Le Fumoir

Mil primaveras más

Javier Puga Llopis

Javier Puga Llopis

Los periódicos nunca han estado demasiado alejados de mi infancia. En casa de mis abuelos, en Vigo, “el Faro” siempre estaba al alcance de la mano, doblado como una sábana limpia sobre la mesita del salón, mientras el sol de agosto entraba al biés por la ventana. En el Vigo de mi infancia siempre era verano. Mi madre cuenta a veces que, teniendo yo siete u ocho años, mi abuelo me lo quitó de las manos y me mandó a jugar. “A este niño solo le interesan cosas de mayores”, parece que dijo. Era verdad. Siempre me fascinaron los periódicos. Paseando con él de la mano por la calle de Urzáiz, al pasar por delante de la vieja redacción, leía su inmenso letrero echando la cabeza para atrás: “Diario decano de la prensa española”. Yo no sabía qué quería decir “decano”, pero me parecía algo muy importante, y mi abuelo me dijo que significaba “el primero”. Yo ahí pensé más en la clasificación de la Liga, de la liga de los periódicos (!), pues, niño, no era capaz de razonar en términos históricos. Pese a todo, al oír “el primero” sentía un cierto cosquilleo de orgullo recorrer mi cuerpo, como si el Celta fuera por delante del Barça y el Madrid en la clasificación, y ese entusiasmo me ayudaba a acelerar mi paso y el de mi abuelo con sus pulmones cargados de nicotina en la fatigosa cuesta de Urzáiz. Años después, ya con alguna lectura a cuestas, comprendí la dimensión de ese decanato en un país que cuenta entre los que más cabeceras tuvo en Europa en los albores del XX, en un momento de la historia en que los diarios tenían partidos políticos, y no al revés. Eran una cosa seria. El FARO nació como lobi en papel para meter presión al Gobierno y que construyera un ferrocarril en el sur de Galicia, una vía que sacara a la provincia del aislamiento. 170 años después, seguimos sin tren, pero al menos hemos podido leer un periódico de calidad durante varias generaciones.

"Escribir en el periódico que leía mi abuelo, casi escrutándolo por encima de unas gafas de culo de vaso como las de Torrente Ballester, hace que se me despierte una sonrisa y se me salten las lágrimas al mismo tiempo"

En FARO DE VIGO se estrenó un tal Ortega y Gasset. En este diario se publicó uno de los primeros poemas de una Rosalía que hacía poesía y no trap, y cuyo rostro ilustraba los billetes de quinientas pelas cuando yo paseaba con mi abuelo por Urzáiz. En él colaboraron plumas insignes como Castelao, Galdós, Cunqueiro –que fue director– o Torrente Ballester. A Torrente todavía lo llegué a ver sentado en una de las cafeterías de Baiona, ya mayor y menudísimo y encorvado su cuerpo tras sus lentes de muchos aumentos, rodeado de todas las mujeres de su familia. A los otros solo los he visto en los lomos de los libros, en bibliotecas propias o ajenas. De ahí el doble honor de colaborar con este periódico: el de saber que uno forma parte, con su columna quincenal, todavía torpe e intacta de ilusión, de una institución casi bicentenaria, por la que han pasado buena parte de las grandes plumas de España. Por otra, y acaso la más importante, la de escribir en el periódico que leía mi abuelo, un hombre bueno del que aprendí muchas cosas y cuyo recuerdo sentado en su sofá verde con el FARO entre las manos, casi escrutándolo con sus ojos azul Galicia por encima de unas gafas de culo de vaso como las de Torrente Ballester, hace que se me despierte una sonrisa y se me salten las lágrimas al mismo tiempo. Proust tenía su duquesa y su magdalena, pero yo tenía a mi abuelo y tengo mi periódico. Aunque él nunca escribió en FARO DE VIGO, diario decano de la prensa española.

Cunqueiro hizo grabar en su epitafio: “Eiqui xaz alguén que coa súa obra fixo que Galicia durase mil primaveras máis”. Pues eso, por mil primaveras más, querido FARO.

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