“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más”

Antonio Lamiño se jubila después de 38 años al frente del mítico bar estradense

Lamiño posa con el escudo del bar, que mandó hacer al abrirlo.

Lamiño posa con el escudo del bar, que mandó hacer al abrirlo. / Bernabé/ Javier Lalín

Hay lugares que forman parte intrínseca de la identidad de un pueblo, hasta el punto de que podrían considerarse emblemas. Aquellos que incluso los que no los frecuentan los conocen y que se sabe que, si un día se pierden, un trozo de historia se irá con ellos. Es el caso del TL2, un bar ubicado en la calle Antón Losada Diéguez de A Estrada que desde su apertura, en 1986, hasta hoy se convirtió en meca de la vida social y nocturna de la villa, así como del entorno.

Entrar en el TL2 resulta familiar y extraño al mismo tiempo. El local apenas ha cambiado desde su apertura, a excepción de una reforma en el 2020 para reducir el espacio. Desapareció así la gran pantalla –una de las primeras en A Estrada– en la que se proyectaban los partidos de fútbol. También se fueron los bolos y las máquinas de baloncesto. Pero permanecen las mesas de billar, el futbolín y el resto del mobiliario identitario del local, con una marcada estética de los 80 y 90. Las paredes pintadas en azul cruzadas por una cenefa con rayas en zigzag negras y rojas. A la derecha, las mesas sobre una especie de tarima, de color negro y rodeadas por una balda que separa esta área del pasillo y la barra. Todo está igual. Esa familiaridad es la que hace que, pese a los años, los que frecuentaron este mítico garito estradense, se sientan como en casa siempre que vuelven.

Asistentes a una de las 
famosas cenas de amigos 
organizadas en el local.

Lamiño y Souto, quien lo introdujo en el sector de la hostelería. / Cedida

Sin embargo, todo lo bueno se acaba y ayer era el último día que este establecimiento abría sus puertas al público después de 38 años. Al menos, hasta nuevo aviso. El motivo del cierre es la jubilación de su gerente, José Antonio Lamiño Prado, que este 4 de julio cumplía 65 años en una jornada cargada de felicidad y nostalgia.

Lamiño conoce muy bien el sector de la hostelería, pues empezó a trabajar en ella con apenas trece años. La persona que lo introdujo en este mundo, Manuel Souto Díaz, todavía toma el café con él cada día. Pero, ¿quién mejor para hablar de su pasado que el propio protagonista?: “Empecé a trabajar como camarero a los trece años, gracias a Manuel, que me dio a escoger entre dos opciones: el torno o la bandeja”, dice. “Desde entonces me dediqué a esto: serví en lugares como Casa Conde, el Hotel La Toja, en Casa Román, Hotel Molusco… etc. Pero donde más tiempo estuve fue en Sala Gradín” explica Toño Lamiño, como lo conocen sus amistades.

Uno de los 
torneos de truco 
del TL2.

El hostelero en su primer día de trabajo, con trece años. / Cedida

Su trayectoria es extensa, pero dentro de la infinidad de negocios en los que fue empleado, hay uno que destaca particularmente: “Mi tiempo en el Gran Vía me marcó, ahí aprendí muchas cosas y estaré siempre agradecido”. Aquí sirvió seis meses hasta irse a la mili, a los 21 años. Precisamente su paso por el servicio militar obligatorio es una de las etapas que recuerda con más cariño: “Hice la mili en Torremolinos, con vistas al mar, y allí conocí a uno de mis mejores amigos, Fidel Solís Amigo, que ahora regenta el Restaurante A Pereira en A Coruña y a quien espero ver pronto, ahora que tendré más tiempo”.

Una vez regresó de su entrenamiento militar, el hostelero tenía claro que era hora de montar su propio negocio, hacer algo por su cuenta. Primero fue el American Bar, en el número 35 de la Avenida Pontevedra; luego el Aturuxo, en la Zona dos Viños y, finalmente, cogió el traspaso del TL2 en octubre de 1986. “El bar lo habían abierto hacía seis meses y al propietario no le estaba yendo bien” relata Lamiño, que añade: “Como yo era un cliente habitual y sabía que tenía otros dos negocios, me ofreció coger el traspaso. Al principio lo hablábamos de broma, pero finalmente lo llevamos a cabo y hasta hoy”, resume.

El estradense con 
Manuel Souto, quien 
le dio su primer 
trabajo en hostelería.

El estradense con familiares y amigos ayer en una comida de despedida. / Cedida

Por aquella época el estradense, vecino de toda la vida de O Cruceiro, ya contaba con buena fama en el sector y tanto el American Bar como el Aturuxo funcionaban a las mil maravillas, un éxito que él quiere compartir con su socia en aquel entonces, a quien le reconoce ser una cocinera excelente. Por ello, cuando abrió el TL2, apenas un día después de firmar la cesión, la expectativa era tal que se formaron colas a sus puertas. “Lo abrí un viernes, si mal no recuerdo, y ese mismo día ya estaba lleno”, dice el hostelero, ahora jubilado.

El alquiler que tenía que pagar por un establecimiento de las dimensiones del TL2 a finales de los 80 era casi irrisorio, como él mismo afirma, si se compara con los precios del metro cuadrado hoy en día: “Pagaba 86.000 pesetas al mes, sin fianza, lo que equivale a unos 520 euros, algo impensable en la actualidad”. “Con todo, se trabajaba tanto que en dos días esa cifra estaba más que amortizada” expone el regente del mítico bar.

