Entrevista | Miqui Otero Escritor

“La verbena gallega tiene algo diferente, es la música de la diáspora y la emigración”

El escritor, nacido en Barcelona y de familia gallega, presenta hoy en Bueu “Orquesta”

El escritor barcelonés Miqui Otero, de ascendencia gallega, estará hoy en Bueu para presentar su novela "Orquesta".

El escritor barcelonés Miqui Otero, de ascendencia gallega, estará hoy en Bueu para presentar su novela "Orquesta". / Cecilia Duarte

El escritor Miqui Otero nació en Barcelona (1980) y allí desarrolla su trayectoria profesional como escritor, colaborador de medios de comunicación y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona. Pero su familia es originaria de Valadouro (Lugo) y jamás perdió su conexión con sus raíces gallegas. Una conexión que se puede leer, e incluso de alguna manera escuchar en “Orquesta”, su nueva novela y que está ambientada en una noche de verbena en un lugar imaginario (o no tanto porque se llama Valdeplata) de Galicia. Su primera novela “Hilo musical” ganó el premio Nuevo Talento Fnac y la siguiente “La cápsula del tiempo” fue escogida como libro del año por Rockdelux. Hoy estará en la sala multiusos del Centro Social do Mar de Bueu a las 19.30 horas, invitado por Librería Miranda y acompañado por Guada Guerra.

–Usted nació en Barcelona, pero ese apellido Otero delata unos más que probables orígenes gallegos. Esta novela, ¿es de alguna manera una forma de reconectar o volver a su origen gallego?

Yo fui el primero de mi familia que nació en Barcelona y a la que teníamos cinco minutos –o el mínimo tiempo necesario para ir y volver, que no eran pocas horas hace un tiempo– íbamos para Galicia. Por ejemplo, hasta ahora se me ha colocado como el nuevo novelista de Barcelona, el de la ciudad olímpica y postolímpica. Pues bien: ni siquiera viví los Juegos allí, sino que en cuanto pudieron, mis padres tiraron para la aldea en Galicia. Supongo que es una cuestión de intentar desmarcarme de las anteriores novelas, de atender algunas necesidades temáticas y técnicas, pero también hay razones íntimas, que tienen que ver con mi edad, con el hecho de mirar atrás y perder familiares gallegos, con que justo ahora hace 50 años que mis padres emigraron de allí. Reconectar no diría porque no ha pasado un año que no volviera. Pero sí explorar esa raíz más al fondo.

Hasta ahora se me ha colocado como el nuevo novelista de Barcelona, el de la ciudad olímpica y postolímpica. Pues bien: ni siquiera viví los Juegos allí, sino que en cuanto pudieron, mis padres tiraron para la aldea en Galicia

–¿Qué potencial o atractivo narrativo le ofrece la verbena para ambientar esta historia de una noche de verano en Galicia?

Muchísimo potencial. Una verbena popular, una fiesta de prao gallega, es casi el único lugar y momento que se me ocurría para juntar a un puñado de personajes muy distintos entre ellos. Creo que cada vez todo –incluso la literatura, que se ha contagiado de eso– está más segregado en nichos, normalmente por gustos y generaciones. En cambio, y como sucedía en los carnavales antiguos, una verbena es el momento y el lugar donde conviven casi al mismo nivel personajes de todo tipo de cuna, edad... Como cada verbena arranca justo donde acabó la anterior, y dado que las personas se conocen entre ellas, todas las miradas están llenas de sentido y significado: envidia, deseo, bronca, afecto. Eso me parece muy sugerente: juntarlos en ese lugar, darles alcohol y horas, subirles el volumen de la música, y esperar a ver cómo reaccionaban, chocaban y dialogaban sus problemas y conflictos.

Como cada verbena arranca justo donde acabó la anterior, y dado que las personas se conocen entre ellas, todas las miradas están llenas de sentido y significado: envidia, deseo, bronca, afecto. Eso me parece muy sugerente.

–Es uno de los pocos lugares en los que se puede dar esa convivencia porque fuera de la verbena cada uno escoge sus propios lugares o ambientes en función de sus posibilidades o intereses.

–Esa era una de las primeras intuiciones cuando empecé a escribir. Hay un momento en que uno de los personajes dice: “No solo el mundo, sino que el tiempo es un pañuelo”. Y se explica. Coge un kleenex y a la izquierda marca la primera infancia y a la derecha la última vejez y en el resto de la línea el resto de las edades. Parece que todo progresa hacia adelante y que una edad no tiene nada que ver con la anterior. Entonces ese personaje dice: “Ahora dobla el pañuelo”. ¿Y qué pasa ahí? Pues que el punto de la primera infancia coincide con el último, el de los 20 años con el de los ochenta... Un abuelo en silla de ruedas sestea en la fiesta y también lo hace un bebé en su carrito, medio dormido. Y los problemas de una joven de 25 años pueden tener más que ver de lo que parece con los miedos pasados de la anciana. A mí personalmente me pasa, ¿eh? Cuando miro a un niño subirse a un árbol, o a dos adolescentes a punto de besarse por primera vez, los estoy viendo a ellos, pero también a mí a su edad, en ese sitio exacto y a esa hora de la noche. Bien, pues eso sucede en la novela, también.

