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“La tecnología trae tantas posibilidades como retos”

El estradense Abel Carbajal, animador de Laika Studios, participa en la película “Wildwood”, el proyecto más grande y ambicioso en ‘stop-motion’ de la historia del cine

El estradense Abel Carbajal, en los estudios de Laika, con uno de los personajes.

El estradense Abel Carbajal, en los estudios de Laika, con uno de los personajes. / Cortesía de Laika Studios

Sandra Penelas

Sandra Penelas

Grandes dosis de técnica y creatividad están detrás del prodigio de la animación, un colosal truco de magia que nos hace llorar o reír a carcajadas con personajes que no son de carne y hueso. Y Abel Carbajal (A Estrada, 1996), que de niño jugaba a ser mago, es uno de los profesionales que hacen posible este hechizo desde los prestigiosos estudios Laika de Oregón. Allí trabaja desde finales de 2021 en la película “Wildwood”, el proyecto “más grande y ambicioso que se ha hecho en stop-motion en la historia del cine”.

Se incorporó a esta compañía, cuyas producciones acumulan nominaciones y premios Bafta, Globos de Oro y Oscar, poco después de acabar sus estudios en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC). Era “la última meta” que nunca pensó cruzar tan pronto. “La calidad de la animación que sale de Laika parece imposible para alguien que se está iniciando en la técnica. Aquí se encuentran los mejores artistas y profesionales de esta industria, gente que hizo posible películas como “Pesadilla antes de navidad”, “La novia cadáver” o “Los mundos de Coraline”. Lo vivo con la satisfacción de un objetivo cumplido, pero también tratando de navegar las dificultades y los retos que supone trabajar en un entorno donde las expectativas son muy altas”, reconoce.

Los más de 600 trabajadores del estudio están implicados a día de hoy en “Wildwood”, a cuyos personajes darán voz actores como Carey Mulligan o Tom Waits, y el estradense forma parte de la treintena de animadores. Es un proceso largo, cada uno de ellos “produce de media 1,5 segundos de película a la semana” y además “no existe el lujo de volver atrás”. Deben asegurarse de que cada fotograma “es perfecto antes de capturarlo” porque, lo contrario, significa empezar desde cero y retrasar la producción.

“Por una parte, es muy emocionante la combinación de los artistas más creativos con los técnicos más ambiciosos en un estudio cuyas películas tienen más de 100 millones de dólares de presupuesto. Y se están haciendo cosas increíbles que no se han visto nunca antes. Pero, por otra, la naturaleza del trabajo es dura. Se pasan largas horas animando en decorados con poca luz, en posturas complicadas para manipular los muñecos, tratando de producir una animación suave y realista, con la presión que ello supone”, explica sobre su día a día.

La técnica es sencilla, dice, una serie de fotos proyectadas a cierta velocidad que producen la sensación de movimiento. “Lo complicado, y donde la práctica y la experiencia comienzan a dar sus frutos, es conseguir que un muñeco cobre vida y se convierta en un personaje con emociones y sentimientos”, destaca.

Trabajar en Laika, añade, le permite enfocarse en detalles tan “minúsculos” como que la ropa se mueva para generar la sensación de que el protagonista respira. De hecho, hay un departamento específico para animar las caras en cada uno de los planos a partir del diálogo grabado por el actor de voz. Y además las obtienen mediante impresión 3D. “Cada plano tiene una animación única, no se reutilizan. La gran mayoría de caras solo se verán en la película durante un veinticuatroavo de segundo”, revela.

“Cada nueva tecnología trae consigo tantas posibilidades como desafíos. Para mí, el más grande es no perder el contacto con el sentido mismo del arte como expresión humana. Al fin y al cabo, la animación es la capacidad de crear ilusiones que trascienden el pensamiento racional. Mi trabajo es conseguir que el espectador se olvide de que está viendo un muñeco y pueda disfrutar la película sin pensar en la técnica. En un estudio como Laika la tecnología está precisamente para eso”, subraya.

El billete para llegar a Portland fue su película de graduación, “El gran Corelli”, protagonizada por un mago en horas bajas y que fue candidata a los Goya, quedando “cerca” de la nominación. ”Me enseñó el poder de la determinación. Fue una gran oportunidad para explorar lo que más me interesaba y construir desde cero un pequeño mundo con la estética que siempre me ha inspirado. Las puertas que se me abrieron vinieron a mí como grandes sorpresas que nunca imaginé. Soy muy afortunado”, celebra Abel, que también disfruta “enormemente” cuando ayuda a los nuevos animadores impartiendo alguna clase en escuelas de animación de Barcelona y siendo mentor para los recién llegados a Laika.

Aunque haya cumplido su objetivo de forma meteórica, tras su primer año en EE UU, Abel tuvo que volver a España por temas de visado y se trasladó a Lisboa durante unos meses, en plena pandemia, para participar en la primera película portuguesa en stop-motion, “Os demonios do meu avó”. “Todo estaba cerrado y me pasé una semana sin sábanas. Pero estas aventuras valen la pena porque te dan más perspectiva de la vida. Estar en un estudio mucho más pequeño tiene sus dificultades, pero te hace ser más creativo con los recursos que tienes. Fue una etapa interesante, sobre todo, por la gente con la que tuve oportunidad de trabajar”, comenta.

También ha codirigido con su compañera de la ESCAC Greta Díaz “Naturale”, un mediometraje mudo experimental creado como acompañamiento para un concierto de viola y percusión. Y que rodaron en el Delta del Ebro en pleno verano. Una experiencia “dura y muy emocionante” que le llevó al hospital por las picaduras de los mosquitos pero que no dudaría en repetir.

El estradense comenta que la industria del stop-motion es “nómada” y seguirá viajando en busca de proyectos que le interesen, pero las pausas pueden ser largas y le gustaría colaborar con los compañeros que trabajan en cine en España. Además, aquí está su familia y sus amigos, y asegura que volverá.

Cuando echa la vista atrás es consciente de que el “hilo conductor” de todos sus intereses desde pequeño lo constituyen “las ilusiones y la incapacidad del ser humano para encontrar la verdad”. “Sin saberlo, a través de la magia estaba aprendiendo a desafiar la lógica y descubriendo los puntos ciegos de la percepción y el razonamiento. La animación explota esto con un gran potencial creativo y me ha hecho reflexionar mucho. Me paso el día intentando lograr la ilusión de la vida y esto me hace pensar en la naturaleza quizás ilusoria de la vida misma”.

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