Historias irrepetibles
Keegan y la lámpara
El Southampton protagonizó en 1980 uno de los fichajes más sorprendentes de la historia del fútbol: por la importancia del futbolista, por cómo se gestó la contratación, por el secreto que rodeó toda la operación y por la manera de anunciarlo
El 11 de febrero de 1980 el salón principal del hotel Potters Heron, en Roomsey, estaba repleto de periodistas que desconocían el verdadero motivo por el que estaban allí. Lawrie McMenemy, el entrenador del Southampton, había convencido a los editores de los principales medios de comunicación del país de que debían estar allí porque estaban a punto de anunciar que cambiaría la historia del club. Nadie sabía nada y las especulaciones durante los dos días anteriores habían sido constantes. Un fichaje parecía lo más lógico, pero tampoco se descartaba alguna clase de movimiento en torno a la propiedad del club, un nuevo estadio, incluso la improbable sucesión de McMenemy -que llevaba en el banquillo siete años- estaba también en el ambiente.
Una vez en la sala McMeneny solo les dijo que en unos minutos alguien iba a entrar por la puerta. La excitación no paraba de crecer y también la sensación de que aquello podía desembocar en una importante decepción. De repente, alguien golpeó al otro lado de la puerta que había frente a los periodistas y en la sala se hizo un inmediato silencio. McMenemy la abrió y por ella apareció Kevin Keegan, el jugador más importante de Europa en ese momento. Hubo exclamaciones de sorpresas, algún grito y una sonora ovación. Aquello había cumplido con sus expectativas de manera abrumadora. No solo por el hecho de hacerse con los servicios de un futbolista que había ganado los dos años anteriores el Balón de Oro sino por el hecho de haberlo mantenido en secreto sin que nadie tuviese la mínima sorpresa de lo que estaban tramando. En realidad solo estaban al tanto dos personas en todo el club: McMenemy, que se encargó en persona de la preparación de la escena, y el director financiero que había analizado la viabilidad de la operación y se había reunido días antes con Keegan y su agente en Londres.
Kevin Keegan volvía a casa después de sus tres temporadas en el Hamburgo. Se sabía que su plan era cambiar de aires en junio de 1980, pero en aquel momento todos los tiros apuntaban a España o Italia. En los últimos días su nombre se relacionaba de forma recurrente con el Real Madrid o la Juventus que estaban dispuestos a realizar una fuerte apuesta por un jugador que todavía no había cumplido los veintinueve años y cuyas piernas seguramente aún podían ofrecer tres buenas temporadas. El Liverpool también había sondeado un posible regreso a Anfield, pero Keegan lo descartó de forma tajante. En 1977, tras ganar la Copa de Europa, decidió poner fin a la relación de amor con el Liverpool y no quería estropear aquel recuerdo con una segunda etapa en la que tal vez las cosas no saliesen tan bien y acabasen por contaminar el recuerdo anterior. Su último partido con la camiseta del club de su vida había sido para ganar en Roma su primera Copa de Europa. Era el final perfecto para él, el momento de decirse adiós. Por eso verle sonriente al lado de su esposa, en un modesto hotel de las afueras de Southampton, parecía una especie de broma. Junto a él, McMenemy estaba exultante. El plan había salido mucho mejor de lo imaginado aunque faltaban muchas respuestas y explicaciones que ofrecer a su atribulada audiencia.
Buena parte de esta historia gira alrededor de una inocente bombilla. McMenemy llevaba siete años en el Southampton y su deseo de crecer con el club de The Dell era inmenso. Lo recogió en Segunda y tres años después conquistó la Copa tras ganar la final en Wembley al Manchester United en una de las grandes finales en la historia del torneo. Llegó después el ascenso a Primera y una final de Copa de la Liga perdida que solo sirvieron para alimentar más su ambición. A finales de los setenta el equipo tenía una interesante combinación de jugador jóvenes con ilustres veteranos como Alan Ball, Dave Watson o Charlie George, pero aún seguían buscando alguien que pusiese la guinda al equipo.
