Hace algo más de siete meses Vigo celebró, a mi juicio con moderado entusiasmo, el 200 aniversario de la concesión, por el Consejo de Regencia establecido en Cádiz, del "privilegio y título de Ciudad Fiel, Leal y Valerosa, en atención a los señalados servicios, heroica lealtad y esforzado denuedo que han manifestado sus vecinos en defensa de la justa causa de la independencia nacional". Así se expresaba literalmente el Real Decreto aprobado con el que se venía a reconocer la ejemplaridad de los acontecimientos de liberación de la Villa, ocurrida apenas un año antes, cuando sus vecinos consiguieron expulsar de sus murallas a los ocupantes franceses, que les doblaban en número, contando, eso sí, con la inestimable ayuda de buena parte de la población circundante y en especial de los habitantes de la mayoría de las parroquias limítrofes tales como Bouzas, Teis, Lavadores, Fragoso y Valle Miñor.

A mí me parece que al recordar esta efemérides no se ha puesto suficientemente de relieve lo que en realidad había detrás del aniversario. Que hace referencia, indudablemente, al transcurrir de un determinado número de años, no muchos en realidad, cuando se comparan con los tres mil años de historia de la España en que se inserta; que implica, también, el recuerdo de aquellos heroicos comportamientos que impregnan de un colorido especial la pequeña historia de la ciudad; pero que de un modo muy especial nos lleva a poner de manifiesto el espectacular desarrollo de los acontecimientos que a lo largo de esos años dieron como resultado la conformación actual de la ciudad y sobre todo resalta el espíritu que acompañó el surgir de todos ellos y que en cierto modo me parece que sigue actuando como motor impulsor de un futuro de prosperidad tan previsible como deseable.

Según he podido leer en un documentado estudio, en aquella primera década del siglo XIX a la que hace referencia el aniversario, la Villa amurallada de Vigo contaba con apenas un millar de vecinos. Para ser más exactos, parece ser que en 1813 el ayuntamiento de Vigo contaba con 888 vecinos, el de Bouzas con 664 y el de Fragoso (que en extensión era más de diez veces superior pues comprendía, entre otros, los lugares de Teis, Chapela, Lavadores, Cabral, Matamá y San Pelayo de Navia) con 2.012. En otras palabras, lo que podríamos considerar equivalente al municipio actual contaba tan solo con unos 3.500 habitantes (¡). Y la ciudad (la Villa) vivía fundamentalmente de sus pesquerías, de su pequeño artesanado y de su comercio de exportación de los productos de la tierra, principalmente por vía marítima.

Me parece oportuno comparar estas cifras con las actuales de las que resulta que el municipio de Vigo cuenta hoy con alrededor de 300.000 habitantes habiéndose convertido en el municipio más poblado de Galicia, superando en algunos miles de habitantes nada menos que al de A Coruña. Y esto en el transcurso de tan solo esos 200 años y con un ritmo de crecimiento altamente acelerado, sobre todo a partir de las postrimerías del XIX y especialmente a lo largo del siglo XX. ¿Por qué ha ocurrido lo que ha ocurrido?

De todos son sobradamente conocidos los acontecimientos causantes del espectacular desarrollo económico que se halla en la base del no menos espectacular crecimiento de la población: en una brevísima síntesis y entre otras muchas cosas podría hablarse, por un lado, de la progresiva transformación de sus primitivas pesquerías en una imponente industria naval y pesquera no solo extractiva sino transformadora y comercializadora de los productos del mar, primero mediante su conservación gracias a la industria conservera y, más adelante, por obra y gracia de la actividad congeladora; por otro lado, del incremento del tráfico marítimo provocado, entre otras causas, por el progresivo y generalizado descubrimiento, por parte de las flotas comerciales extranjeras, de las inmejorables condiciones de la Ría de Vigo y de sus instalaciones portuarias singularmente al verse obligadas a utilizar los servicios del lazareto en la isla de San Simón situado al fondo de la ría precisamente a mediados del siglo que comentamos; y naturalmente, en último lugar, por la igualmente progresiva transformación de aquella primitiva actividad artesana en auténtica y poderosa actividad industrial en el terreno de la Metalurgia, de la Construcción Naval, de la Edificación y, desde hace unos pocos años, en el sector de la Automoción, gracias, en este caso, a la concesión a Vigo durante la postguerra de la Zona Franca del Noroeste (en reñida lucha con las aspiraciones de Gijón y de Bilbao) y a la instalación en ella de lo que hoy constituye el complejo PSA-Citroën.

Pero a mí me gustaría aludir a algo que, como decía, me parece se encuentra por debajo (o por encima, no lo sé muy bien) de estos acontecimientos y que se refiere al espíritu de sus ciudadanos; parafraseando a Mommsen, en cita de Ortega, podría decirse que la historia de Vigo es "un vasto sistema de incorporación"; no se ha tratado de un simple proceso de dilatación de un núcleo inicial, sino de un complejo y continuado proceso de articulación de colectividades distintas en una unidad superior. Vigo supo, gracias a sus primeros vecinos y regidores, procurar la convivencia con los habitantes de los territorios de alrededor y hacerlos partícipes de un proyecto sugestivo de vida en común, hasta llegar a convertirse en un auténtico polo de atracción de la población circundante a base de proporcionar con total liberalidad oportunidades de desarrollo y, sobre todo, de participación activa, personal y directa, en la construcción de un futuro ilusionante; porque si en Vigo se han venido dando cita multitud de personas, de próximos y remotos lugares, no ha sido simplemente para convivir y estar juntos sino, como describía el citado Ortega, para hacer juntos algunas cosas. Y esta comunidad de propósitos me parece que es, más que otra cosa, lo que ha permitido a Vigo a lo largo de estos años (superando, por cierto, la falta de protagonismo político; durante estos dos siglos solo fue durante tres años capital de provincia) alcanzar a fuerza de tesón y liberal espíritu emprendedor unos objetivos marcados con claridad y compartidos por todos, en cuya realización se asientan los niveles de desarrollo de los que hoy disfruta y que estoy seguro han de ser la base de la prosperidad que le espera en el futuro.