Historias irrepetibles

“Tenía que llevar muerto desde 1944”

El golfista Lloyd Mangrum fue uno de los deportistas más famosos que tomaron parte en el Desembarco de Normandía

Solo seis meses después de volver de la guerra, donde fue herido de gravedad, ganó su único torneo grande

Mangrum recibe el trofeo como ganador del Open USA.

Mangrum recibe el trofeo como ganador del Open USA. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Tenía cierto parecido físico con el actor Clark Gable y le llamaban “míster carámbano” porque era muy alto y delgado y nada de lo que sucedía en el campo parecía afectarle. Jugaba tieso como una vela, imperturbable. El golfista Lloyd Mangrum fue, junto a la leyenda del béisbol Yogi Berra, el deportista más famoso de cuantos pisaron las playas de Normandía durante el desembarco del 6 de junio de 1944, del que ahora se celebran los ochenta años y que inevitablemente lleva a evocar a todos aquellos que protagonizaron un momento capital de nuestra historia. No bajó de las barcazas en la primera oleada, pero lo hizo a las pocas horas como parte del Tercer Ejército del general George Patton. Mangrum era un texano que en aquel momento ya había conseguido seis triunfos en el circuito profesional de la PGA y a quien en 1940 se le había escapado la victoria en el Masters de Augusta después de dejar una tarjeta de 64 golpes que tardó casi cincuenta años en igualarse. Eran los tiempos en los que el golf lo era todo para él y los cañones que sonaban en Europa aún no retumbaban en Estados Unidos con la suficiente fuerza.

Mangrum formaba parte de la generación norteamericana que había sufrido en sus carnes la Gran Depresión que vino después del crack bursátil de 1929. Era por entonces un adolescente que al igual que su hermano soñaba con ganarse la vida jugando al golf. Comenzó de caddie en San Diego (ciudad a la que se mudó la familia desde Texas) y superados los veinte años cogió los pocos ahorros que tenía y se fue a probar suerte en una serie de torneos por Estados Unidos. La experiencia fue un absoluto desastre y cuando le quedaban un par de dólares en el bolsillo, lo justo para comprarse un billete de tren, regresó a casa para buscarse la vida como fuese. Hizo de taxista, de portero de club, incluso de cantante en una banda. Le ayudaba ese aspecto de actor que tenía. El ejemplo de su hermano Ray, que ya había metido la cabeza en el mundo profesional, le impidió desfallecer. Nunca se alejó de los campos, ganó algún dinero en torneos locales y volvió a probar suerte en el circuito un par de años después. La prueba de que era alguien obstinado como pocos. Las cosas ya fueron distintas. El “hermano de Ray”, que fue como se le conoció al principio, se convirtió por fin en Lloyd Mangrum. Llegaron las primeras victorias (cinco en sus primeros años como profesional) y sobre todo, aquella impresionante actuación en el Masters de Augusta de 1940 en el que fue líder durante las dos primeras jornadas y finalizó segundo a cuatro golpes de Jimmy Demaret. En ese momento solo estaban por delante en la clasificación de la PGA tres leyendas como Byron Nelson, Ben Hogan y Sam Snead.

Pero llegó el mes de diciembre de 1941 y el ataque a Pearl Harbour que empujó a Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial. A Lloyd Mangrum le hubiese resultado sencillo evitar su movilización. La mayoría de los deportistas de élite en su país lo hicieron. En aquel momento le llegó una propuesta para convertirse en instructor de golf en el campo de Fort Meade en Maryland que le hubiese valido para quedarse en casa, pero la rechazó y comenzó su entrenamiento para participar en la guerra. Mangrum realizó una larga instrucción en Estados Unidos y en 1944 viajó a Inglaterra para integrarse en el Tercer Ejército de Patton y esperar el momento del salto a Europa. El 6 de junio pisó las playas de Normandía para vivir durante un año en algo muy parecido al infierno. A las pocas semanas de pisar Europa sufrió un accidente viajando en un jeep y se rompió el brazo y tuvo que pasar un tiempo en Inglaterra recuperándose. Volvió a descartar la vuelta a casa y regresó al continente para participar en invierno de 1945 en la Batalla de las Ardenas, la última resistencia que ofreció el ejército de Hitler a los Aliados en su camino hacia Alemania. Allí fue herido de importancia. Una explosión cerca de él le cubrió el cuerpo de metralla. Buena parte de ella le alcanzó en la barbilla y en la cara, pero no llegó a zonas más sensibles de su cuerpo.

