Hay sucesos que -aunque no parecen relacionados entre sí- bien pudieran estar unidos por ese hilo sutil con que la casualidad teje su tela de araña. Digo lo que antecede porque he leído en la prensa dos noticias que me llaman la atención. En una de ellas se da cuenta, con amplio despliegue, de una nueva reunión entre el rey de España y los principales empresarios para dar al público la tranquilizadora imagen de que todos ellos reman en la misma dirección para salir de la crisis. Y en otra, más escondida y escueta, de la muerte de una mujer que se prendió fuego a lo bonzo en el interior del cajero automático en un banco de Barcelona. Esta última noticia no aparece en todos los periódicos, ni ha sido objeto de difusión en los informativos de radio y televisión, ni fue comentada por esas bandadas de tertulianos siempre atentos a refocilarse en lo macabro. Lo único que sabemos es que la mujer era de mediana edad, que se roció con un líquido inflamable y que luego se prendió fuego. Los bomberos la encontraron con gravísimas quemaduras y como resultado de las mismas falleció poco después en el hospital. Intenté ampliar detalles en otros periódicos, además del que leo habitualmente, pero me resultó imposible. Una mujer que se suicida a lo bonzo en el interior de un cajero en el curso de una crisis financiera abrasiva bien pudiera ser noticia de portada. Como lo fue en su día el intento de suicidio de aquel joven vendedor callejero tunecino al que la policía despojó brutalmente de sus modestas pertenencias, un suceso que conmovió a la opinión pública y prendió la mecha de la llamada "primavera árabe". O el de aquel jubilado griego que prefirió matarse antes que acabar hurgando en el cubo de la basura en busca de comida. De esta desgraciada mujer de Barcelona no sabemos nada que pueda darnos una pista sobre los motivos que la impulsaron a tomar tan trágica decisión. Y ni siquiera nos indican si era cliente del banco donde se suicidó. Podemos imaginarnos que lo hizo tras comprobar que en la cuenta corriente ya no tenía dinero. Y podemos imaginar también que escogió ese método para llamar la atención, de forma simbólica, sobre una penuria económica que cada vez afecta a mayor número de personas. Aunque algún mal pensado pudiera deducir que el escamoteo de esta noticia pudiera deberse a un excesivo ejercicio de prudencia por parte de los medios, que no quieren contribuir al estallido social dándole aire a esta clase de sucesos. En cualquier caso, contrasta esa actitud recatada con la escandalera organizada en torno a la figura del alcalde de Marinaleda por haber sustraído, con ánimo propagandístico, en dos supermercados de Andalucía, unos artículos de primera necesidad para personas pobres. A Sánchez Gordillo se le acusó de perjudicar la imagen de España en el extranjero con esa acción y es portada en los medios donde recibe críticas feroces. De la suicida de Barcelona no se dice nada parecido. Simplemente se la ignora. En otro orden de cosas, me parece una buena iniciativa la reunión del rey con los empresarios para darles ánimo. Hay que evitar que se hagan el hara-kiri.