Camposancos: la puerta del infierno franquista

El antiguo colegio jesuita de la localidad guardesa albergó de 1937 a 1941 uno de los mayores campos de concentración de España. Por él pasaron unos 5.000 presos y se dictaron 233 penas de muerte, de las que se ejecutaron 159

Pared de la fosa común de Sestás en 1981

Pared de la fosa común de Sestás en 1981 / Fotos: cedidas por Uris Guisantes

Días después de iniciada la Guerra Civil Española, el 20 de julio de 1936, Franco pedía a sus generales que “organizasen campos de concentración con los elementos perturbadores que emplearan en los trabajos públicos separados de la población”. Al margen de otras instalaciones como penales, cárceles, campamentos, calabozos y prisiones provisionales, en España funcionaron 300 campos de concentración, once de ellos en Galicia. El más representativo, por su tamaño y singularidad, es el que estuvo ubicado en el edificio del antiguo colegio jesuita do Pasaxe, en Camposancos, en el municipio de A Guarda.

Por sus instalaciones pasaron desde 1937 hasta 1941 más de cinco mil presos, se celebraron treinta juicios sumarísimos y se dictaron 233 penas de muerte de las que se ejecutaron 159. Además, otras 85 personas murieron de enfermedad, muchos de tuberculosis, y hubo otros 33 fusilados en el propio campo. En el cercano cementerio de Sestás descansan los restos de 49 personas ejecutadas contra el muro del recinto del camposanto y enterrados en una fosa común.

1. Fachada y parte anterior del antiguo Colegio Apóstol de Santiago en Camposancos.  |

La parte posterior del edificio fue usada como campo de concentración. / Ana RodrÍguez

Son datos recopilados por el investigador José Antonio Guisande, autor del libro que se presentará en las próximas semanas “A porta do inferno”, editado por la Fundación 10 de marzo y la Asociación para a recuperación da Memoria Histórica do Campo de Concentración de Camposancos e a Fosa Común de Sestás, presidida por el exalcalde de A Guarda y maestro jubilado José Manuel Domínguez Freitas. El título del libro recoge el apelativo que los reclusos daban a ese campo.

La comisión de la Inspección General de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP), creada en junio de 1937, visita ese mismo mes las instalaciones del edificio que había albergado el Colegio Apóstol Santiago en el próspero barrio de A Pasaxe y dictamina que las instalaciones son aptas para acoger un campo de concentración. Deciden utilizar la parte posterior, ya que la anterior está habitada por sacerdotes jesuitas que van siendo trasladados desde septiembre de 1936 desde otras localidades cuyo mando iba tomando el bando nacional.

7. El salón de actos acogía consejos de guerra. |

Fachada y parte anterior del antiguo Colegio Apóstol de Santiago en Camposancos. / Ana RodrÍguez

Un colegio de élite

Ese colegio respondía a un ambicioso proyecto educativo de los jesuitas en el próspero barrio de A Pasaxe, que desde 1820 era un importante hervidero comercial que albergaba el puerto, astilleros, aduana, aserraderos y hornos de cal. El centro educativo, germen de las universidades de Deusto y Comillas, funcionó desde 1885 a 1916, año en que se traslada a Vigo. Es rebautizado como Instituto Nun’ Alves cuando lo ocupan los jesuitas portugueses entre 1925 y 1932, año en que la II República decreta la disolución de la Compañía de Jesús y la incautación de sus bienes, y es restituido a los jesuitas tras el golpe de estado de 1936, funcionando hasta su cierre definitivo en 1959 como casa de ejercicios y centro vocacional para adolescentes.

A finales de agosto de 1937 comienza a organizarse el campo de concentración en esas instalaciones, que según se describían en un informe redactado en mayo de 1938, tenían capacidad para albergar 868 hombres, “amplias naves para dormitorios, excelente ventilación, patio amplio, cocinas al aire libre y enfermería para 30 camas”. Esa descripción dista bastante de la que aportan los testimonios de algunos reclusos y los documentos que muestran que ese aforo ya se sobrepasó nada más ponerse en funcionamiento.

3. Pared de la fosa común de Sestás en 1981.  |

El “torreón de tortura” donde se hacían interrogatorios. / Ana RodrÍguez

Primeros prisioneros

La primera gran remesa de prisioneros llega tras la derrota de las fuerzas republicanas en Asturias. Tras concentrar a los apresados en Ribadeo, deciden distribuirlos por los campos de concentración existentes en Galicia. El 28 de septiembre llega a aguas de Baiona la embarcación Arichcachu con un total de 1.200 hombres y 600 mujeres, algunas embarazadas y otras acompañadas de niños pequeños. Todos son trasladados a Camposancos, según relata Según relata Uris Guisantes, quien narra que las mujeres de Baiona se agolpan en el puerto para recibir a los que alcanzaban tierra en gamelas y, “salvando los culatazos de los soldados, les ofrecen agua, sardinas y pan a los recién llegados”.

Las retenidas solo estuvieron tres semanas y luego fueron trasladadas a prisiones de mujeres. Durante su permanencia, en el patio central a la intemperie, algunas dieron a luz. “En las celdas de hombres cabían cuatro reclusos y, como el aforo se sobrepasaba, la mayoría estaban en el suelo hacinados”, relata Uris Guisantes, quien recoge también el testimonio de Avelino Fernández Cabricano, un teniente de Estado mayor del ejército republicano de Gijón que montó una organización clandestina entre los presos con el objetivo de contrarrestar el trabajo de los “chivatos” que decían conocer a miembros de los partidos del Frente Popular entre sus compañeros. Cabricano, que consiguió eludir la pena de muerte y finalmente ser trasladado a un campo de trabajo en Miranda de Ebro, describe las pésimas condiciones sanitarias en que vivían los presos, infestados de piojos, chinches y parásitos y sin posibilidad de asearse hasta que en 1939 comienzan a usar bañeras requisadas y una antigua estufa de desinfección de finales del siglo XIX.

