La esclavitud no era frecuente en la sociedad gallega ni mucho menos en su economía. Con todo, existen noticias de su presencia en el servicio doméstico de las casas nobles o adineradas como símbolo de prestigio, pero nada de intervenir en la pesca, navegación o arriería, reservada en exclusiva a los naturales; además, los navíos empleados en el transporte de mercancías eran redondos y carecían de remos, empleo usual de los esclavos. Como en toda regla o norma hay excepciones, durante un corto espacio de tiempo y en fecha tardía la mano de obra esclava es empleada en Galicia, en 1752, con motivo de la construcción del arsenal de Ferrol. Dicho año se manda trasladar desde Cartagena ciento cincuenta moros y turcos.

Los esclavos podían servir de alter ego de los condenados a galeras. Tal como protagoniza el valenciano Manuel Celaya condenado al duro remo y suplantado por un esclavo, debiendo solamente ocuparse de su manutención: once quintales de bizcocho consumidos en dos años. La falta de medios se salda con la venta del esclavo al capitán de la galera.

Los pocos esclavos instalados en Galicia podían proceder de la presencia portuguesa en África, desde donde eran remitidos a las plantaciones de Brasil. Uno de los hijos del cristiano-novo asentado en Pontevedra, el licenciado Vitoria, manda a su hijo Felipe Núñez de Vitoria, en 1591, a Pernambuco al "empleo en esclavos", aprovechando la residencia en dicha plaza brasileña de su sobrino Manuel Saravia, para emplearlo en el comercio de esclavos en la ruta Angola-Pernambuco.

Los enfrentamientos que anteceden a la Unión Ibérica sirven para abastecer de esclavos obtenidos "en buena guerra" a las poblaciones costeras, como los que se ponen en venta en la Pontevedra de 1581.

Los esclavos moros muestran la respuesta de las guarniciones, navíos y milicias a los corsarios africanos. En alguna ocasión los atacantes se transforman en atacados: en 1631, arriba al puerto del Lérez un navío berberisco, dedicado al rapto de navegantes cristianos para exigir desde Argel su rescate.

Los apresados eran naturales de Hamburgo, Lubeck y Flandes, que se amotinaron y lograron rendir la nave, tras arrojar por la borda a su capitán, Amete Arraez. En Pontevedra venderán el navío y a los moros como esclavos.

Uno de los compradores será el tundidor local Juan de Mourelos, que adquiere uno de ellos; a su duro oficio destinó a este moro cojo y provisto de muleta. El experimento duró poco; ese mismo año fue vendido a don Andrés de Sotomayor, administrador del Hospital Real de Santiago.

Otro esclavo moro, llamado Amet, fue vendido, en 1632, por Antonio Dinís al zamorano Domingo Andrés de Miranda en mil doscientos reales. A este lote debe corresponder el esclavo moro cojo de una pierna adquirido, en 1631, por el sargento mayor de la plaza de Pontevedra.

En 1671, don Juan Cabral Alemparte, señor del pazo de Xistro, conduce una partida de veinte moros, que los mareantes de Cangas capturaron en las islas Cíes. Los destinan a ser vendidos en A Coruña en pública subasta; dos son adquiridos a su paso por Santiago. Uno, llamado Alí de 19 años, permanece en Cangas al servicio del racionero don Gregorio Suárez.

Los esclavos berberiscos no parecen ofrecer seguridades a los particulares, que se retraen de emplearlos en el servicio doméstico y menos de animarles a recibir el bautismo. También se localizan excepciones; como las constatadas en el arsenal de Cádiz en 1757, que se repiten en el de Ferrol, en 1763, en que dos esclavos argelinos manifiestan su deseo de apostatar del Islam. Recibirán el bautismo, pero continúan en su condición de esclavos, aunque separados de los otros y recibiendo un mejor trato. Estos caso excepcionales no deben dejar de considerar cual era la calidad de estos esclavos, que ninguno de ellos fue beneficiado con la manumisión y este aspecto no conocemos excepciones.

Los negros no eran enemigos de la monarquía, todo lo contrario, ni de la religión católica. Nacieron ya bajo la condición de esclavos en las plantaciones brasileñas o fueron adquiridos a los tratantes de esclavos, que pactaban con los reyezuelos de la costa la adquisición de individuos de otras tribus. Su buen comportamiento con sus amos, suponemos que, sobre todo, los esclavos de segunda o tercera generación, les hace merecedores de su manumisión. Los ejemplos son bastante abundantes. En la Baiona de 1604 se emite una carta de "aforamiento, libertad e obligación" a favor de un esclavo llamado Antonio por parte del mercader de Bragança Diego de Villalón, tras siete años de servicio.

En ocasiones, los proyectos de liberar a los esclavos se interrumpen por la desafortunada conducta del beneficiario. En noviembre de 1594, el mercader local de Baiona San Juan de Torres en su testamento señalaba manumitida y "forra" a Isabel, esclava negra de Angola. Pero, sabiendo que "es mala de su persona y amiga de la lujuria?muy descomedida de palabras?desobediente", decide junto con su mujer que no es digna de tal merced.

A Luís López de Guereñu.