Mujeres fuera de serie

La empresaria que viste con propósito

Adriana Domínguez, presidenta de la firma textil desde hace cuatro años, ha logrado rejuvenecer la marca conservando los valores y filosofía de su padre. Tras una breve pero intensa carrera como actriz, dio un paso al frente y apostó por la paridad, la sostenibilidad y la innovación. Y sigue creciendo

Adriana Domínguez, en las instalaciones de la firma Adolfo Domínguez en Ourense

Pedro Fernández

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

Los primeros recuerdos de la infancia de Adriana desfilan por la sastrería Faro, que regentaban sus abuelos en Ourense. Un batallón de niñas que formaba con sus hermanas y sus primas jugaban entre telas y botones; se sentaban sobre la gran caja registradora y atendían, curiosas, a las conversaciones con los clientes. Todo esto, aunque fuera un juego, iba calando en la piel de la gallega y, sin pretenderlo, la empresa familiar comenzaba a formar una parte esencial de su vida y ella de la de la empresa.

Adriana Domínguez (Ourense, 1976) es la hija mayor del prestigioso diseñador Adolfo Domínguez y, desde el año 2020, presidenta ejecutiva de la marca. Pero Adriana no ha llegado aquí por imperativo familiar. Ni siguiendo un camino recto. Sus padres dejaron libertad a sus tres hijas para tomar sus decisiones. Y Adriana decidió regresar a sus orígenes.

Pero hasta que esto sucedió, la mayor de las hermanas -le siguen Tiziana y Valeria- tuvo la oportunidad de conocer, desde muy niña, los distintos tejidos que envuelven el mundo.

“Mi padre se empeñó en que estuviéramos preparadas para todo e ideó un plan educativo que consistía en que, desde los 8 años, estudiáramos en internados en el extranjero y, cada dos cursos, cambiábamos de centro, de país, de idioma, de compañeros…”. Lejos de ser un conflicto, las hermanas lo vivieron con alegría y como un privilegio y aprendieron, además de varios idiomas y una esmerada formación, “a desarrollar una enorme flexibilidad y a estar muy alertas a nuestro alrededor”, resume la empresaria.

Cuando llegaban los veranos, las niñas regresaban a Ourense y el plan continuaba: “Dibujábamos dos horas, tocábamos el piano una hora, nadábamos una hora y cuando mi padre llegaba a casa subíamos y bajábamos unas cuerdas como de entrenamiento militar que aún permanecen en el jardín; decía que como no íbamos a hacer la mili debíamos de estar entrenadas, no fuera a ser que hubiera una guerra y no nos atreviéramos, por ejemplo, a lanzarnos desde un helicóptero”, recuerda riendo la empresaria. “Es que mi padre, que también estuvo interno en un seminario, era muy exigente, pero a la vez muy cariñoso y educador, una mezcla que no es habitual”, advierte.

“Mi madre siempre ha trabajado: es un ejemplo de mujer que abarcó todo, al igual que antes había hecho mi abuela, y yo vivo con mucha facilidad ese modelo"

Su madre, la también diseñadora Elena González, apoyaba a su padre en aquella estrategia educativa aunque, admite Adriana, “le costaba más separarse de nosotras”. De ella, asegura la primogénita, aprendieron el valor de la independencia de la mujer. “Mi madre siempre ha trabajado: es un ejemplo de mujer que abarcó todo, al igual que antes había hecho mi abuela, y yo vivo con mucha facilidad ese modelo. Mi madre siempre nos ha impulsado a encarar nuevos retos, a que no nos frenase la maternidad… Y la verdad es que ni nos cuestionamos otra alternativa”, asegura Domínguez.

La flexibilidad aprendida a lo largo de los años fue decisiva cuando las cosas se pusieron difíciles en la empresa, cuando aquel verano de 1991 un incendio destruyó parte de la nave principal de la fábrica y perdieron casi toda la maquinaria, diseños, vestidos y la contabilidad. “En aquel momento yo ya llevaba ocho años estudiando fuera y mi hermana pequeña, con la que me llevo nueve, aún no había empezado el circuito, así que mis padres nos pidieron a las mayores que regresáramos para que la pequeña pudiera tener una educación parecida en caso de que no consiguiéramos recuperar la empresa”, relata Adriana. Y así fue; la joven se incorporó al instituto público de As Lagoas, en Ourense, y recuerda también con mucho cariño esta etapa y a sus amigos.

Adriana Domínguez, en las instalaciones de la firma Adolfo Domínguez en Ourense

Adriana Domínguez, en las instalaciones de la firma Adolfo Domínguez en Ourense / Alan Pérez

La joven estudió Empresariales Internacionales en la Universidad Pontificia de Comillas y luego, a los 22 años, dio el salto a un campo muy diferente y que siempre le había atraído: la interpretación. Estudió dos años y medio en Nueva York -en el selecto The Lee Strasberg Theatre Institute- y llegó a participar en cinco películas, compartiendo reparto con grandes como Geraldine Chaplin y Roberto de Niro. “Actuar, cantar y bailar en público da un vértigo muy especial, interpretar emociones o personajes ajenos a ti te amplía muchísimo el espectro de quién eres; es un curso acelerado de humanidad”, valora. Pero, a pesar de lo mucho que aprendió, decidió que no quería seguir por aquel camino. “Me parecía un oficio muy bello pero no me gustaba la profesión, cómo está estructurada la economía de esa industria”, justifica.

