Michel Houellebecq ya fue atrapado copiando con excesiva proximidad párrafos enteros de Wikipedia. Bernard-Henri Lévy dio patente de curso legal a un autor ficticio que había rastreado en la red. Se convirtió en víctima de un chiste que no entendió. Son autores de acusada personalidad que intercambiaron un epistolario electrónico, hasta el punto de que nos creeríamos capaces de identificar sus prosas nihilista y arengatoria, respectivamente. Si pueden extraerla de la galaxia Gunetberg -quita tus manos de corrector de mi hallazgo-, el embrujo desaparece. Juré que las traiciones mínimas de Houellebecq y BHL no afectaban mi devoción por dos pensadores, de ficción y de ensayo, a quienes habré adjuntado todos los sinónimos de "originales". Pero dolió.

Las citas no pertenecen a quien las alumbra, sino a quien mejor las aplica, pero la promiscuidad ha gelificado la relación. En cambio, me recuperé sin secuelas de los fragmentos que Ian McEwan tomó prestados en Expiación. El plagio de tapa dura se digiere con mayor facilidad por su adherencia aristocrática. Al fin y al cabo, Cicerón plagió a Demóstenes (dato extraído de Wikipedia). Dicho de otra forma, la misma bolsa con las mismas patatas sabe peor si la obtienes de una máquina expendedora. No nos excedamos en la lamentación. Quienes todavía leemos ensayos -aprovecho para saludar a mi único compañero en esta perversión-, hemos desarrollado el instinto para detectar las parrafadas inyectadas de Wikipedia o de fuentes todavía menos fiables de Google. No se trata de la frustración de la copia, sino del resultado burocrático. La prevención genera una desconfianza colectiva, cuya injusticia no le resta efectividad. Google y Wikipedia son los autores de moda.

Sus servidores humanos no acuden a estos zocos para simular mayor inteligencia, sino mayor estupidez, qué otro objetivo podría animar a Houllebecq y BHL. Para sortear esta plaga, nos ceñimos a productos cuya trabajosa construcción los libera de la vulgaridad. Verbigracia, el Victus de Albert Sánchez-Piñol, aunque hemos de replantearnos nuestra pasión porque, ¿quién querría leer un libro que interesa a Rajoy? La nueva literatura de evasión consiste en fugarse de la pegajosa dictadura de Wikipedia y Google. Aparte de exigir un esfuerzo suplementario a los escritores, es posible que incurramos en el crimen opuesto, la insufrible demanda de originalidad a toda costa. No importa, la humanidad es una conquista individual.