Sus padres y sus abuelos trabajaron en Barreras. "De niños nos colábamos en el astillero para ver las botaduras de los barcos, cuando había. Nuestros padres trabajaban de lunes a sábado entonces, nos veíamos los domingos. En aquel tiempo no era señal de bonanza económica. De hecho, nuestros regalos de Reyes eran de la ´Tómbola de Barreras´; poca cosa, un balón, un juego o, los más afortunados, una bicicleta".

Son los recuerdos de los empleados de Hijos de J. Barreras, el mayor astillero privado de España que, desde finales de 2010 y algunos desde principios de 2011, están sin trabajo. Del día a la mañana, se han ido para sus casas: 135 montadores, tuberos, soldados y caldereros que van agotando su paro mes a mes mientras esperan que la empresa, la Xunta, el Gobierno central y Bruselas, con las trabas al tax lease, pongan remedio a una situación que aboca a la desaparición al sector naval gallego.

El astillero pasó, en 36 días, de presentar beneficios a descubrir una deuda oculta de 74 millones de euros. Tras la entrega del último barco al que dieron vida, el ferry Volcán de Tinamar, la cartera de pedidos se quedó a cero. Sin clientes. Esto ocurrió a principios de este año. Y, poco a poco, el expediente de regulación de empleo fue tocando a todos los trabajadores en plantilla. Para casa, a la espera de que se reactive una demanda que no llega. En el camino, el problema con el tax lease, un beneficio fiscal para el naval que permite poder ofertar las construcciones un 25% más baratas. A países como Holanda, que junto a Alemania o Noruega están destacando en la construcción de embarcaciones, no les parecía bien esta ventaja fiscal. Denunciaron. El bloqueo, que según el colectivo no ocurre en sectores como el carbón que sí han podido solucionar sus temas sobre competitividad en Bruselas, frena la reactivación de posibles contratos en España. De hecho ya se han frenado unas 60 contrataciones en el país. De todos modos, los "hijos" de Barreras ahora afectados por una grave reconversión que jamás imaginaban, al menos hasta estos límites, consideran que, más que el tax lease, que sí agrava el parón, el origen de todo esto está en una nefasta gestión de la empresa y, lo que es peor, oculta.

Desde sus puestos de soldador, mecánico o cortador de chapa, los descendientes de los vigueses que en los últimos 100 años contribuyeron a dibujar la historia del naval en la ciudad, han pasado en poco tiempo de tener seis barcos en el carro, trabajando en todos a la vez, a ver el astillero vacío. Nada que hacer. Apenas avituallamiento.

"El malestar es muy grande y el futuro muy incierto. ¿Cómo lo vivimos? Con indignación, preocupación, en definitiva, estamos quemados. Porque si hay voluntad creemos que sí se puede levantar esto. Pero hace falta compromiso. No queremos que prometan, queremos que se comprometan; este es el mensaje de cara a las próximas elecciones. ¿No se cambió la Constitución? Se ayudó al carbón, a la banca. Nosotros sentimos, en estos momentos, que la propia empresa y las administraciones nos han perdido el respeto", explica José Manuel Ogando,uno de los afectados por la situación de Barreras, con 14 años en la empresa, como la mayoría de sus compañeros ahora sin trabajo. Casado y con dos hijos, en los últimos ejercicios desempeñaba su labor en el departamento financiero. "No quiere decir que supiera lo que ocurría, ojo. Ni idea. Que conste que nuestros viejos ya nos decían que el día que terminásemos el último barco se iban a ver los números de la empresa. Porque un barco tapaba a otro. Se iba tapando la deuda. Veíamos que descendía la carga de trabajo, pero no pensábamos que la deuda fuese tal. Yo solo digo que una empresa capaz de tapar una deuda de tantos millones durante tanto tiempo tiene que ser viable y potente, si quiere", explica este vigués de 40 años, quien añade en su reflexión: "Y que no le echen toda la culpa al tax lease, porque no la tiene. Solo en parte". Tampoco la amenaza de China, Corea o Japón, con su ventaja competitiva basada en mano de obra más barata, es nueva. "Llevamos 20 años escuchando eso. Lo decían nuestros padres. ´Hay que aprovechar que este chollo se acaba´. Pero se supone que las empresas tienen que reubicarse en un mercado más internacionalizado y hace cuatro años que en Barreras no se firmaba un nuevo contrato de construcción. Y mientras, aumentando la deuda a los proveedores", comenta Ramón Sarmiento, casado, con tres hijos y empleado del astillero, continuando con la tradición familiar. Fue calderero y ahora representante sindical (CC OO). En diciembre se decidirá la prórroga o no del ERE: "está claro que en enero tampoco habrá pedidos; la suspensión de pagos seguirá", dice este baionés de 38 años de edad. Nada nuevo en el horizonte.

