“Si no tuviera el equipo que tengo no sería viable llegar a los cincuenta años”

Clientela, adaptación a los tiempos y sacrificio, claves en la historia de la panadería Mella

Luis y Alicia fundaron A de Laro en 1974 en Silleda, tras colaborar en el negocio familiar

Alicia y Luis, flanqueados por sus hijas María José y Ana, en su panadería de Silleda.

Alicia y Luis, flanqueados por sus hijas María José y Ana, en su panadería de Silleda. / BERNABÉ / JAVIER LALÍN

Iria Otero

Cuando Alicia y Luis cerraban sus maletas, con la ilusión de poner rumbo a Francia, nada les hacía imaginar que terminarían regentando una panadería con 50 años de historia. Aunque, para ser sinceros, ellos ya están jubilados y ahora es su hija María José la encargada del negocio familiar. En un principio ella no iba a continuar con la panadería, la iba a llevar su hermana Ana, pero por motivos de salud no se pudo hacer cargo. “No puede llevar el ritmo que exige una panadería”, reconoce María José.

Ella misma cuenta que, a pesar de que sus padres ya no sean la cara visible de la panadería Luis Mella, siempre están dispuestos a darle un consejo cuando lo necesita. Aunque, eso sí, no se entrometen en sus decisiones. “No son los típicos jubilados que quieren seguir al pie del cañón. Siempre dicen que no entiende cómo los jubilados no se adaptan a su nueva vida”, comenta la actual gerente.

Un comienzo casual

Ni Alicia ni Luis tenían pensado dedicarse a la elaboración de pan, pero la falta de oportunidades laborales hizo que aceptaran una oferta en la aldea de Alicia, en Fiestra, debido a que los dueños del local habían enfermado. Por lo que se podría decir que sus inicios en este mundo fueron por pura casualidad. Tras un tiempo en Fiestras, se fueron a Cortegada, donde la familia de Luis poseía otra panadería. Al matrimonio le tocó colaborar cuando al hermano de Luis lo llamaron para hacer la mili.

“Muchas veces resto de mi calidad de vida para primar la de los obreros”

Después de estas experiencias, en 1974 decidieron abrir su propio negocio, A de Laro. No estaba ubicado ni tenía el mismo nombre que en la actualidad, pero fue el comienzo. Por aquel entonces, ni siquiera María José había nacido aún. Todavía estaba en el vientre de su madre. El traslado a la actual ubicación, en la Avenida do Parque, tuvo lugar en 1980, cuando María José tenía 5 años y su hermana Ana, 4. La mayor recuerda que el barrio le parecía “el más triste del mundo. Porque apenas había niños, había muchos coches y mi madre no nos dejaba ir a la calle”.

Ya en la adolescencia le llegó el turno de echar una mano a sus padres. Eso conllevó a que su tiempo de ocio se viera reducido porque como ella misma reconoce: “La juventud es incompatible con los horarios de la panadería. Nuestros padres no nos decían a la hora a la que teníamos que volver a casa, nos decían a qué hora había que empezar a trabajar”.

Y aunque se vislumbra lo sacrificado de esta profesión, la gran pregunta es: ¿cómo es posible mantener un negocio durante tantos años? No hay una única respuesta, aunque María José tiene claro el ingrediente principal. “Si no tuviera el equipo del que estoy rodeada no sería viable llegar a estos cincuenta años. Lo más importante es estar siempre rodeada de un buen equipo. Si las piezas son buenas el equipo tira, sin él no duras ni meses”.

Pero no solo es importante el grupo de personas con las que se trabaje, que en este caso llega a la docena, para María José también es fundamental el papel que desempeña el jefe, en este caso ella misma. “Para que el equipo funcione el encargado tiene que implicarse mucho, esforzarse y organizar todo bien, porque son muchas horas las que hay que hacer”, asegura. “Muchas veces resto de mi calidad de vida para primar la de los obreros, pero es la única forma posible para que las cosas vayan bien”, afirma.

“El cliente es el que nos marca las tendencias, porque son los que demandan”

Aunque el componente humano es primordial para haber alcanzado las cinco décadas, otro factor fundamental es el saber adaptarse a los nuevos tiempos. Y esto lo han sabido hacer divinamente sin perder ni un ápice de su esencia. “Mantenemos la elaboración artesanal, pero lo único que utilizamos para facilitar las tareas, porque nos preocupa la salud de los empleados y la nuestra, son amasadoras mecánicas”, explica María José.

Además, también se preocupan por hacer sentir a sus clientes que son importantes para ellos. Es por esto por lo que, aunque en la panadería Luis Mella siempre han escapado de las modas, tal y como afirma su gerente “muchas veces es el cliente el que nos marca las tendencias, porque son los que demandan. Por ejemplo, el pan integral antes se hacía solo determinados días, y de un tiempo a esta parte lo hacemos todos los días”.

Quien sabe si este negocio, que comenzó por casualidad, logrará llegar al centenario algún día. Desde luego la intención de María José es que sus hijos tomen la decisión libremente. Ella no opina, pero si que termina diciendo: “la primera generación hace, la segunda mantiene y la tercera destroza todo. Son mis hijos, pero no les deseo esta vida a casi nadie”.