La decisión de entrar en la empresa familiar no la tomó de un día para otro ni por presión familiar. “Mi padre, de hecho, no quería que trabajásemos en la empresa muy jóvenes y, si más adelante lo hacíamos, deseaba que fuera por decisión propia”, cuenta Adriana. Ella comenzó, ya cuando trabajaba como actriz, a colaborar con el departamento de comunicación de Adolfo Domínguez, en la parte de creación de marca, y años más tarde se incorporó también al área de perfumes. “Tengo un temperamento de hermana mayor, siento la responsabilidad de una forma clara, pero no tuvo que ver con mi decisión de volver: la empresa estaba en una situación difícil y a mí me salió dar un paso al frente”, explica.

Así fue como se convirtió en directora general de la marca en 2017; poco después en consejera delegada y desde mayo de 2020 en presidenta ejecutiva. En esta escalada, no exenta de dificultades, Adriana no cortó con la herencia de su padre, de hecho, cree firmemente en sus valores y en su filosofía de empresa. Sus progenitores, asegura, siguen ahí: su padre en el consejo de administración y su madre siempre atenta en el diseño de las colecciones. Pero ella tiene independencia total y las ideas muy claras. “Es lo que necesitaba el proyecto para rejuvenecer; yo creo en las apuestas y luego me tocará a mí ceder el turno a otras generaciones. Quien mejor declina su tiempo es alguien de ese tiempo; es importante el talento joven y me parece un error no empoderar a las personas hasta que son más mayores -algo a lo que tiende el mundo empresarial español- porque a menudo están listas mucho antes”, argumenta, al tiempo que destaca el valor de la sabiduría que aportan los años. “Soy también muy gerontocrática”.

Adriana ha demostrado con creces durante estos años su valía: ha logrado un incremento de ventas, renovó el comité de dirección dando a las mujeres indudable protagonismo; reunificó todas las marcas en una sola y refrescó el tradicional posicionamiento de la firma con la sostenibilidad y la internacionalización. Y las ideas no paran de fluir.

Foto familiar de la infancia de Adriana Domínguez.

Foto familiar de la infancia de Adriana Domínguez. / Cedida

A la presidenta le brillan los ojos cuando resume los últimos proyectos de la marca. “Toda el área de la creatividad de la empresa se renueva cada seis meses. Hemos hecho muchos cambios en las tiendas y estamos con un plan de aperturas por todo el mundo. También estamos avanzando mucho en sostenibilidad y conectamos con nuevas generaciones que quieren empresas con propósito”, describe. Para atraer a un público cada vez más joven, Adriana está muy implicada en los programas de alquiler de ropa, en ADN Box -una caja sorpresa con cinco prendas que seleccionan estilistas y la inteligencia artificial para personas que no tienen tiempo de ir de compras- y con Social Life Shopping, “como una teletienda en moderno a la que cada día se conectan miles de personas”, describe con pasión.

La firma destaca por su compromiso con la igualdad de género. La plantilla de Adolfo Domínguez está integrada en un 80% por mujeres. Ellas son un 63% en el comité ejecutivo y un 43% en el consejo de administración. “Somos una empresa amable con madres y padres, orientada a los resultados, y desde el Covid somos aún más flexibles con los horarios y también petfriendly”, describe.

La propia Adriana ha vivido en primera persona los problemas de conciliación. “Comencé en el proyecto con un niño de año y medio y mi marido trabajaba en otra ciudad; fue una etapa intensa. En un principio nos instalamos en Ourense pero, tras la pandemia, decidimos que fuera yo la que me desplazara desde Madrid y que los dos pudiéramos estar con el niño”, explica la presidenta, que en la capital se ha asegurado de disfrutar del campo y tiene una huerta y animales.

“La historia de mi padre me ha inspirado muchísimo y las lecciones que he aprendido de él son muy valiosas"

El cine ha vuelto -aunque sea puntualmente y esta vez detrás de las cámaras- a la vida de Adriana. La empresaria está volcada en la realización de un documental sobre su padre que ya está en fase de postproducción. “La historia de mi padre me ha inspirado muchísimo y las lecciones que he aprendido de él son muy valiosas ya que es una persona muy esforzada, un verdadero visionario, un idealista, un maestro, y me apetecía transmitir esas lecciones a las nuevas generaciones”, concluye.

Tiene que marchar corriendo a una reunión. Sólo con una gestión militar del tiempo es capaz de cumplir con todo. Pero Adriana no pierde la sonrisa.

Las pioneras: Madeleine Vionnet, la inventora de atuendos intemporales

Madeleine Vionnet

Retrato de Madeleine Vionnet xunto a dous dos seus vestidos / FDV

Madeleine Vionnet (Francia, 1876-1975) fue una de las figuras más influyentes de la historia de la moda. Inventó prendas, nuevos modos de vestir y de entender el cuerpo. Recurrió a la técnica del corte al biés, que aplicó a la totalidad de las prendas. Comenzó como aprendiz a los 11 años y en 1898 consiguió su primer trabajo en Londres con la modista Kate O’Reilly. En 1912 fundó en París su propia firma y abrió su primera tienda. Vivió su apogeo en los años 20, cuando era conocida como “la arquitecta de la moda”, porque concebía sus vestidos con la misma precisión y rigor con la que se proyecta un edificio. Su innovador estilo atrajo la atención de las actrices más famosas del momento como Greta Garbo, Marlene Dietrich y Joan Crawford. También fue una empresaria pionera. Sus trabajadoras disfrutaron de derechos que la ley no impondría hasta mucho después, como las vacaciones pagadas, permisos de maternidad y seguro médico. Cesó su actividad en 1940, ante la inminencia de la nueva guerra. 

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