Ciclismo

Pogacar rompe la banca del Tour

El astro esloveno noquea a Vingegaard en el Galibier y se viste de amarillo en los Alpes

Sergi López-Egea

Las caras, esas caras que siempre observaba Miguel Induráin antes de ordenar a los suyos que aceleraran en las montañas. La de Tadej Pogacar, en la meta de Valloire, es la de un tipo en furia, encendido, feliz, que chilla casi para hacerse oír entre el estruendo general. Gana y se viste de amarillo. Vence y somete a todos. Aplica su guion y el resto baja la cabeza. Mira a su alrededor y comprueba que tiene un equipo intratable con Juan Ayuso, qué pena que sea gregario, como principal abanderado de los suyos.

La de Jonas Vingegaard, en el mismo entorno de Valloire, es un poema. Hasta Carlos Rodríguez, que cruza la meta a su lado, le da una palmada para animarlo. Jamás se le había visto expresión tan preocupante: no tiene equipo, sobre todo porque Wout van Aert anda renqueante por culpa del castañazo que se dio el domingo camino de Bolonia. El golpe de Pogacar sobre su rival ha sido doble: deportivo y psicológico; suerte que el astro danés tiene ahora dos días de recuperación antes de enfrentarse a una contrarreloj que, como le atormente, acabará de encender todas las alarmas en el Visma.

A Pogacar sobre el podio se lo ve sonriente, denota felicidad, poderío, energía por todos lados. Ha realizado una fantástica exhibición, una lección de táctica y fortaleza del UAE, su equipo, que no está al alcance de ninguna otra escuadra rival, los que miran y tratan de administrar pérdidas.

No hay nada improvisado en la escuadra de Pogacar. “Buen trabajo, chicos. ¡Sensacional!”, escuchan los corredores desde el pinganillo. Si fuera un partido de fútbol habrían ganado por goleada. Hace meses que han estudiado las etapas claves del Tour. Al contrario de lo que le ha sucedido al Visma, los genios de la estrategia, ellos han podido concienciar a sus ciclistas, administrarles el trabajo, decirles cómo, cuándo y dónde tienen que marcar un ritmo que elimina a la mayoría de los rivales.

Pogacar llega esprintando, con esa cara de comerse el mundo tan diferente a Vingegaard que parece un boxeador cuando se levanta de la lona . “No sé cómo irá el Tour, pero es uno de mis grandes triunfos. Ha sido una locura”, confiesa Pogacar. Nada que añadir, señoría.