“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más”

Lamiño el primer día de apertura del TL2. / Cedida

Pero el éxito no llega solo, hay que trabajarlo, y Toño Lamiño sabía muy bien cómo ganarse a la clientela. Desde que levantó por primera vez la reja, quiso poner al TL2 a la vanguardia. “Nosotros fuimos el primer local de todo el pueblo en tener pantalla y proyector, uno de tres cañones que por ya en su día me costó más de un millón de pesetas (unos 6.000 euros)”, apunta el empresario. No solo eso, sino que en este negocio de la Antón Losada también disponían de pista de bolos y área de recreativos, además de los pasatiempos de bar tradicionales, como el billar, el futbolín, y por supuesto, las cartas. De hecho, uno de los elementos distintivos eran los torneos de truco, tute… y demás juegos de la baraja española, que atraía tanto a clientes del municipio como de todo el entorno. “Cuando hacíamos los campeonatos esto se llenaba, jugaban los clientes de siempre y gente que venía de concellos como Forcarei, Silleda o Cuntis”, sostiene.

“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más”

“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más” / nerea couceiro

En general, el “Te-ele”, abreviación que utilizaba la clientela habitual, era un punto de encuentro. Cada semana se celebraban sus famosas “Cenas de amigos”, que juntaban a decenas de personas de todas las generaciones: “Sacábamos cada semana una lista para las cenas y la gente se iba apuntando”. Además, hay que destacar que a finales del siglo pasado no había móviles ni Whatsapp, por eso el lugar de quedada era este bar: “Cuando no había teléfonos los jóvenes sabían que el viernes y el sábado noche empezaba aquí, por eso no quedaban, directamente aparecían por la puerta con la seguridad de que sus amigos estarían dentro”. “De hecho, los días que abría la Lennon, primero se tomaban algo aquí, después arrancaban para la discoteca y a las tres de la mañana esto volvía a llenarse, era un no parar de trabajar”, rememora Lamiño.

Aquí no solo empezaban y acababan las noches de fiesta, sino también eventos importantes para la clientela de Toño, como las bodas: “Antes no había baile en los convites, no era como ahora que la gente se queda en el restaurante toda la noche y madrugada, por eso las bodas acababan aquí, en el TL2”. Al fin y al cabo, este fue el locus amoenus de toda una generación, dando pie a numerosos enlaces, tanto los matrimoniales como los que no llegaron a tal puerto.

“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más”

“Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más” / nerea couceiro

Por otra parte, ser sociable es prácticamente un requisito sine qua non para regentar un bar, pero también se requiere de cierta pillería, y eso a Toño Lamiño no le falta. Él fue un adelantado a Digital Plus, y a finales de los ochenta se compró una cámara de vídeo para filmar los partidos del Estradense (tanto de fútbol como de balonmano), que después retransmitía en el TL2 y el American Bar. “El día que más taquilla había era cuando había tangana, teníamos que repetir los partidos toda la semana”, bromea con añoranza este vecino de O Cruceiro.

En general, los 80, 90 y 2000 fueron tiempos dorados para esta cantina, pero con la crisis del 2008 la cosa empezó a decaer. “Ahora no ya no es lo que era, no hay esas pandillas grandes y la gente es más reservada e individualista, muchas cosas cambiaron”, lamenta Lamiño, que evoca esa época en la que la camaradería era uno de los ejes más importantes en las relaciones interpersonales, y agrega: “Recuerdo con afecto cuando los que estaban emigrados me llamaban para pedirme que no cerrase antes de que ellos llegasen porque querían reencontrarse con los suyos y tomarse algo en el bar de siempre, ahora esas cosas no pasan”.

Son muchos años y por tanto muchas anécdotas. Tantas que no todas pueden entrar en los límites de estas páginas. Desde los partidos del equipo de fútbol del TL2 que vieron crecer a varias generaciones tanto en las bancadas como en el campo, hasta las noches de San Xoán y de Nochebuena en casa de Lamiño con barra libre. El vínculo entre este empresario y sus clientes no era el que surge de una mera transacción económica, sino el que se espera de una gran familia.

Ahora, toca cerrar un capítulo, pero el estradense espera que pronto comience otro. “Mi sueño es que el TL2 siga abierto muchos años más, por lo menos hasta que yo me muera”, asegura Lamiño, que aunque no dispone actualmente de planes para el establecimiento aguarda que sea alquilándolo o vendiéndolo, alguien continúe con su legado. En este sentido, el TL3, un apéndice del local original que se creó a raíz de una reforma en 2020, será regentado a partir de ahora por su hijo, “Toni” Lamiño.

En esta línea, es posible que la clausura del local sea breve, ya que podría pasar a ser gestionado por la Peña Madridista Estradense, que lleva años empleándolo como centro de operaciones, recibiendo incluso la visita de Vicente Del Bosque en 2019.

Para rematar, puede ser que desde ayer Toño Lamiño esté jubilado, pero cuando se lleva trabajando desde los trece años, uno no puede deshacerse del hábito de forma fácil. Por ello, el estradense ya le está dando vueltas a sus planes de futuro, con nuevos proyectos que, si llegan a buen puerto, podrían implicar incluso el cambiar de continente, aunque de momento prefiere no desvelar nada hasta que las bases no sean firmes. Lo que sí tiene muy claro, en el mañana más próximo, es que desea realizar una gran fiesta de despedida en la que pueda alzar la copa una vez más con todos aquellos que frecuentaron su barra durante años.

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