Guía turística con esencias roqueras

El volumen “Lugares míticos del rock” detalla los enclaves más icónicos e inspiradores del género, desde el popular paso de cebra de Abbey Road hasta la mansión de Graceland en la que vivió y murió Elvis Presley

Jesús Zotano

El impacto del rock and roll no está circunscrito únicamente a las canciones y artistas del género: su trascendencia va muchísimo más allá. Junto al cine, la música ha sido históricamente la mayor fábrica de mitos del planeta. Todo lo relacionado con las grandes estrellas de la pantalla y de los escenarios genera una pasión que sobrepasa cualquier análisis basado en la razón. Prueba de ello la encontramos en los 72.500 dólares que un individuo pagó hace un par de años en una subasta por un bote de cristal en cuyo interior había un mechón de pelo de Elvis. Muchos concluirán que no tiene ningún sentido gastar una fortuna en una pequeña muestra del tupé del rey del rock, mientras que otros se confiesan capaces de empeñar a su abuela con tal de acariciar alguna pertenencia del legendario cantante o por pisar el suelo que él pisó alguna vez.

Esa pasión por vivir y experimentar lo que los ídolos del rock vivieron en el pasado, por conocer los lugares que habitaron o por descubrir los paisajes que les inspiraron ha dado pie a un turismo mitómano con una importante demanda. Conocedor de esta tendencia, el fotoperiodista Ferran Sendra propone un completísimo viaje por 300 enclaves roqueros en el volumen Lugares míticos del rock (Redbook), un libro que detalla desde cómo llegar al popular paso de cebra londinense de la portada de Abbey Road hasta los itinerarios que se pueden tomar en la visita a Graceland, la mansión en la que vivió y murió Elvis. El libro, repleto de magníficas instantáneas, realiza un extenso tour que arranca en Irlanda, donde hace parada en la casa natal de Van Morrison en Belfast y en los estudios de U2 en Dublín, y concluye tras los pasos de Bob Dylan, Leonard Cohen y Lou Reed en las calles de Nueva York.

Entre la salida y la llegada nos topamos con la tumba de Jim Morrison en el cementerio Père Lachaise de París; el museo de Johnny Cash de Nashville; los jardines del orfanato de Strawberry Fields de Liverpool que inspiraron a Lennon o la emblemática esquina de Haight-Ashbury en la que Grateful Dead, Jefferson Airplane, Jimi Hendrix y Janis Joplin fueron testigos –y artífices– del nacimiento del movimiento hippie a finales de los sesenta. Sin olvidar, por supuesto, el lugar en el que todo empezó en 1950: los míticos Sun Studios, un obligado lugar de peregrinación para los amantes del rock, ya que entre las paredes del pequeño estudio de Sam Phillips tuvieron lugar grabaciones históricas, entre ellas, Rocket 88, de Ike Turner, considerada la primera canción de rock de la historia; el mítico That’s All Right, tema con el que arrancó la trayectoria de Elvis, o la jam session del llamado Million Dollar Quartet, formado por Presley, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis y Johnny Cash.

Como sostiene el periodista y crítico musical Jordi Bianciotto en el prólogo del libro, “hablar de rock es apuntar al fenómeno cultural más poderoso y transformador de la era moderna”, por lo que a nadie le puede resultar extraño toparse con largas colas en la puerta de The Carvern, el club de Liverpool en el que los Beatles se hicieron grandes estrellas, o ante el número 23 de Heddon Street de Londres, punto en el que David Bowie posó para la portada de su álbum más celebrado: Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.

Aunque se echan en falta algunos lugares tan emblemáticos como el cruce de caminos entre las autopistas 61 y 49 (Misisipi), en el que Robert Johnson, padre del blues, vendió su alma al diablo en la década 1930 para obtener su incomparable destreza con la guitarra; el fatídico punto de Clear Lake, Iowa, en el que en 1959 se estrelló la avioneta que transportaba a Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper, tragedia que fue bautizada como “día que la música murió” o la mítica Big House, hogar de los Allman Brothers y lugar de origen del rock sureño, la guía de Ferran Sendra resulta una maravillosa fuente de sorpresas y descubrimientos roqueros que hará las delicias de todos los mitómanos con inquietudes turísticas.