El último miércoles presencié el programa de TV, 59´´.Un capítulo versó sobre si Franco era o no un dictador. Me llamó la atención que el debate se hubiera ceñido precisamente a este tema, casi nominalista, seleccionado entre los diversos que sugiere el curioso Diccionario Biográfico que ha alumbrado la Real Academia de la Historia.

Se defiende Luis Suárez diciendo que el general aceptó el título de caudillo; pero nunca se dio el nombre de dictador. Eso es verdad. Primo de Rivera no pretendió ser otra cosa, de tal modo que en ningún escrito se le regatea a su régimen la denominación de dictadura. D. Miguel asumía así las notas de la transitoriedad y la excepcionalidad, características de la dictadura en el mundo clásico. Franco, en cambio, nunca pensó en poner límites temporales a su poder.

La Ley de Sucesión declaraba que "la Jefatura del Estado corresponde al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los ejércitos, don Francisco Franco Bahamonde". La Ley de Cortes nos recordaba en su preámbulo: "Continuando en la Jefatura del Estado la Suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general"... La Ley Orgánica del Estado aclaraba que "el sistema institucional responde a los principios de unidad de poder y coordinación de funciones". Las Cortes no se definían como poder u órgano con potestad legislativa, sino solo como "órgano superior de participación del pueblo en las tareas del Estado". Hay que añadir que el Nuevo Estado se caracterizaba así en la citada Ley de Sucesión: "España es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino". Aparte de eso, se elaboró un cuerpo de doctrina y se le dio rango de ley fundamental, para recoger los "Principios Fundamentales del Movimiento – carta otorgada por el Jefe del Estado en presencia de las Cortes – los cuales son, "por su propia naturaleza, permanentes e inalterables". Todavía – como si se quisiera gratificar plenamente al mismísimo D. Luis Suárez Fernández, se incorporó a tales Principios Fundamentales la manifestación de que: la Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación".

Con estos datos, nada sorprende que el concepto de dictador le venga un poco estrecho al centinela de Occidente. Un gobernante vitalicio, de un estado confesional que se ha constituido en reino y se funda en principios políticos inalterables, disponiendo no solo de la capacidad para designar y remover por sí mismo a todo el Gobierno, sino también de la libérrima potestad de aprobar las leyes, incluso sin intervención del Parlamento, es técnicamente un soberano absoluto; no, un mero dictador y además este se arrogaba el derecho a designar a su sucesor y lo utilizó. Hablando con toda naturalidad y sin restricciones, Franco fue un rey electivo, como lo fueron los monarcas godos. Ya se sabe que, en la monarquía electiva, no es el pueblo quien vota, sino que el caudillo es alzado por sus pares sobre el pavés y así es como queda proclamado. Y así se hizo en un hangar de Salamanca, cuando sus compañeros de armas quisieron nombrarlo "Jefe del Gobierno del Estado", expresión que su hermano Nicolás trocó por la más segura de "Jefe del Gobierno y del Estado".

Franco no fue un dictador, designado por los cónsules para resolver una crisis, sino un usurpador, un tirano que se erigió en soberano, causando para conseguirlo y para mantenerse en el poder hasta su muerte más dolor y devastación que casi cualquier otro déspota histórico.

Franco no fue un dictador. En esto le doy la razón al ponente. Y también se la doy cuando afirma que no creó un estado "totalitario". Porque, propiamente, no supo o no pudo: para ello, le faltó modernidad. Ante todo, voy a recordarle al autor de la entrada que el preámbulo del Fuero del Trabajo comenzaba así:

"Renovando la tradición católica de justicia social y alto sentido humano que inspiró nuestra legislación del Imperio, el Estado Nacional, en cuanto es instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista…" Estábamos en la 1ª etapa del Régimen – Suárez dixit – y aún sobraba retórica para alardear de un Estado nacional-sindicalista (por no decir, nacional-socialista) pero el Eje no ganó la guerra y hubo que recoger velas y dedicarse a cultivar el más doméstico nacional-catolicismo; eso si, conservando siempre los resortes de un régimen absolutista o autocrático, que no, autoritario. Para presidir un régimen autoritario hay que tener "auctoritas" y Franco nunca la tuvo. Sólo tuvo "imperium" o "potestas". Por eso, porque solo tuvo poder, fue incapaz de poner el pie fuera del territorio en el que mandaba, salvo por unas horas para verse con Salazar y con Mussolini.

Lo sorprendente no es el concepto que tenga o quiera transmitir sobre la personalidad del General Franco el medievalista Luis Suárez que, a la vez, es también un auténtico especialista en el estudio sobre esta figura. Su monumental biografía de Franco Bahamonde, su pertenencia al Patronato de la Fundación Francisco Franco, cuyos fondos se le permitió monopolizar durante largos años, la presidencia que ostenta del Patronato del Valle de los Caídos, su afiliación al Opus Dei, ya permitían augurar en qué sima anhelaba despeñarse.

Lo sorprendente es que la Real Academia de la Historia compartiese ese instinto suicida y le encargase precisamente a él las entradas de Franco y de San Josemaría Escrivá de Balaguer (nacido Escriba Albás) por ejemplo.

En la entrada relativa al fundador del Opus Dei, el lenguaje que se emplea ya no tiene nada que ver con un enfoque científico. Se le atribuye allí varios milagros; pero no son curaciones, ni fenómenos perceptibles organolépticamente, como lo sería separar las aguas del Mar Rojo, sino los prodigios de recibir de Dios instrucciones detalladas sobre el modo de emplear su tiempo, situando las revelaciones en días y horas determinados y siempre, "mientras celebraba la Santa misa". Es posible que D. Luis Suárez y D. Gonzalo Anes lo hayan olvidado, pero esas vivencias íntimas no pertenecen a la historiografía, las cuente quien las cuente.

Esa capacidad de la Academia para encargar las biografías precisamente a quienes no podían redactarlas con espíritu científico no solamente ha arruinado un Diccionario Biográfico Español que, por ahora, nos había costado 6,4 millones de euros, sino que ha dejado maltrecho el prestigio de la Academia misma y además ha sembrado el virus de la desinformación en un asunto que sigue siendo sumamente sensible y que, precisamente –a despecho de la impresionante masa de bibliografía que ha engendrado y sigue produciendo la gran tragedia de nuestra historia y una de las mayores de la vida de la humanidad– continúa precisando de un dictamen oficial definitivo.

Sigue extendiéndose entre los españoles la superstición de que la verdad histórica ha de ser establecida por un juez de instrucción o por los tribunales. El disparate de este Diccionario aún contribuirá a agrandar ese equívoco.

Me baso en los pasajes que han reproducido los diarios. Es que no se trata de la persona del general Franco. Se trata de que los contenidos que van siendo divulgados designan a la guerra civil como "la Cruzada" o como "el Glorioso Movimiento", a los milicianos y soldados del ejército republicano como "el enemigo", "los rojos" o "los bandoleros" (los guerrilleros, del maquis)

Es como si la Real Academia de la Historia acabase de dar un golpe de estado intelectual, para librar al caudillo y a su régimen de la "damnatio" histórica a la que irremisiblemente están llamados, de todas maneras.