Por aquel entonces McMenemy se estaba mudando de casa. El arquitecto que dirigía la reforma de su nueva vivienda tuvo una idea para iluminar la escalera, pero se encontró con un pequeño problema. Una luminaria imprescindible era complicada de conseguir porque había que pedirla directamente a la fábrica que estaba en Hamburgo y el plazo de entrega en esos casos solía ser bastante largo. En ese momento el entrenador del Southampton se acordó de Keegan, a quien conocía personalmente, y pensó en llamarle para que le trajese la pieza en uno de sus frecuentes viajes a Inglaterra. Y eso hizo. McMenemy le contó su pequeño problema y Keegan, muy atento, se ofreció gustosamente a realizar la gestión y quedaron en hablar unos días después. Fue después de colgar cuando la idea empezó a rondar la cabeza de McMenemy. Estaba al tanto de la situación de Keegan que tras ganar la Bundesliga con el Hamburgo le había comunicado al club que la temporada 1979-80 sería la última que jugase para ellos; de los rumores sobre Italia, España… el hipotético regreso al Liverpool. Pensó que tal vez el modesto Southampton tuviese algo que decir en aquella discusión. Solo le habló de su idea al director financiero a quien preguntó si estaban en condiciones de pagar medio millón de libras por un futbolista (era público que el Hamburgo pedía esa cantidad por Keegan para liberarle, la misma cantidad que ellos habían pagado al Liverpool en 1977).
Una semana después Keegan y McMenemy volvieron a llamarse para hablar de bombillas y lámparas. Pero en la conversación el técnico se interesó por los planes de futuro. Keegan le confesó que estaba casi decidido a marcharse a Italia a jugar a la Juventus pero que en las últimas semanas se había encontrado una oposición muy fuerte en su esposa que le había dicho “tú puedes irte a Italia, pero yo me vuelvo a Inglaterra” y que eso le estaba obligando a replantearse todo. McMenemy vio entonces la puerta abierta y como un trueno lanzó la pregunta que llevaba días queriendo formular: “¿Contemplarías la posibilidad del Southampton?”. Keegan no respondió y se limitó a escuchar lo que McMenemy tenía que decirle. Hablaron un par de veces más y acordaron finalmente una reunión en Londres aprovechando que el futbolista debía viajar a casa para disputar un partido internacional con su selección. Allí se dieron los pormenores de la operación y en ese mismo lugar Keegan les dijo: “¿Tenéis un contrato que pueda firmar?”. En ese momento se comprometieron. El futbolista estampó su rúbrica y justo en ese momento se acercó a McMenemy y le dijo entre risas: “Por cierto, me olvidé traerte la luminaria”.
“Por cierto, me olvidé traerte la luminaria”
A partir de ese momento McMenemy se preocupó por mantener el silencio absoluto y tramó su plan para presentarlo de forma sorprendente. Keegan y su agente fueron dos tumbas que no contaron nada, los perfectos cómplices que necesitaba el mánager del Southampton que consiguió reunir el 11 de febrero a los periodistas sin que ninguno supiese la razón por la que les había convocado con tanto misterio. Keegan llegó el día antes al hotel donde permaneció escondido, pero tampoco trascendió. Seguramente alguien le habría visto en el aeropuerto, pero la presencia de Keegan en el país era más o menos frecuente porque era con diferencia el hombre que más anuncios de publicidad grababa y sus compromisos comerciales solían ser constantes. Nadie le estropeó la sorpresa a McMenemy que incluso había ocultado al presidente la noticia, algo que resultaba completamente inimaginable. En el Southampton solo el director financiero tuvo la información; el resto de colaboradores necesarios los buscó fuera del club. Así hasta que alguien llamó a la puerta de aquella sala llena de periodistas intrigados.
Keegan completó la temporada con el Hamburgo con el que perdió la final de la Copa de Europa ante el Nottingham Forest e inició dos años brillantes en el Southampton en compañía de algunos de sus grandes amigos en el mundo del fútbol. El equipo se convirtió en uno de los grandes reclamos y conseguir una entrada para The Dell era casi imposible. Les llamaron el Southampon Funball Club por lo atractivo de su propuesta. La primera temporada pelearon por el título hasta el mes de marzo, pero les faltó fuelle en los meses decisivos de la temporada. Y un año después se repitió un poco la historia con Keegan firmando su mejor dato goleador de su carrera con 26 goles, lo que le valió para ser elegido jugador del año. Después de aquello decidieron separar sus caminos aunque lo hicieron convencidos de que todo aquel esfuerzo había merecido la pena. McMenemy dejaría el club tres años después. En la actualidad, con 86 años, sigue viviendo en la misma casa, donde aún permanece la lámpara que dio comienzo al fichaje de Keegan, la única pieza de la vivienda que sus herederos tienen prohibido tocar.
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