Entrevista | Mariola Rodríguez Directora saliente del Castro Alobre

“Hay un sector del alumnado que desafía y a veces se ve respaldado por las familias”

Asegura que “es un pequeño porcentaje”, pues “la falta de autoridad no es tan alarmante” | Deja el instituto tras 16 años

Mariola Rodríguez, en su despacho del instituto vilagarciano.   | // NOÉ PARGA

Mariola Rodríguez, en su despacho del instituto vilagarciano. | // NOÉ PARGA

María López

María López

Mariola Rodríguez González se despide después de dieciséis años del IES Castro Alobre, un centro con más de 800 estudiantes y 60 profesores. Tiene muy claro que lo mejor de su etapa en el instituto vilagarciano ha sido el alumnado y que lo más duro fueron los cinco años como directora, un cargo que asumió pocos meses antes de que estallase la pandemia de COVID con un equipo completamente novato en esas lides. El viernes fue su último día en el Castro Alobre para comenzar en septiembre en el IES As Lagoas de Ourense (su primer destino como funcionaria en prácticas), cerca de su Celanova natal. Solicitó el traslado “por cuestiones familiares”.

– Lo mejor el alumnado, sin duda. Guardo muy buen recuerdo de todas las promociones desde que llegué, pero de algunas más porque pasé más años con ellas, desde 1º de ESO hasta 2º de Bachillerato, y la gran mayoría estuvieron todo el bachillerato conmigo. Siento más apego por la cantidad de tiempo. Me siguen escribiendo por redes sociales, me llaman por teléfono y vienen de visita por el instituto de vez en cuando. Cuando publico que me voy o pongo una foto de despedida veo que alumnos de mi primer año en el IES As Lagoas se acuerdan de mí después de darles clase hace veinte años, me siguen escribiendo y esa es la parte que me llevo más positiva. Compañeros maravillosos también tengo, me llevo amistad, pero lo mejor es el cariño del alumnado.

– ¿Y lo peor o lo más duro?

–Lo más duro fueron los años de dirección porque empecé en septiembre y en marzo vino la pandemia. Me estrené con la pandemia y todo mi equipo directivo novato, con lo cual todo se complicó mucho más. Llegamos cuatro mujeres y una de ellas estaba de baja y las otras dos eran de fuera de Vilagarcía, con lo cual el confinamiento me lo comí sola en el instituto. Había que hacer las guardias, el trabajo para el alumnado que no tenía internet, todo el funcionamiento burocrático y administrativo, ... Esa parte fue bastante dura. Todo el mundo estaba perdido y las indicaciones eran totalmente confusas. Es un centro muy grande, yo era novata y me vi un poco sola. Después de estrenarme con la pandemia vino el segundo año, el de las restricciones. Ahí nos pasó de todo, pues tuvimos que asumir clases por la tarde porque no había espacios suficientes para los desdobles. Fueron muchas semanas intensas de reclamaciones de las familias y de lidiar con instancias superiores para que nos concedieran alguna alternativa. Al final la única fue esa porque no se podían hacer más aulas. También hubo que lidiar con las familias que no querían la semipresencialidad ni tampoco las tardes, como tampoco el profesorado. Las relaciones internas se vieron perjudicadas. Las aulas específicas se perdieron porque hubo que reutilizarlas. Empecé con muy mal pie en dirección, lo aprendí todo a marchas forzadas y el equipo directivo sufrió un desgaste bastante grande. Había una sensación de desánimo constante contra la que había que luchar porque el trabajo lo había que sacar adelante. Lo peor que me llevo es la experiencia de dirección en cuanto al trabajo administrativo y a los malos rollos que se generaban muchas veces por cuestiones totalmente ajenas o porque las ratios eran muy elevadas. A veces hay situaciones tensas entre compañeros o entre familias e instituto por cuestiones ajenas a la gestión del centro pero que recaían en la gestión. Me sentía responsable de las cosas que no funcionaban bien pero no tenía forma de hacerlas mejor y esa es la parte que me llevo negativa.

