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Sagrada romería de Darbo

Antiguo autobús de cerqueiro en Cangas en el que se iba Darbo.

Antiguo autobús de cerqueiro en Cangas en el que se iba Darbo. / Fdv

Jesús Bernárdez (Suso Caramuxo*)

En Darbo, por los años cincuenta del siglo pasado, fueron talados prácticamente todos los carballos centenarios sustituyéndolos por arboles plataneros acabando así con la magia de este hermoso paraje que ya era sagrado para nuestros antepasados en época castrexa. Los druidas de nuestros castros, conocedores de ciencias ocultas, poseedores del don de la profecía, cuidadores de las tradiciones y transmisores de la historia oral de nuestro pueblo, fomentaban el culto a los elementos de la naturaleza, las rocas, los manantiales, los ríos, los árboles etcétera. Aquí tenemos uno de los elementos de culto por parte de los druidas del lugar donde los carballos de esta vaguada formaban un autentico santuario. Los carballos, árbol sagrado para los celtas, se le atribulle virtudes curativas para la sarna, hernias y otras dolencias. Bajo los carballos centenarios se hacían promesas de amor y otros compromisos o tratos con ofrendas, en forma cintas de colores, collares de flores y conchas marinas que se colgaban o se dejaban al pié de su tronco.

La importancia que tiene el roble para nuestro pueblo, indica claramente que fue un árbol unido a las primitivas prácticas religiosas y en especial a las druísticas.

Pues bien, esta carballeira de Darbo, este santuario pagano, como tantos otros, fue cristianizado (hay quien asegura que predicó por aquí, el mismo Santiago Apóstol) este lugar y puesto bajo la advocación de Nuestra Señora. No podía ser de otra manera, en una sociedad matriarcal y de apego a la Madre Tierra.  La tierra es la vida y la Virgen es la vida espiritual de esta comarca.

No fue posible construir una ermita en el lugar que conocemos como “Cruz do Castro”, como era el deseo de los vecinos del lugar,  porque todas las veces que se intentó, por las noches las piedras rodaban monte abajo hasta la carballeira y palomas blancas se posaban en este lugar. Es por lo que entendieron nuestros antepasados que era en la carballeira donde la Virgen quería que se levantase el Santuario.

Después, en el  siglo XV, se construyó un templo mayor que fue destruido y arrasado en 1617, cuando la invasión turco-pirata. En 1655 se adicionó a la Iglesia de Darbo la capilla de las Angustias, fundación de los Racioneros de la Colegiata de Cangas Don Miguel González de Morrazo su hermano Gonzalo González de Morrazo. Desde entonces se enterraron en la sepultura existente en el suelo de la capilla los señores del Pazo del Tobal. Su actual fabrica, fue construida entre 1726 y en 1737 y se le termina la fachada de estilo colonial que conocemos actualmente.

La imagen de Nuestra Señora, de la que su Cofradía fue fundada el 28 de Julio de 1712, antes era de talla muy deteriorada en la invasión de 1617 y que además de la quema de la Iglesia, fueron robados sus ornamentos y platerías, fue restaurada al año siguiente pero no debió quedar muy bien puesto que se decidió vestirla, aun siendo de talla. La actual  imagen de Nuestra Señora data de 1713, es obra de Diego Sendon, escultor de Baiona.

En el año 1718 se hace un inventario y se cuenta dos lámparas de plata, una de ellas mayor y muy parecida a la de la Colegiata de Cangas, que por devoción mandó a la Virgen de Darbo el Sargento Mayor de Mexico Don Juan de Cabral. Estas lámparas estaban en la Iglesia hasta la muerte del recordado Don Francisco Lariño Lojo, párroco que fue de Darbo. Un hombre de un enorme corazón y un gran sentido de la caridad para con los demás. Eran muchos los necesitados que en tiempos difíciles, acercándose a la casa rectoral, saciaban su hambre con una taza de caldo con pan. Don Francisco siempre tenía una olla de caldo caliente, a pesar de su hermana. También durante la guerra civil, salvó la vida a más de uno, escondiéndolo en su casa y a sabiendas de los falangistas que esto era así, él se enfrentaba a ellos, argumentando que su casa era jurisdicción de la Iglesia y no les permitía que allí entraran.