De aquellos días Lloyd Mangrum nunca habló en exceso. Su mejor testimonio aparece en una carta que le mandó en abril, poco antes de que Alemania se rindiera, a Fred Corcoran, el comisionado de la PGA, y que ahora está en el museo del golf profesional de Estados Unidos.

“Fred, supongo que he sido testigo de muchas cosas que otros chicos no han tenido el disgusto de presenciar y espero que nunca lo hagan. Jamás pensé que un hombre adulto pudiese asustarse tanto. A veces maldecimos y luego rezamos. He visto llorar a demasiada gente y yo también lo he hecho. Cuando los proyectiles estallan a tu alrededor piensas inevitablemente en que el próximo lo hará donde estás. He engañado a la muerte muchas veces y tengo mucha suerte de estar vivo. Pero ahora todos los que estamos aquí pensamos lo mismo, que volveremos a casa si Dios lo permite”, decía la carta.

Lloyd Mangrum volvió efectivamente a casa convertido en un héroe de guerra con dos Corazones Púrpura y otras cuatro medallas más. Pero en el equipaje también traía mucho dolor. Nada lo explica mejor que la mitad de un billete de dólar que llevaba en el bolsillo. Antes de saltar a Europa él y su mejor amigo aquellos años, Robert Green, lo partieron con la intención de volver a juntarlo cuando estuviesen a salvo en casa. Nunca pudieron hacerlo porque Green murió a los pocos días de su llegada a Francia. Mangrum llevó siempre encima, hasta el día de su muerte, la mitad de aquel billete. Por eso su perspectiva de la vida había cambiado por completo. “No creo que fallar un putt de tres metros ahora se convierta en un problema realmente serio” llegó a decir en relación a su forma de encarar su actividad a partir de ese momento.

Tras años de inactividad Lloyd Mangrum regresó a los campos de golf en marzo de 1946, seis meses después de su vuelta a casa. En junio sucedió lo impensable. Pese a su falta de ritmo y los años de parón por culpa del entrenamiento y de la guerra apareció en el Open USA que se disputaba en el campo de Canterbury en Ohio. Sorprendentemente Mangrum estuvo a un nivel notable, impropio de alguien con tanta inactividad. Aquello le dio al torneo una fuerza especial porque era una historia fácil de vender y de comprar. Un héroe de guerra, alguien que solo unos meses antes estaba en Europa combatiendo contra los alemanes, estaba en la pelea por ganar el primer torneo grande de su carrera. Tanto fue así que una multitud se acercó al campo de Canterbury aquellos días para asistir a las angustiosas rondas finales. Más de veinte mil personas siguieron el sábado el desenlace de un torneo que se transformó en una prueba de resistencia. El sábado, día en el que finalizaba tradicionalmente el torneo, tres jugadores acabaron con el mismo resultado: Mangrum, Byron Nelson y Vic Ghezzi. El domingo por la mañana los tres jugadores se citaron para jugar dieciocho hoyos de desempate y sucedió lo impensable: volvieron a conseguir el mismo resultado. Como no había otro modo de resolver la cuestión por la tarde volvieron a completar otro recorrido. Un ejercicio agotador sobre todo en el aspecto mental. Y en esa última vuelta, tras un día agotador, Mangrum fue el más duro de los competidores. Siempre se hablará de que el caddie de Nelson le costó un golpe de penalización tras tocar accidentalmente una bola con el pie, pero lo cierto es que el héroe de guerra, el soldado de Patton, llegó a falta de dos hoyos con una ventaja mínima que supo sujetar, pese a los nervios finales. Un complicado putt de más de cinco metros en el dieciocho le dio la victoria con un golpe de ventaja sobre Nelson y Ghezzi. Era el final que los miles de aficionados que acudieron al agónico desenlace del torneo deseaban.

Aquel fue el único torneo grande que Mangrum consiguió en toda su vida. Estuvo cerca en algún otro y sumó más de cincuenta triunfos en el circuito profesional. El gran Byron Nelson, que le sufrió en primera persona más que nadie, siempre dijo que era con diferencia “el mejor jugador desconocido del golf americano”, el gran olvidado. Pese a que los médicos le recomendaban que dejase de fumar por lo delicado de su corazón (lo hacía incluso mientras jugaba torneos del máximo nivel) nunca lo hizo. No le importó que le dijesen que eso iba a recortarle la vida con total seguridad. El le dijo un día al médico que “tendría que llevar muerto desde 1944 y aquí estoy”. Sufrió una decena de ataques al corazón hasta que recién cumplidos los 59 años, en 1973, no pudo resistir más y murió. En su bolsillo estaba la mitad de aquel billete que le acompañó durante casi treinta años y que hoy está en el museo de la PGA.

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