Historias irrepetibles

La noche que llovieron lágrimas

Esta semana se cumplen cuarenta y cinco años del accidente de avión que acabó con el equipo de la Universidad de Evansville

Jugadores y técnicos de la Universidad de Evansville, semanas antes del accidente.

Jugadores y técnicos de la Universidad de Evansville, semanas antes del accidente.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Esta semana Evansville, ciudad del estado de Indiana, volverá a ensombrecerse por culpa de un recuerdo. El martes se cumplen cuarenta y cinco años del trágico accidente de avión en el que perdió la vida todo el equipo de baloncesto de su universidad, uno de los grandes motivos de orgullo de la ciudad, justo el año en el que hacían su estreno en la primera categoría de la Liga Universitaria de Estados Unidos.

Evansville era a finales de los setenta una modesta universidad que sentía una pasión extraordinaria por su equipo de baloncesto, los “Purple Aces”. En el estado de Indiana el baloncesto es una religión y cada viernes por la noche el Pabellón Roberts, construido a mediados de los cincuenta, se llenaba con cerca de ocho mil enfervorizados aficionados que convertían ese momento en el que mejor de la semana. Buena parte de aquella fiebre era culpa de Arad McCutchan, un antiguo estudiante que en 1946, después de regresar de la Segunda Guerra Mundial, se había puesto al frente del programa de baloncesto de la universidad. Era un tipo peculiar que vestía traje rojo los días de partido, que introdujo el naranja en las equipaciones del equipo y que modernizó en todo lo posible muchas de las estructuras. De su mano llegaron cinco títulos nacionales en la segunda categoría del baloncesto universitario estadounidense, pero por encima de todo se apoderó de los vecinos de Evansville una fiebre absoluta por la canasta. El Roberts se convirtió en una de las diez canchas con mejor asistencia media en todo el país y conseguir un abono resultaba casi imposible porque todo el pabellón estaba vendido desde comienzo de temporada. En aquellos años sesenta brilló sobre la cancha, por encima de todos, Jerry Sloan –que luego firmaría una carrera legendaria como jugador en los Chicago Bulls y más tarde como entrenador en los Utah Jazz–. Aunque natural de Illinois los vecinos de Evansville le consideraban un hijo de la ciudad. Bajo su dirección y McCutchan en el banquillo firmaron dos temporadas invictos y en el Roberts mordieron el polvo ilustres visitantes.

McCutchan, que permaneció en el cargo treinta años, comenzó a preparar a mediados de los años setenta su retiro. Y no quería hacerlo de cualquier manera. Su plan era que la Universidad de Evansville, que ya había evolucionado de forma considerable, diese un salto de calidad y comenzase a competir en la primera categoría del baloncesto universitario estadounidense. La decisión no era compartida de forma unánime, pero finalmente se dio el paso. El principal problema era escoger a la persona que iba a liderar aquella etapa debido a la jubilación de McCutchan. El elegido fue Jerry Sloan que acababa de comenzar su carrera en los banquillos y, retirado como una leyenda de la NBA, era un reclamo perfecto para los aficionados y la opinión pública en general. El antiguo jugador de Evansville aceptó el reto lo que supuso un chute de energía para la universidad, pero a los cinco días renunció sin dar demasiadas explicaciones. No imaginaba Sloan lo que supondría aquella renuncia. Los responsables del programa de baloncesto confiaron entonces el equipo a Bobby Watson, que había sido entrenador asistente en universidades como Xabier o Wake Forest y que a sus treinta y cinco años buscaba al fin un cargo de primer entrenador. Evansville, con una afición tan entregada y un nivel de exigencia limitado dadas las circunstancias, parecía un buen lugar donde comenzar a hacerse un nombre.

La investigación culpó del siniestro a las malas decisiones de la tripulación

Watson heredó un equipo en el que ocho de sus integrantes eran “novatos”, casi todos llegados de estados próximos a Indiana, lo que daba una idea de la tarea que tenía por delante. El técnico fue elevando la moral en torno al equipo y a pocos días de iniciar la temporada dijo sentirse emocionado y advirtió que “estaremos al nivel al menos del 75% de los equipos de la categoría”. El 30 de noviembre de 1977 estrenaron la temporada con una ajustada derrota ante Western Kentucky en su pabellón, atestado de aficionados que una semana después sí pudieron celebrar el primer triunfo en División I de la NCAA ante Pittsburg. Por el camino llegaron otras dos derrotas, la última frente a sus vecinos de Indiana State en un partido en el que se cruzaron con Larry Bird, quien les anotó treinta puntos y eclipsó el gran partido del joven Michael Duff, un alero llegado desde Eldorado, en quien los aficionados locales ya habían comenzado a ver al nuevo Jerry Sloan.

