ejecuta con métodos razonables, del mismo modo que el machismo lo será cuando desaparezca la irracionalidad de creer y actuar como si una persona fuese propiedad de otra.

En cuanto a los sindicatos, y además de lo dicho, es preciso insistir en que la sumisión, o al menos la identificación total, con los gobiernos que parecen próximos, es discutible. Por una razón fundamental, esos gobiernos –como todos– buscan en primer lugar los objetivos de aquellos partidos que los constituyen, y por tanto en el mejor de los casos la proximidad ideológica puede fortalecer a las centrales, pero a la hora de la verdad, si hay que escoger entre votos y apoyos, el poder público elegirá siempre los primeros. Precisamente por eso se está viendo lo que se ve en cuestión de alianzas y lo que parece que vendrá en cuestiones territoriales.

El resumen de lo expuesto, no trata de rebajar la importancia de lo sindical en el mundo moderno. Sólo de meditar acerca de su adaptación a los tiempos modernos. Unos tiempos que lo han cambiado casi todo en España, menos lo que corresponde al mundo laboral y su organización. Se ha avanzado, claro, pero no lo suficiente, y a veces, en dirección contraria: procede pues un análisis a fondo para que los resultados que la tradición consagra sigan produciéndose. Son necesarios.