Camposancos  La puerta del infierno franquista

Letrinas / Ana RodrÍguez

La ayuda de mujeres de A Guarda, Camposancos y Salcidos permitió a los prisioneros tener cierta higiene, ya que les lavaban la ropa, les hacían encargos de materiales para elaborar artesanía dentro del campo y les entregaban cartas, dinero y paquetes de comida y ropa interior que les daban las familias de los prisioneros, alojadas temporalmente en viviendas guardesas y camposinas. “Algunas familias llegaban con las cartas de libertad pero en ocasiones ya era tarde porque sus maridos o hijos ya habían sido fusilados”, comenta Uris.

Durante los años que funciona el campo de concentración, el trasiego de reclutas es constante, tal y como prueban documentos del Archivo Municipal de A Guarda que da cuenta de los traslados y fallecimientos. La función del campo -atendido por un centenar de soldados del  regimiento Mérida con base en Vigo (consumían 1.500 litros de vino al mes, según documentos consultados por Uris Guisande)- era retener y clasificar a los presos, aún no culpabilizados de ningún delito, a la espera de su liberación o condena a reclusión, trabajos forzados o pena de muerte. A los soldados, encargados de la guardia exterior y la vigilancia de los patios, les ayudaban falangistas que controlaban desde dentro a los presos, pasando lista de diana y retreta y obteniendo información. En ocasiones venían miembros de la falange de Asturias y Cantabria para reconocer a paisanos suyos y acusarlos de ser republicanos. Los prisioneros “estaban obligados a formar, a oír misa los domingos y a escuchar las arengas que les daba un militar desde un alto”, explica Uris.

4. El “torreón de tortura” donde se hacían interrogatorios.  |

Altillo del patio principal / Ana RodrÍguez

A la entrada en el campo, un cartel con la frase “El servicio en este campo debe considerarse como frente al enemigo” anunciaba a soldados y paisanos republicanos o sospechosos de serlo que entraban en un lugar bajo un régimen militar. En el llamado “torreón de las torturas” se llevaban a cabo interrogatorios, en el salón de actos se realizaban consejos de guerra y en la “jaula de los sentenciados”, compuesta por un simple cobertizo “como un inmenso gallinero con una tela metálica” -según relata Cabricano- ,  los condenados a muerte esperaban la ejecución de la sentencia o mantenían la esperanza de la conmutación de pena.

5. Letrinas.  |

El salón de actos acogió consejos de guerra / Ana RodrÍguez

Al principio del funcionamiento del campo de concentración de Camposancos, los retenidos reconocidos como republicanos eran trasladados a Gijón, donde se les sometía a un consejo de guerra. Eso cambió entre mayo y septiembre de 1938, meses en que se instala el tribunal militar en Camposancos y se celebran 30 consejos de guerra sumarísimos. El resultado es 513 prisioneros juzgados, 195 sentencias de pena de muerte, de las cuales 155 fueron ejecutadas y 40 conmutadas, 83 penas de reclusión perpetua, 115 condenas de 20 años de reclusión, 50 de 8 años de reclusión, una de 9 años, dos de 6 y 36 absoluciones.

2. La parte posterior del edificio fue usada como campo de concentración. |

Inauguración del monumento de la fosa común de Sestás en 1986 / Ana RodrÍguez

Ejecuciones

Los primeros condenados a muerte en los juicios del terror son fusilados contra las paredes del cementerio parroquial de A Guarda, en Sestás. El 2 de julio de 1938 ejecutan a 31 y el 20 de julio a otros 18. Los 49 cadáveres se entierran en una fosa común en el exterior del cementerio (desde la ampliación en los años 90 quedó integrada en el complejo fúnebre) dentro de “cajas de pobres” y con sus datos personales dentro de una botella, lo que permitió identificarlos más tarde.

Las ejecuciones en ese lugar se detuvieron por las quejas de vecinos y obreros que escuchaban los tiros y eran testigos de las penurias de los presos, y se desviaron a otras localidades como Vigo, Pontevedra, Tui, Celanova, Ourense o Rianxo.

6. Altillo del patio principal.  |

Inauguración del monumento de la fosa común de Sestás en 1986. / Ana RodrÍguez

La memoria

A principios de los años 80, Juan Noya Gil, un represaliado republicano autor del libro “Fuxidos”, adquiere el terreno donde estaba esa fosa común. Unos años después se constituye una comisión ciudadana bajo la dirección de otro represaliado, Manuel Domínguez Pacheco “Taxota”, en el seno del sindicato CC OO, con el objetivo de realizar un monumento en la Fosa Común de Sestás. La inauguración de este memorial, que incluye lápidas con los nombres de los ejecutados inscritos, contó con la presencia de familiares de enterrados en el lugar, quienes manifestaron su decisión de que los restos de sus seres queridos permanecieran allí porque habían muerto juntos y como ejemplo de la “barbarie asesina”.

Con el objetivo de preservar la memoria de lo sucedido y retomar la labor iniciada en la década de los 80 y mantenida cada año por los jubilados de CC OO con un homenaje en Sestás, en 2020 nace la Asociación para la Recuperación da Memoria Histórica do Campo de Concentración de Camposancos y Fosa de Sestás. En el tiempo que lleva funcionando, han elaborado una unidad didáctica para dar a conocer lo allí sucedido a alumnos de secundaria -material que pretenden editar en otros idiomas-, y próximamente publicarán el libro “A porta do inferno”. A más largo plazo pretenden crear en Camposancos un centro de interpretación de los campos de concentración franquistas, proyecto que barajan llevar a la Unión Europea.

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