– ¿Cuál cree que es el principal problema o preocupación de los adolescentes?

– Los problemas que sienten ellos son los que teníamos cualquiera de nosotros a su edad. Habrá alumnado más concienciado con el cambio climático, con su futuro, otro con la diversidad afectivo-sexual, con la igualdad o con sus relaciones personales, como en todas las épocas. El problema que yo percibo en ellos desde la dirección es el uso de las tecnologías.

– Podría decirse que las redes sociales son un auténtico quebradero de cabeza en un instituto…

– En todas las épocas hubo conflictos entre alumnado que rozaban el acoso o que eran acoso. Las hubo siempre pero se multiplican de forma importante con el uso de redes sociales y difusión de imágenes, conversaciones… Todo es mucho más público y se hace mucho más grave.

– En una ocasión dijo que el móvil era el principal problema de convivencia en el centro. ¿Continúa siéndolo?

–Sí. El uso del móvil va unido a todo esto. Hacen fotos y graban vídeos y los suben. También hay grupos de Whatsapp y se aprovechan estos grupos para aumentar la conflictividad. Antes terminabas la jornada de seis horas y te ibas a tu casa o salías con tus amigos. Ahora sales del instituto con los conflictos del instituto pero estás en una red social en la que los conflictos van a continuar aunque te hayas ido del instituto. Los conflictos en vez de mitigarse en las jornadas no lectivas se aumentan.

– Si estuviese en su mano, ¿qué medidas propondría?

– No tengo ni idea, pero cada vez más países, sobre todo los que admiramos por su sistema educativo, están volviendo a la época sin pantallas. No creo que esa sea exactamente la solución porque en un mundo tecnológico como el que vivimos no podemos apartarlos. Me parece muy complicado resolver el problema actual. Todo pasa por una concienciación social, pero veo complicada esa concienciación.

–– ¿Qué opina de la autoridad del profesor?

– Obviamente hay de todo. Por mi experiencia tanto de profesora como de directora puedo decir que la falta de autoridad no es tan alarmante como pueda parecer, al menos en los centros en los que he estado. Sí que es verdad que hay un sector del alumnado que no acata, desautoriza y desafía, y a veces ese sector del alumnado se ve respaldado por las familias. Eso no se puede negar. Y no puedo decir que ocurra más en unos cursos que en otros. Hay un porcentaje de alumnado con conducta desafiante hacia el profesorado que no asume la medida correctora o la llamada de atención y también hay alumnado que se ve respaldado por sus familias ante una medida correctora. Pero es un porcentaje muy pequeño. Por ejemplo le confiscas el móvil y la familia no entiende cómo puedes ponerle una sanción por el uso del móvil si se tenía que comunicar con casa... Es una forma de desautorizar al profesorado. No usar el móvil en el centro es una ley autonómica, no es algo que nos hayamos inventado. Este fue uno de los enfrentamientos que más tuvimos con las familias este año. Lo típico de “a mi hijo le tienes manía” sigue existiendo pero pueden ser uno o dos. Lo del móvil se ve más en alumnado mayor, de 4º de ESO y Bachillerato.

– Participó en la fundación del Grupo de Diversidades Afectivo-sexuais. ¿Cómo está funcionando?

– ¿Qué es lo mejor y lo peor que se lleva de sus 16 años en el Castro Alobre?

–Fue en el curso 2018-2019 cuando era vicedirectora, pero la idea fue de Paloma. Veíamos que había alumnado del colectivo o no que necesitaba un grupo de referentes o al menos donde expresar dudas, donde sentirse cómodos y cómodas. Un grupo que sirviese para hacer actividades, visibilizar el colectivo y defender situaciones de conflictividad o acoso. Yo con la dirección le dedico muy poco tiempo pero Paloma sigue al pie del cañón. Continúa siendo un grupo muy activo, con reuniones uno o dos recreos por semana.

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