Haciendo amigos

Hablar con propiedad

Hablar con propiedad.

Hablar con propiedad. / FDV

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Publicar es una responsabilidad. Porque opiniones tenemos todos. Y eso de escribir… Hombre, malo será que no tengamos por ahí un mísero papel y un boli con el capuchón mordisqueado con los que garabatear nuestras ideas. Pero publicar… No, publicar ya es otra cosa. Da igual que sea a través de las quinientas páginas de una novela o en la columna de opinión en un periódico, publicar implica algo más. Porque cuando publicamos, lo que estamos haciendo es justamente eso, “hacer público”, dar al público aquello que, desde nuestra convicción –o a veces (demasiadas veces, en realidad) desde nuestra arrogancia–, consideramos que merece ser contado. O, dicho de otra manera, estamos diciéndole al lector “Eh, escúchame un segundo, dame un poco de tu tiempo”. Y, tal como yo lo entiendo, es justamente donde radica la responsabilidad de nuestra decisión: en no olvidar jamás que ninguno de nosotros tiene nada más valioso que su tiempo. Un bien que siempre es finito y, mayormente, escaso. Hay que estar muy seguro, pues, de que lo que ofreces vale la pena tanto como para pedir a cambio una porción, por pequeña que sea, del tiempo de los demás…

Digo esto cuando, curiosamente, vengo de perder un buen pedazo de mi tiempo leyendo la entrevista a un autor que este año se llevó un premio literario de esos que siempre han gozado de gran prestigio. Ahí fuera las cosas van así, de modo que, oye, bien por su agente, que sin duda supo aprovechar el momento para negociarlo. Por descontado, eso no es lo que me inquieta (sería demasiado ingenuo por mi parte), sino algo que cuenta en la entrevista. En concreto, cuando explica que, si bien hizo una cierta labor de documentación para la novela, la verdad es que tampoco fue demasiado extensa. Vale, de acuerdo, cada uno trabaja como considera y le da la gana. Pero a mí lo que me deja el culo torcido es la explicación que da a esta decisión: “(…) porque no quería cometer el error de después hacer alarde de información”. Y añade “porque tenía muy presente que esto es un thriller. Y en un thriller lo importante es la sucesión de acontecimientos”.

Y claro, así nos va…

Por favor, perdónenme el rebote que traigo, pero es que, sinceramente, a veces uno acaba hasta las narices de tragar con lo que, encima, nos venden como la quintaesencia de lo bueno. A ver, vayamos por partes.

Empezando por el final, claro que en este tipo de novelas que llamamos thrillers una de las cuestiones más importantes es la sucesión de acontecimientos. Vamos, como en todas las historias… Muy buena tiene que ser una narración para que siga valiendo la pena aun si en ella no suceden acontecimientos, o sea, no pasan cosas una detrás de otra. Entiendo, pues, que a lo que se refiere el autor es al ritmo. Y sí, hombre, claro que sí. En un thriller siempre es importante que la narración avance a buen ritmo. Que el lector quiera saber más, que el libro no se le caiga de las manos… Que no se nos aburra, vamos. Pero, oiga, es que eso no es lo único importante. Un thriller (un buen thriller, claro) no es solo ritmo. Ha de haber algo más. Ha de tener algo. Historia, fundamento, fondo… Verdad. Y ahí es donde entra una buena documentación.

Lo que me entristece aquí es la extraña conclusión: una buena documentación implica cometer el error de hacer alarde de información. Madre mía… No, hombre, no. De hecho, me asombra el razonamiento, porque implica una pobreza de movimientos preocupante el dar por sentado que, cuando alguien se documenta bien, nada más lo hace para luego darle una irremediable paliza informativa al pobre lector, demostrando lo mucho que el escritor ha aprendido sobre este tema. Vamos, como el repelente niño Vicente… Cuando, en realidad, el único motivo debería ser otro: sea lo que sea lo que vamos a contar, vamos a contarlo BIEN.

Da igual que se trate de toda una novela, de un artículo o de una sola frase. Lo único que importa es que lo que contemos tenga verdad. Y, ojo, que no estoy diciendo que tenga que ser real. No, que lo nuestro es la ficción. No tiene que ser real, pero sí ha de parecerlo, por lo menos mientras dure la lectura. Ya sea una novela negra, un relato fantástico o un cuento sobre las vicisitudes bélico-amorosas en una galaxia muy muy lejana. Y para eso nos documentamos, tantas veces hasta la extenuación. No para darle la turra a nadie con lo mucho que sabemos sobre esta cuestión o este otro tema, sino para que después, ya metido el lector en la historia, no se encuentre con algo que, por nuestra torpeza, lo saque a patadas del relato, ya sean los espejos retrovisores de una lancha, un arqueólogo que desconoce la inexistencia del año 0 o, yo qué sé, un César al que no le importa dónde queda Roma…

Suscríbete para seguir leyendo