–Todo esto me recuerda a una canción de un catalán, Joan Manuel Serrat, que en “Fiesta” cantaba “Hoy el noble y el villano/ El prohombre y el gusano/ Bailan y se dan la mano/Sin importarles la facha” y que luego continuaba “Y con la resaca a cuestas, Vuelve el pobre a su pobreza/ Vuelve el rico a su riqueza/ Y el señor cura a sus misas”.

–Es curioso, porque esta canción no aparece nombrada en la novela y, sin embargo, como bien intuye, tuvo mucho que ver con el momento en que decidí escribirla y, de algún modo, resume el tema que late ahí de manera perfecta.

Una imagen promocional del escritor Miqui Otero.

Una imagen promocional del escritor Miqui Otero. / Cecilia Duarte

–Entre todos esos personajes hay uno que parece silencioso, pero solo lo parece: la música.

Es el lenguaje común, el esperanto emocional, entre un montón de gente que no comparten nada más allá de algún vínculo con ese pueblo de la fiesta. Son esas canciones que no has ido a buscar, sino que te han encontrado. Las cantas sin tener muy claro cuándo las escuchaste por primera vez. Y remiten a ese lugar, y a esa experiencia colectiva. Por muy mala que sea una canción, si te lleva a un momento feliz, o señalado, de tu vida, deja de ser mala. Sobre todo si la goza mucha gente a la vez. Además, tuve la idea de que fuera la narradora esperando en una prueba de sonido. Si te fijas, cuando prueba el batería o el bajista, eso suena por fuera de ti, pero retumba en tu caja torácica. Está dentro y está fuera de ti. Bien, pues eso hace la narradora: está dentro de los personajes, describe cada cosa que sienten, los conoce muy bien, y está también fuera y es una narradora que es como un gas que se mete en todos los corrillos y sabe qué ha sucedido aquí, en esta fiesta, desde hace un siglo, cuando solo sonaban gaitas en las meriendas.

La música es el lenguaje común, el esperanto emocional, entre un montón de gente que no comparten nada más allá de algún vínculo con ese pueblo de la fiesta. Son esas canciones que no has ido a buscar, sino que te han encontrado

–Igual que Wilson Pickett cantaba a la tierra de los 1.000 bailes [“The land of 1.000 dances”], Galicia podría ser considerada como la tierra de las 1.000 verbenas y a lo mejor nos quedamos cortos. ¿Durante el proceso de documentación para la novela se encontró con algún referente o sitio de España que se pueda equiparar a Galicia y sus verbenas?

Ahora está leyendo la novela gente de todos los puntos de España. Y todos reconocen y se reconocen en los personajes. Me dicen que son iguales que los de su pueblo. Que se sienten ahí, dentro de esta fiesta, de esta verbena, con esta “Orquesta”. Pero es obvio que las verbenas gallegas tienen algo diferencial que intento atrapar en la novela. Muchas cosas. Recuerdo de niño que me impactaba que en un lugar de veranos templados –noches incluso algo frías y cielo nublado, porque yo soy de A Mariña– sonara una música tan tropical y caliente. Entonces te das cuenta de que tiene que ver con la cultura del lugar. Con la diáspora. Esa música no llegó por la radio. Esa música sale de los discos que mandaban los familiares que habían emigrado a Caracas, a La Habana, a cualquier otro sitio. Pues como esa peculiaridad, muchas más.

–¿Se ha planteado crear una lista de reproducción o similar con los temas que van apareciendo en la novela, “Desde el me gustas mucho” hasta la “Bilirrubina”, por citar algunos?

 Pues la verdad es que me lo han dicho muchas veces, pero creo que no hace falta. Es mejor imaginar al lector anticipando o deseando qué canción es la siguiente que entra. Además, el juego tiene su gracia. Yo creo que podría ir a una verbena sin reloj y solo con la canción que suena en ese momento, decirte la hora. Eso me gusta, también, está muy coreografiado, a qué hora llega cada edad, qué canción o estilo entra, cómo avanza la vida y la noche.

–Supongo que ya le han contado que Bueu tiene una relación especial con los libros y las presentaciones, que son una especie de verbena…

Tengo muchas ganas de estar en Bueu. Y esto, que supongo que se dice siempre, en este caso es del todo cierto. Me habló de la librería mi amiga Núria Torreblanca, periodista con Julia Otero. Y luego conocí en la presentación de Santiago a Fernando Miranda, que me cayó genial. Varios amigos escritores han ido y me han contado maravillas. La verdad es que puede que sea la última parada de la gira de presentaciones, al menos hasta otoño, y a esta fecha le tengo muchísimas ganas desde el principio y más después de saber que me la presentará Guada Guerra. Ojalá pueda conocer a mucha gente porque la Orquesta en realidad son los lectores de “Orquesta”. Así que espero que seamos muchos y sonemos muy bien.

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