La siguiente salida estaba prevista para enfrentarse a Middle Tenesse el 14 de diciembre de 1977. El día antes un DC3 operado por Air Indiana aterrizó con tres horas de retraso en el aeropuerto de Evansville. Era una de las grandes novedades de ese año. Watson quería que los chicos descansasen en una competición tan exigente y durante la temporada estaba previsto que utilizasen vuelos chárter cuando el desplazamiento fuese algo más largo de lo habitual. Veintinueve personas subieron aquella tarde a la aeronave, entre ellos los trece jugadores de los “Purple Aces”, cinco entrenadores y asistentes, un par de periodistas y varios aficionados. Llovía y había algo de niebla, aunque las condiciones eran óptimas para volar. La nave despegó y según algunos testigos presenciales se apreció de inmediato que la inclinación de su morro no era la correcta. Rozó las copas de los árboles de un bosque cercano y cuando solo llevaba noventa segundos en el aire comenzó a perder altura hasta estrellarse. Aunque al principio hubo cierta descoordinación las asistencias no tardaron en llegar a una zona algo dificultosa por la proximidad de la vía del tren y porque las lluvias habían enfangado el terreno. Los primeros en acudir a la escena advirtieron la magnitud de la tragedia y de inmediato corrió la voz por toda la región de que los “Aces” habían sufrido un terrible accidente. Casi todo el pasaje murió en el acto y solo cinco viajeros llegaron con un hilo de vida al hospital aunque no pudo hacerse nada por ellos. Greg Smith, uno de los novatos de la plantilla, fue el último en fallecer a la mañana del día siguiente. “La noche que llovieron lágrimas” lo bautizó el principal periódico de la ciudad.

El golpe fue terrible para los habitantes de Evansville y de toda Indiana aunque hubo casos particulares especialmente conmovedores como el de uno de los ayudantes de Watson, Stafford Stephenson, que no subió al avión porque tenía que ir a Florida en misión de reclutamiento pensando ya en la próxima temporada. Su mujer trató de contactar con él aquella noche, pero le resultó imposible porque había salido a cenar una hamburguesa. Durmió ajeno a lo que estaba pasando cerca de su casa hasta que a la mañana siguiente compró un periódico y leyó un titular en la portada que hacía alusión al accidente del avión que transportaba a un equipo de universitarios. Llegó a las páginas interiores en busca de más información y se desplomó al leer los nombres de sus compañeros.

Los días siguientes fueron de una tremenda emotividad. Se sucedieron los funerales y los homenajes multitudinarios; el país se volcó con la gente de Evansville que ya había aceptado como suyos a aquellos jóvenes llegados desde lugares muy diversos, pero que también había perdido a integrantes de su comunidad. La universidad insistió en reconstruir cuanto antes el equipo de baloncesto. Hoy los “Aces” ya no juegan en el Roberts; lo hacen en un recinto más grande y moderno que no ha conseguido reproducir el ambiente de los viernes por la noche en el viejo pabellón. Pero allí figura una inscripción en la que se puede leer el mensaje que dejó el presidente de la universidad poco después de la tragedia: “Nos levantaremos. A partir de las cenizas de un sueño secado, construiremos un nuevo equipo de baloncesto, más fuerte y valiente que nunca. Esa era la misión de nuestros hermanos caídos. Su sueño se cumplirá. Su sacrificio supremo será reivindicado. De la ruptura y la desesperación que ahora se apodera de esta institución, estallará una nueva Universidad de Evansville más sensible a las necesidades humanas, más decidida en su propósito que nunca. Esa es nuestra tradición. Ese es nuestro destino”. Hoy en día un monumento en honor a las víctimas del accidente preside el campus de la universidad, donde es muy sencillo encontrar constantes alusiones a aquella desgracia y a la plantilla de 1977.

La investigación, que se cerró meses después, culpó del accidente a la falta de pericia de la tripulación que había hecho una mala configuración del timón y distribuido la carga de forma deficiente, lo que cambió el centro de gravedad de la nave.

La trágica historia de los “Purple Aces” de Evansville aún se reserva para el final un último episodio cargado de crueldad. En aquel avión solo faltaba un miembro de la plantilla. Se trataba de David Furr, uno de los recién llegados a la plantilla, que había sufrido una grave lesión de tobillo y estaba descartado para casi todos los meses que duraba la temporada. El joven jugador vivió con especial dolor todo aquel proceso y se cansó de recibir palmadas en la espalda que trataban de reconfortarle. Solo dos semanas después de que sus compañeros de universidad muriesen David Furrr y su hermano pequeño sufrieron un accidente de circulación con su coche que provocó la muerte de ambos. De esa manera desapareció por completo la plantilla de aquella temporada que iba a ser histórica para la Universidad de Evansville.

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