Todos a Darbo. No es fiesta oficial, pero recuerdo que hasta hace poco todos los establecimientos, tiendas, bares y tabernas, todo el mundo cerraba por ser el día de Darbo. Hoy todavía hay muchos que lo siguen haciendo.

También estuvo por estas tierras el mismísimo Arzobispo Diego Gelmirez, Señor de Galicia, en el año 1122,  en su lucha contra Don Alfonso El Batallador y su esposa Doña Urraca. Gelmirez se refugió en el castillo de Darbo, Davarun o Darabeo, llamado también Castillo del Obispo, en lo alto del monte Castelo.

También se dice que estuvo en Darbo en el año 1273, Alfonso X, que se apoderó de los castillos de la Mitra Compostelana: Lobeira, Torres del Oeste, Teis, San Payo, Cotobade, Darbo, Alcabre y La Lanzada.

Todos quieren ir a Darbo. Recuerdo aquel reducido despacho que tenia la empresa Cerqueiro, al lado de lo que era conocido “fabrica de las luces” perteneciente a Fenosa. El 8 de septiembre, allí se amontonaban niños, padres y abuelos, con cestas que olían a todo rico, bolsos tapados con manteles doblados. Todos querían ser los primeros en subirse al coche de línea. Los más pudientes corrían para coger un taxi –coches de punto- que regresaban de la fiesta.

Al llegar a Darbo, lo primero era buscar una “rosquilleira” de confianza para que nos guardase la cesta y los bolsos, después un sitio en la carballeira o una mesa en los puestos de algún tabernero que trasladó allí su barril de vino en su carro de bueyes que hacía de improvisado mostrador. Visita obligada a la Virgen y beber en la fuente detrás de la Iglesia. Es como hacer las abluciones, como los mahometanos antes del rezo. Esto era el acto previo a la comilona: camarones, empanada de xoubas, de raxo o de bacalao con pasas. Si no hay mesa, se extiende el mantel sobre la hierba y el contacto es más íntimo con la tierra madre.

Creo que los espíritus de nuestros antepasados están aquí, creo que siguen viniendo a Darbo, incluso alguno se queda a cenar.

Este es el puro tejido de manifestaciones externas -como dice Victor Sueiro- más o menos tristes o jubilosas, es que lo festivo, lo santo, lo pagano, lo sagrado, lo histórico, lo sobrenatural, todo ha ido mezclándose de tal modo que seguimos haciendo fiesta incluso cuando enterramos a nuestros seres más queridos. Que nadie se llame a engaño y que se tenga en cuenta que no hay ni el mas mínimo asomo de profanación, burla o intención torcida o posible descredito en contar las cosas como son, por muy asombrosas y atrasadas que parezcan.

Los gallegos siempre hemos estado lejos de los delirios más o menos místicos de otros pueblos (por ejemplo Castilla) en los que lo espiritual está por encima de todo y en los que se ignora todo vestigio de sensualidad y goce corporal. El ejemplo más claro lo tenemos en las romerías, en las que pese a cumplir respetuosamente toda clase de ritos, bien de origen pagano o de la religión oficial, los gallegos siempre terminamos con otros goces que no son precisamente espirituales: las grandes comilonas en verdes prados bajo la sombra de las carballeiras, mientras escuchamos las gaitas y las bombas de palenque y quién sabe si el erótico rumor que llega desde los maizales.

Después del xantar, hay que tomar un café de pota en los soportales, de aquellas ollas que sus “trepias” tenían un fuego permanente. Una copita de caña, aguardiente de hierbas, anís o ponche, en esos chupitos de cristal grueso con una fina lista de color rojo, en un mostrador cubierto de un mantel sorprendente blanco, como reclamo de un servicio sano.

Escuchar a la banda de música, mas tarde unos bailes y de regreso a casa satisfechos y contentos. Unos por la carretera, en grupos de familias y pandillas de mozos y mozas cantando y riendo, quedando rezagadas algunas parejas que habían quedado en baile y que en el camino de regreso podía consolidarse una bonita relación. Otros regresaban por el camino viejo, por ser más corto en la distancia pero no en el tiempo, puesto que es normal escuchar voces de otros caminantes en la oscuridad de la noche. “Sigue andando, rapaz” Decía el padre que alumbraba con una linterna el camino de su hijo, cuando se paraba miedoso por aquellos ruidos que podían ser un “sacahuntos”

*Vecino de Cangas

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