Opinión | DESDE MI ATALAYA

Narciso Orelo, un benefactor en el olvido

Así titula don José Torres en su libro “Marinenses en el tiempo” el capítulo dedicado a este gran marinense del que pocos conocen su vida, su existencia, y menos su generosidad para con sus vecinos. Por ello, en el aniversario de su nacimiento queremos traer aquí a este comentario semanal, la personalidad de don Narciso Orelo García para ejemplo y reconocimiento de todos los marinenses.

Nace en Marín el día 2 de mayo de 1815, en el barrio de la Banda do Río, hijo de Eugenio Orelo Fernández y María Ignacia García de Neira, familia humilde que vivía de la pesca, oficio que realizaban a bordo de un “xeiteiro”, mediante la llamada “compañía familiar”, formada por el padre, los hijos y algún otro familiar, que compartían conjuntamente los diversos quehaceres, como la confección de las redes y su mantenimiento, reparaciones de averías, etc, en la que participaba toda la familia. En este trabajo transcurre su infancia, pero aprovechaba los periodos de inactividad, como las vedas, el temporal o las reparaciones, para alternar con la asistencia a la escuela pública, en la que adquirió los conocimientos elementales de su cultura.

Con motivo de la primera Guerra Carlista, en 1833, le obligaron a ingresar en el ejército, impidiendo su ansiado plan de emigración. Por lo que tuvo que soportar casi siete años de duras jornadas, hasta la llegada de la paz, con el Convenio de Vergara, que, en 1839, que dio fin a la lucha fratricida. Y de regreso a casa, cumplidos los veinticuatro años, se encuentra deprimido y desorientado con su futuro, pero al fin reacciona y decide llevar a cabo su intención de emigrar al país del Plata, que era entonces para los marinenses como un nuevo “Eldorado”, que ejercía una gran atracción. Pero aún sería tres años más tarde en 1843, cuando realiza su sueño, y lo hace en compañía de un convecino, Narciso Nores del Viso, entrañable amigo de su infancia, y después de una penosa navegación a vela, arriban al puerto de Buenos Aires.

Pero, aun así, no terminaron las penas, porque al llegar a Argentina, se encuentran con la dictadura de Juan Manuel Rosas, que imponía su poder en el país de La Plata. Y a la vista de esta situación, y después de muchas peligros y vicisitudes, para eludir de las autoridades un periodo de servicio militar, consiguen huir al vecino país Chile, para lo que tienen que atravesar la Cordillera Andina, que hubieron de salvar sobre mulas en una caravana guiada por indígenas.

Después de permanecer unos años en Chile, la caída del régimen federal en 1852, fue la ocasión para volver a Córdoba, donde se instalan definitivamente, integrándose en la colonia marinense. Narciso Orelo se dedica al sector de los curtidos y talabartería, consiguiendo ser el establecimiento más importante del ramo, con las fábricas de monturas, sillas, cabezales y otros artículos. Y así durante casi medio siglo, consiguió un destacado papel en el proceso del desarrollo comercial de Córdoba. Y para ayudarle, en su importante negocio llamó a su paisano Narciso Nores, que ya trabajaba a sus órdenes, desde su llegada en 1871. Esta asociación se dio por terminada después de veinte años, mediante escritura de 18 de enero de 1893, debido a su estado de salud, decide retirarse, quedando el Sr. Nores como sucesor por cuenta propia.

Narciso Orelo García fue un hombre sencillo y bondadoso, prestando siempre acogida a los emigrantes compatriotas. Austero, ahorrador y metódico, Su trabajo y honradez, unida a su voluntad y capacidad de sacrificio, le valió conseguir una gran fortuna. De temperamento idealista, con profunda nostalgia de su Marín natal. Que al verse de edad avanzada y mermada su salud, decide emplear su fortuna de una manera humanitaria, conforme a sus sentimientos cristianos, que fue la motivación de su vida.

Y decide otorgar testamento el 27 de abril 1893, en Córdoba, y como no tenía herederos, dispone libremente de su hacienda. De la que un tercio la dedica al Colegio Inmaculada, regido por las monjas de la Caridad, para señoritas y parvulario, otro para construir la iglesia nueva, que una vez hecha se derribó, para construir la actual, y para el Colegio San Luis Gonzaga del Patronato Católico, y finalmente San Narciso, regido por los Padres Paules, nombrando albacea universal a su amigo Narciso Nores Salgado. Pocos meses después muere en Córdoba a primeros de año 1894.

Filántropo marinense en el olvido, que después de tantas cosas que hizo por la educación y formación de la juventud marinense, nadie fue capaz de hacerle un homenaje o nominar con su nombre una calle. Así es nuestro Marín del alma, que se olvida de sus hijos más preclaros y bondadosos.

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