Fútbol

Dentro de juego

Adrián Díaz culmina veinte años de carrera con su ascenso como asistente a Primera División

El arbitraje vigués no tenía representante en la máxima categoría desde Joaquín Alonso en 2002

Adrián Díaz, ayer, en la sede de la Federación Gallega de Fútbol en Vigo.

Adrián Díaz, ayer, en la sede de la Federación Gallega de Fútbol en Vigo. / Alba Villar

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Lunes, 24 de junio. Es la fecha anhelada. Decenas de árbitros y asistentes aguardan con el teléfono en la mano. El Comité Técnico Arbitral ya ha entregado su informe de la temporada 23-24. Ha elaborado un escalafón, aún secreto, con las puntuaciones de los informadores. La Federación Española va a anunciar ascensos y descensos. Adrián Díaz González intuye que su nombre puede figurar entre los elegidos para la gloria. Como juez de línea de Arcediano Monescillo, ha sido reclutado para los partidos más comprometidos de Segunda División; entre ellos, la ida de la promoción entre Oviedo y Espanyol. “Era un factor importante. Un cúmulo de situaciones habían salido bien”, admite ahora, habiendo contenido antes su optimismo. “Lo esperas pero igual que otra gente que no lo consigue. En otras ocasiones estuve expectante y no se dio la situación”. Esta vez el teléfono sí suena y sabe exactamente qué le dirán porque lo ha soñado. Pronuncian su nombre igual que se repetirá desde agosto en las designaciones de Primera. Lo abruma una avalancha inmediata “de sentimientos”, confiesa: “Han sido muchos años intentándolo. Por fin”.

Es ciertamente la culminación de un largo camino, que ha recorrido con talento y persistencia. Adrián Díaz, Adri para sus íntimos, alcanza la élite a los 37 años, a ocho del plazo de jubilación. Cumple justo dos décadas como miembro del colectivo arbitral. Canterano del Vitoria, su perspectiva sobre el arbitraje cambió cuando conoció a Comesaña Bastero. “Cuando yo jugaba de alevín o infantil, todos los árbitros me parecían mayores. Él era realmente joven. Yo vivía, además, cerca de la antigua delegación, en la calle Balaídos”.

Incluso las vocaciones más profundas atienden a encrucijadas o serendipias impredecibles. Aquel Adri de 17 años, al que su padre acompañó el día de su inscripción para firmar la autorización, debutó como asistente en un partido de juveniles de categoría comarcal, en Comesaña. Recuerda haber entendido y aceptado instantáneamente aquella revelación mientras recorría la banda. Una epifanía sobre tierra “como el 95 por ciento de los campos de Vigo en aquel entonces”.

–Esto me gusta –se dijo.

Y aún pronto añadió a ese entusiasmo el más específico por el banderín. Ya en 2006 se anotó en el cuerpo especializado de asistentes, que es siempre la función bautismal y transitoria de los recién llegados. “De aquella, la gente intentaba hacer carrera arbitral y cuando no alcanzaba una categoría, se reconvertía”, explica. “Yo fui de los primeros con tan poca edad. Veía que se me daba bien y me gustaba. Me sentía cómodo”.

Adri ha progresado durante este tiempo como pieza esencial en el delicado engranaje de los tríos. En Preferente y Tercera División acompañó a todos los árbitros vigueses. En Segunda B se asoció durante cuatro temporadas con Emilio Costas. Cuando subió a Segunda, se encontró a a David Pérez Pallas, con el que compartió cuatro años. Añadiría otros dos con el pontevedrés Alejandro Muñiz, hoy internacional, y los dos últimos con el manchego Arcediano Monescillo.

Han sido siempre relaciones bien avenidas, que han roto las promociones de cada integrante. De hecho, Adri volverá a mudar este verano. Ya que Arcediano se queda en Segunda, él compondrá grupo con el mallorquín Mateo Busquets Ferrer, como jefe, y el madrileño Gonzalo García González en la banda contraria; la de los banquillos, por jerarquía veterana. “Cuando salen las listas, la gente va formando equipos por afinidad, gustos...”, detalla el vigués. “La forma de trabajar es muy estándar. Algún árbitro tiene matices diferentes, a los que te amoldas. Pero todo suele ser similar”.

Adrián Díaz.

Adrián Díaz. / Alba Villar

Lo que ha ido cambiando desde que empezó, en realidad, son los escenarios; más confortables cuanto más grandes, aunque la presión se antoje superior. “Todo se magnifica, pero no eres consciente de lo que pasa detrás de ti, si te gritan o no. Estás concentrado. Es peor cuando pitas un partido de fútbol base, hay cincuenta espectadores, te gritan uno o dos y los estás viendo. La situación es más directa”.

Ya que testigo directo de todo el siglo XXI, también ha tenido que asimilar la introducción progresiva de la tecnología. “Con el pinganillo resulta mucho más sencillo. Antes empleabas señales gestuales. El árbitro te miraba y le proporcionabas la información necesaria con el banderín o con la mano”. En 2018 se implantó el VAR. Adri asegura que no ha influido en su comportamiento, ni más conservador ni más atrevido. “Es una red de seguridad, pero en el campo lo que quieres es acertar; ves la jugada y pretendes hacerlo lo mejor posible”. En la Liga 24-25 se incorporará la revisión automática del fuera de juego, que se está aplicando en la Eurocopa. Adri lo agradece: “Es un sistema mejorado con respecto a las líneas, más rápido”.

Ninguna innovación le parece una amenaza a su tarea. “Los asistentes hacemos más cosas: situaciones de tarjeta, de faltas… Incluso cuando el juego está en el campo contrario, asumimos una función pasiva, cubriendo zonas ciegas del árbitro, a su espalda. Todo el mundo tiene un papel en todo momento. Nunca te desconectas”.

Adri destila pasión por su oficio a la vez que lo desacraliza. No presume de esa habilidad casi disociativa de percibir al pasador y al receptor en el mismo instante, aunque muchos metros los distancien: “Es práctica, una forma de trabajar toda la vida; estás automatizado”. Y esa rutina incluye asimilar el fallo con el equilibrio adecuado entre contrición y olvido. “No me como la cabeza. Llevo muchos años y he vivido situaciones de todo tipo. Cuando llegas, te afecta más. Del error tienes que aprender y tratar de corregirlo para que no se vuelva a producir. Pero una vez que pasó, no puedes volver atrás en el tiempo”.

El ascenso de Adri remedia una sequía, si bien no de forma completa. Ningún árbitro olívico ha juzgado un partido de máxima categoría desde un Rayo-Cádiz de octubre de 1992; el último de Antonio Taboada Soto, que enfermaría después, falleciendo en febrero de 1993 (“Javi Figueiredo, en Primera RFEF, tiene muy buena pinta”, anticipa Adri). Y ningún asistente lo había hecho desde Joaquín Alonso Méndez en la temporada 2001-2002.

De Adri solo tengo buenas palabras como árbitro y como persona”, analiza el delegado, Francisco Soto Balirac. “Está muy involucrado con la delegación. Nunca tuvo un mal gesto ni una mala palabra con ningún directivo o compañero. Es humilde, sin aires de grandeza por ser profesional, y está siempre disponible. Es de las personas que suman y que queremos tener por su compromiso”.

“Su ascenso es un éxito personal de él y colectivo de la delegación de Vigo en particular y de la Federación Gallega de Futbol en general, que ha apostado decididamente por él este año”, añade. “Es muy importante que Vigo tenga un referente en la máxima categoría en la que se mire la gente más nueva; que vean que con esfuerzo y compromiso se pueden alcanzar las máximas metas”.

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