El guión del filme de Fernando León de Aranoa es más real que nunca en la ría de Vigo. Desde la quiebra técnica de Barreras, estos compañeros de grúas y pluses de toxicidad, ven cómo el tiempo transcurre sin novedades. Acuden cada mañana al astillero y allí conversan. Esperan noticias que no llegan. Cuelgan pancartas de protesta, cortan el tráfico para llamar la atención de su situación de vez en cuando y hasta montan manifestaciones, con la esperanza de que algo se arregle. Tienen fama de peleones, de luchadores, de fuertes y reivindicativos. Pero sin pedidos en cartera y si la solución depende de una inyección de capital a la empresa, de que los accionistas se impliquen o de que las administraciones muevan ficha comprometiéndose con un sector en estos momentos en extinción, sus protestas callejeras no consiguen el eco deseado. Porque la reconversión se los come. Y el norte de Europa también. Por no hablar de la crisis, que les deja poco espacio para pensar en reubicarse en otro sector. Difícil encontrar trabajo.

Como los protagonistas de ´Los lunes al sol´ viven continuamente en domingo y pasean por la ciudad y por los muelles sin ponerle nombre al día de la semana, en silencio. Pensando en qué hacer, en cómo mantener a sus familias y en su futuro porque el paro se queda en nada cuando al sueldo se le quitan los pluses de peligrosidad y toxicidad que percibían en su etapa laboral.

Sus historias recuerdan a las de Santa [Javier Bardem], José [Luis Tosar] y Lino [José Ángel Egido]. Aunque este colectivo de Barreras es quizás más joven. Una generación de trabajadores de entre 30 y 40 años que empezaron juntos en el astillero, cuando en los noventa, la empresa decidió contratar a más de 80 hombres para dar salida a todos los pedidos en plazos razonables. Era el punto álgido, una de las épocas doradas.

Como los protagonistas de la película, comparten charlas y alguna que otra partida al tute y al mus. Más que en los bares, como ellos, en el propio astillero, que se resisten a abandonar. Allí van a diario pese a que la empresa, en estos momentos, no los necesita. Pero no está todo dicho. Todavía no se han puesto el traje y la corbata para acudir a entrevistas de trabajo, escenas en las que Lino lo pasaba tan mal, con ansiedad y un desagradable sudor de manos que no podía evitar. Tampoco son de enfado fácil e indignación al límite, como Santa, y su gesto es más optimista que el de Tosar en el filme.

"En su momento hicimos un curso. Somos todos montadores navales, especializados en las fases de fabricación de los buques. Pero no hay que olvidar que esto afecta a unos 2.500 trabajadores de la empresa auxiliar. Muchos ya han acabado el paro. En mi casa me dicen que hay que aguantar; que si aguantaron mi padre y mi abuelo, yo también", cuenta Víctor García, de 33 años. No tiene hijos. José Manuel Soliño, sí: tres. "Siempre ha sido un sector colchón para la ciudad. Si va bien, va bien el resto y los negocios no cierran", comenta desde la cubierta del ferry de la Naviera Nabia. Ellos mismos podrían construir uno igual. O mucho más grande. Todo depende de que Barreras consiga clientes.