Opinión | Crónica Política

El contraste

Es verdad que, al menos desde un punto de vista particular, un absurdo complejo de superioridad ha hecho que las cosas de Portugal se viesen desde aquí como “poco meritorias”. Eso duró hasta que medio mundo contempló cómo los gobiernos de Lisboa actuaban con una seriedad casi desconocida en la Península durante las épocas difíciles, desde la retirada de las colonias africanas hasta el desafío de aplicar las más restringidas normas europeas para situar la economía lusitana donde la UE exigía. Ahora, y también con cierta lógica, se puede hablar de “envidia sana” ante los hechos que el país vecino lleva a cabo en beneficio de sus ciudadanos y, por supuesto, también de muchos otros ciudadanos de la eurorregión. Es el caso de los gallegos y las autovías, sin ir mas lejos. De las portuguesas, claro.

En alguna ocasión se ha dicho, y con motivo, que las diferencias y las incomprensiones entre los dos Estados procedían de sus distintas culturas, por raro que suene. Pero es verdad: desde el Marqués de Pombal, la tradición anglosajona ha marcado el rumbo de las cuestiones en el sur del Miño. Desde la influencia en el arte, la cultura, lo público en especial, la política en general y hasta lo electoral allí. ha sido mas ordenado, más pacífico, menos polarizado que aquí. Algo que no parece discutible si se analizan con seriedad y paciencia los modos de actuar de los portugueses y de los españoles . Y hay que volver a lo de las autovías para darse cuenta de que la diferencia es favorable al vecino. El ultimo ejemplo no habría de ser necesario de explicar, pero por si acaso vale la pena ejercitar la memoria reciente.

Quien eso escribe alude, naturalmente, a cómo el exmandatario Antonio Costa resolvió una cuestión capital para su Gobierno, el Estado y sus ciudadanos. Acusado injustamente de corrupción, el primer ministro portugués presentó su renuncia afirmando que “la dignidad del cargo le impedía seguir en él”. Posteriormente fue exonerado de cualquier responsabilidad y ahora apunta a un importante cargo en la Unión Europea para los próximos años. Por el contrario. el caso español ha sido, realmente, una opereta. Y en absoluto se pretende, al insistir en ello, faltar al respeto de las personas y mucho menos a la dignidad de los cargos. Mas bien al contrario, porque, en opinión personal, unos y otros han sido puestos en ridículo por la actuación de sus ocupantes. Y, de paso, también a los asombrados ciudadanos de los reinos que antes conformaban lo que durante siglos se llamó y se llama España.

El contraste entre lo que se rememora de lo sucedido en Lisboa y lo que aún colea en Madrid no precisa ser muy destacado. La actitud del presidente Sánchez no solo le ha dejado a él a los pies de los caballos internacionales. sino que ha provocado serios daños –por más que no se reconozcan– a la estructura misma del PSOE. No se trata de sumar este punto de vista a los muchos críticos que se han desarrollado durante los últimos días; solo de exponer la perplejidad de quien escribe ante la conversión de un partido centenario, imprescindible para la estabilidad del Estado, básico para su modernidad, en una claque de oportunistas en apariencia incondicionales, de no pocos alistados a cuenta y, sobre todo, en convertir una mini manifestación de apoyo al jefe en una pretendida y falsa “masa social” de adhesión. Por cosas de menor peso han pasado a la historia con no muy buena nota varios presidentes de gobierno que no llegaron ha hacer de España un patio de aclamadores.

El contraste es, pues, evidente entre políticos auténticamente democráticos y otros que aspiran a la autocracia. Y que al hablar de “regeneración democrática” mancillan el recuerdo de sus compañeros de ideología –Felipe González, Zapatero…– que han duplicado o más en años su permanencia al frente del Gobierno y, por tanto, el protagonismo y la modernización de España. ¿Se refiere el señor Sánchez a que González o Zapatero degeneraron la democracia? ¿Acaso cree que los gobiernos de Aznar y Rajoy no fueron democráticos? Hay tantas contradicciones, tal falta de peso en los argumentos, tal levedad en las exposiciones que el actual gobierno ha llegado a un punto en el que ya no solo no suscita credibilidad más que entre los radicales, buena parte del PSOE, y todo el barullo de su izquierda, y ese previo pago, sino que ya peligra incluso su popularidad.